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1951 Words
El Eco De Una Conspiración El reloj marcaba las diez de la noche cuando Victor Langley se encontraba en su apartamento, una combinación de estilo moderno y opulencia que hacía eco de su insaciable ambición. Las luces de la ciudad iluminaban el amplio ventanal frente a él, reflejándose en la copa de brandy que giraba entre sus dedos. A sus espaldas, una sombra se movió con sigilo antes de detenerse a pocos pasos. Fue entonces cuando la puerta de su apartamento se abrió con un crujido suave. Victor no se inmutó. Sabía quién era antes de siquiera girarse. - ¿Qué tienes para mí? - preguntó con voz firme. Un hombre de mediana edad, con un abrigo gastado y un aire de nerviosismo, entró en la habitación. En sus manos llevaba un sobre marrón que parecía haber sido manipulado con cuidado. - Señor Langley - dijo el hombre, con voz grave y sumisa. Victor no se giró de inmediato. Disfrutaba del juego de poder que implicaba mantener a sus subordinados esperando. Finalmente, llevó la copa a sus labios y la dejó sobre una mesa cercana antes de volverse, con la expresión fría y calculadora que tanto temían sus empleados. - Habla - ordenó, con tono autoritario. El hombre, vestido con un traje oscuro que apenas lo distinguía de las sombras, se aclaró la garganta antes de continuar. - Tenemos información sobre Kingsley Hall. Ha habido movimientos inusuales - dijo, colocándolo sobre la mesa- El joven Nicholas... Algo pasó; informan que sufrió una crisis y tuvieron que llamar a su médico personal. También he recibido informes de que ha intentado entrar a la mansión y al ala oeste, pero no lo logró. - ¿Una crisis, dices? - murmuró, más para sí mismo que para su interlocutor. El hombre vaciló un instante antes de responder. - No está claro. Pero sabemos que Nicholas Kingsley tuvo una crisis al intentar entrar a la mansión. Fue tan severa que tuvieron que llamar a su médico personal. El aire en la habitación se tornó pesado. Victor apretó los labios, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de furia y curiosidad. Nicholas Kingsley, el obstáculo más reciente en su cruzada para reclamar el control de Kingsley Hall, era un misterio que parecía complicarse con cada día que pasaba. - ¿Perdió el control? El hombre asintió. - Así es. La información es limitada, pero parece que fue algo intenso. Alguien habló de un acceso restringido en la mansión... y de recuerdos. La mención de “recuerdos” hizo que Victor apretara los puños. Había algo en esa casa, algo que escapaba a su control y que ahora parecía despertar. El regreso de Nicholas no era una coincidencia y cada movimiento del hombre parecía empujar más cerca a una verdad que Victor prefería mantener enterrada. - ¿Y el médico? - preguntó, recuperando la compostura. - Henry Banks. Es el mismo que lo atendió en su consultorio hace unos días. No hemos podido confirmar qué habló con él, pero parece que trabaja estrechamente con Patrick, el cuidador de la mansión. Victor entrecerró los ojos, procesando la información. - ¿Y la mansión? - preguntó con calma peligrosa. - Bloqueada. Las puertas del ala oeste no se abrieron para él... aún. Pero, señor, hay algo más. - El hombre vaciló un momento antes de continuar- El médico. Henry Banks. Lo investigamos como pidió. Al parecer, es descendiente del antiguo médico de los Kingsley. Victor se quedó inmóvil, su mirada fija en el hombre y luego dejó escapar un suspiro entrecortado y comenzó a caminar por la habitación, el sonido de sus pasos resonando en el suelo de mármol. Kingsley Hall siempre había sido un símbolo de poder, pero también un sepulcro de secretos. Lo que sea que estuviera sucediendo ahora, implicaba un cambio en el equilibrio que llevaba décadas manipulando. Finalmente, se detuvo frente al ventanal, observando las luces de la ciudad