El cuarto rojo

1032 Words
Durante el camino de regreso, me sentí atrapa en una pesadilla hecha realidad. La Rata permanecía tranquilo, casi siendo indiferente a todo lo que pasa a su alrededor, mientras que el auto atraviesa la ciudad con rapidez como si tuviera prisa de llegar a su destino. La ciudad parecía envuelta en caos; los disparos y las sirenas se habían quedado atrás, se fueron desvaneciendo a medida que el auto corría, pero mi corazón aún latía con fuerza, como si en cualquier momento fuera a apagarse. Las ventanas de auto eran muy oscuras y no me dejaban ver hacia afuera. De reojo, puedo ver como La Rata me observaba de reojo también, su sonrisa era ladeada y con una calma inquietante que lo envolvía. Yo mantenía la mirada fija en mis manos de vez en cuando, pero me era imposible no querer mirarlo, había algo en él que provocaba un sin fin de emociones incontrolables que jamás me hubiera imaginado sentir con su presencia. Finalmente, tras lo que parecieron horas, la camioneta frenó bruscamente. La Rata apagó su puro con un movimiento despectivo, como si nada de lo ocurrido fuera digno de más atención, y salió del vehículo primero que los demás. Uno de sus hombres me arrastró fuera sin mucha delicadeza, tratándome como si fuera un costal de la basura del que ya quería deshacerse. Al levantar la mirada, vi la mansión. Era un monstruo de concreto y cristal, enorme e imponente, rodeado por altos muros y una reja de hierro que parecía un aviso: aquí nadie entra ni sale sin permiso. Las luces exteriores iluminaban los jardines perfectamente cuidados, donde esculturas de piedra y fuentes de agua daban un aire casi surrealista al lugar. Podía escuchar el murmullo de agua corriendo y el sonido distante de una alarma que se apagó cuando las puertas se cerraron tras nosotros. Me llevaron dentro, donde el lujo era sofocante a mi alrededor, lo cierto es que yo no estaba acostumbrada a un estilo de vida así, y es posible que jamás lo estaría. Las paredes están cubiertas de arte, con muebles de cuero n***o decorando la sala, y una escalera de caracol que ascendía hacia los pisos superiores dándole un toque de impotencia a la mansión. El aroma a madera pulida y flores frescas no lograba ocultar la sensación de peligro que impregnaba el aire. —¡Mándenla al cuarto rojo! —ordenó La Rata, sin siquiera girarse para mirarme. Su voz era cortante, la percibí como un cuchillo afilado que desgarraba cualquier esperanza que pudiera quedarme para salir de este lío. El “cuarto rojo”. La forma en que lo mencionó hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo. No tenía idea de lo que significaba, pero intuía que no sería nada bueno y que no sería algo de lo que realmente me gustará. Intenté resistirme, pero los guardaespaldas eran demasiado fuertes a comparación de mi cuerpo debilucho. Me llevaron por un pasillo largo y oscuro, cuyas paredes parecían cerrarse sobre mí a cada paso. Al final, una puerta roja destacaba en el corredor. Lo peor estaba por venir. La abrieron y me empujaron dentro. El cuarto era tan lujoso como aterrador. Las paredes estaban cubiertas de terciopelo rojo, iluminadas por una tenue luz cálida que provenía de candelabros dorados. Una cama enorme ocupaba el centro de la habitación decorada con sábanas de seda del mismo color que las paredes. Las cortinas gruesas cubrían las ventanas, y un bar bien surtido con los mejores y más finos licores que cualquiera pudiera desear, ocupaba una esquina. Pero lo que más me llamó la atención fue el aire cargado de un perfume dulce y embriagador que me mareaba. La puerta se cerró tras mí, y por un instante, me quedé sola. Me acerqué a una de las ventanas con la esperanza de encontrar una salida, pero al descorrer ligeramente las cortinas, me encontré con barrotes. No había escapatoria. Un ruido tras de mí me hizo girar rápidamente. Era él. La Rata había entrado en silencio, observándome como un depredador que analiza a su presa para acabar con ella de una vez por todas y a su deseo. Cerró la puerta con calma y se apoyó contra ella, cruzando los brazos. —Bienvenida a mi santuario, preciosa —dijo, con una sonrisa de malicia y perversidad que no llegaba a sus ojos. Su tono era bajo, casi seductor, pero no había dulzura en él. Solo una amenaza velada. —Por favor, déjame ir —murmuré, dando un paso atrás sin darme cuenta. Él arqueó una ceja, como si mi súplica le divirtiera. —¿Irte? ¿Y qué sentido tendría eso? Ya estás aquí, y te aseguro que no te va a faltar nada... siempre y cuando hagas lo que te digo y siempre y cuando te comportes como me gusta, créeme que te trataré como la única reina de esta casa. Se acercó lentamente, y yo retrocedí hasta que mi espalda chocó contra la pared. El corazón me latía tan fuerte que podía sentirlo en los oídos. La Rata extendió una mano y me acarició el rostro con una suavidad que contrastaba con la dureza en sus ojos. —Eres tan hermosa como me dijeron —susurró, inclinándose hacia mí. Su aliento es caliente y está cargado de alcohol, él me hizo girar el rostro. De repente, un ruido lejano interrumpió el momento. Era un golpe seco, como si algo pesado hubiera caído en otro lugar de la mansión. La Rata frunció el ceño y se apartó, mirando hacia la puerta con desconfianza. —¡Quédate aquí! —gruñó antes de salir apresuradamente, cerrando la puerta con llave tras de sí. Mi respiración era errática, pero en mi mente empezó a gestarse una idea. Tal vez, solo tal vez, este era el momento que necesitaba. Si podía encontrar una forma de salir de aquí, de escapar de esta pesadilla, tal vez tendría una oportunidad. Me acerqué a la puerta y escuché los pasos de La Rata alejándose. En el cuarto rojo, rodeada de lujos que se sentían como una jaula de oro, no me quedaba más que luchar por mi libertad... o perecer intentándolo.
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