con una mirada perdida. - El linaje de los Kingsley está despertando. Elise, Cedric... han dejado su marca. Y ahora Nicholas. - Su voz era casi un susurro, pero cargada de una furia contenida- Kingsley Hall está respondiendo. No deberíamos haber esperado tanto. El hombre asintió, nervioso, pero no dijo nada. Había aprendido que Victor Langley no buscaba sugerencias, solo obediencia. Luego, el hombre se giró hacia el empleado. - Aumenta la vigilancia. Quiero saber cada movimiento que ocurre en esa casa, cada persona que entra o sale. Y averigua qué demonios están buscando en el ala oeste. - Sí, señor. - Que nuestros hombres sigan intentando entrar a la mansión… He manipulado el perímetro de seguridad para darles acceso a la propiedad. Necesito que encuentren los documentos. - Entendido, señor. Les informaré. - respondió el hombre, inclinando la cabeza antes de desaparecer tan silenciosamente como había llegado. Victor tomó de nuevo su copa, pero esta vez no bebió. El líquido oscuro reflejaba su propia imagen, su rostro endurecido por el odio y la frustración. El hombre se quedó mirando la ciudad desde su ventanal, la copa aún en la mano, pero su mente ya no estaba allí. En su interior, sentía una punzada de algo que podría describirse como desasosiego. Era raro en él; siempre había controlado las piezas de su tablero con precisión quirúrgica. Pero Kingsley Hall... siempre había sido diferente. Un susurro recorrió su mente, como una voz desde el pasado, arrastrada por la oscuridad de los años. No puedes detenerlo para siempre... Victor cerró los ojos, apretando los dientes. Ese eco, esa maldita voz, lo perseguía desde el día en que puso un pie en Kingsley Hall. Recordaba perfectamente la noche en que todo cambió. El pacto. Había jurado que el linaje de los Kingsley terminaría con Cedric y había pagado un precio que, incluso ahora, le costaba aceptar. Victor dejó la copa sobre la mesa con un movimiento brusco. Caminó hacia un viejo mueble de madera oscura en una esquina del apartamento. Sus dedos encontraron una llave que siempre llevaba consigo, colgada al cuello, y la introdujo en la cerradura. El mueble se abrió con un crujido, revelando una caja de metal ennegrecido por el tiempo. Dentro de la caja había una serie de objetos antiguos: un anillo con el escudo de los Kingsley, una hoja de papel amarillento con lo que parecía ser un contrato escrito en latín y un frasco pequeño lleno de un líquido oscuro y espeso. Victor lo tomó con cuidado, observando cómo el contenido parecía moverse por sí solo, pulsando débilmente como si tuviera vida propia. - Han pasado 150 años... - murmuró, con la mirada perdida. Un destello de recuerdo cruzó su mente: Una noche de tormenta. Cedric, arrodillado, sangrando, y él, Victor, de pie sobre él con una mirada de triunfo. Pero entonces todo se salió de control. Elise... la mansión... el precio que no entendió hasta que fue demasiado tarde. Volvió al presente, apretando el frasco en su mano con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. - Nicholas Kingsley no sabes lo que enfrentas. Yo sobreviví a Cedric y sobreviviré a ti. – murmuró en voz alta. Víctor sostuvo el frasco entre sus dedos mirando como parecía responder a su toque, vibrando suavemente, como si la maldición que lo mantenía vivo aún estuviera esperando su momento para reclamarlo también. - Nicholas Kingsley... Cedric Kingsley... no importa quién seas, - siseó apretando los dientes. - Les arrancaré todo lo que me pertenece. Y esta vez, Kingsley Hall no podrá protegerlos. El silencio de la noche fue interrumpido por un trueno lejano, como si la misma naturaleza anticipara la tormenta que estaba por venir. Victor Langley permaneció frente al antiguo mueble, con la caja abierta y su contenido expuesto al tenue resplandor de una lámpara. Su silueta proyectaba sombras largas en las paredes, como si la penumbra misma tratara de reclamarlo. El frasco en su mano pulsaba débilmente, como un corazón que late fuera de tiempo. Observó el líquido oscuro, espeso, que parecía moverse con vida propia, retorciéndose en su confinamiento de cristal. No era la primera vez que lo sentía así. Desde el día en que aceptó el pacto, esa esencia se había convertido en su maldición y su salvación. Cerró los ojos y se permitió un momento de debilidad, recordando. Era joven entonces, lleno de ambición y resentimiento. La familia Kingsley, con su linaje perfecto y su poder deslumbrante, lo había ignorado, humillado. Cedric y Elise eran símbolos de todo lo que él jamás tendría. Y cuando se le presentó la oportunidad, no dudó. La noche que selló su destino estaba grabada a fuego en su memoria. La tormenta rugía sobre Kingsley Hall, el viento aullaba entre las grietas de las ventanas, y el fuego de las chimeneas arrojaba sombras danzantes sobre los muros de piedra. Cedric ya estaba fuera de su alcance, muerto, pero Elise... Elise era un obstáculo que debía eliminar. Ella y el niño en su vientre. Sí, Victor sabía que Elise estaba embarazada. El enterarse de la existencia de ese niño fue la pieza central de su decisión de destruir a los Kingsley, no solo por ambición, sino también por temor al impacto que el hijo de Elise y Cedric podría tener en su posición. Victor no solo buscaba el poder que implicaba el control de Kingsley Hall y los títulos asociados, sino que también comprendía el peso simbólico de ese linaje. Un heredero significaba que la línea de los Kingsley, con toda su influencia, podría fortalecerse y volverse inalcanzable para sus enemigos. El nacimiento del hijo sería la prueba viviente de la unión de Cedric y Elise y con ello, un golpe definitivo contra su objetivo de derribar la dinastía. Cuando descubrió el embarazo de Elise, gracias a sus espías dentro de la mansión, comprendió que debía actuar rápido. Por eso organizó la emboscada mientras escapaban a Londres, buscando no solo eliminar a Cedric, sino asegurarse de que Elise y su hijo nunca reclamaran Kingsley Hall. En el momento en que la mansión pareció volverse contra él, cuando los gritos de Elise resonaron por los pasillos cuando sus hombres la llevaron de regreso a la mansión para dispararle en el invernadero y el suelo tembló bajo sus pies, entendió que no había simplemente destruido a un hombre. Había desafiado a algo más antiguo, algo más poderoso. Sin embargo, Victor también subestimó el poder de la mansión y su conexión con Elise. Y había pagado el precio. Por eso no ha dejado de vigilar Kingsley Hall, temeroso de que algún día la verdad salga a la luz. Abrió los ojos, regresando al presente y sintió que la ira volvía a encenderse en su interior. Ahora con Nicholas Kingsley. El nombre era como una espina clavada en su carne. Había esperado un siglo y medio para asegurarse de que ese linaje estuviera completamente erradicado, limitando su fuerza, eliminándolos y manipulándolos hasta que renegaron de su linaje. Y ahora, contra toda lógica, uno de ellos estaba de vuelta. Victor se quedó solo, pero no estaba realmente solo. El silencio de la habitación estaba cargado de algo más, algo que había traído consigo desde aquella noche en Kingsley Hall. Caminó hacia el ventanal y observó la ciudad extendiéndose bajo sus pies. - No permitiré que lo recuperen. No esta vez. Kingsley Hall... y todo lo que contiene... es mío. - Su voz resonó como una sentencia, firme y cruel, mientras la sombra de la noche se cerraba a su alrededor, como un reflejo de la oscuridad que habitaba en su interior. El frasco, ahora guardado, pulsó una vez más, como si la mansión misma respondiera desde la distancia. El enfrentamiento que había esperado durante tanto tiempo estaba finalmente cerca.
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