Jugando con fuego

1413 Words
El silencio del cuarto rojo me envolvió como un abrazo inquietante mientras esperaba el regreso de La Rata. Finalmente, no tuve valor para escapar, me daba miedo saber qué haría La Rata en caso de que se diera cuenta. Mi cuerpo estaba tenso, pero mi mente no dejaba de trabajar en buscar una salida. Cada rincón del lugar parecía diseñado para sofocar cualquier esperanza, pero no podía rendirme. Pasaron algunos minutos, tal vez más; el tiempo se había vuelto relativo en este lugar porque no hay un reloj colgado en las paredes que pudiera indicarme el tiempo. Luego, oí el clic de la cerradura. La puerta se abrió lentamente y allí estaba él de nuevo, su figura es recortada contra la cálida luz del pasillo. Esta vez no había rastro de irritación ni prisas. Su semblante era el de alguien que controlaba cada detalle de su entorno. —Lamento el retraso —dijo con una sonrisa que me heló la sangre—. Hubo un... malentendido en la cocina. No deberías preocuparte, mi servidumbre a veces es un poco torpe y casi siempre tengo que arreglarlo todo por ellos. Pero ahora, querida, estoy aquí, y no habrá más interrupciones. Intenté leer sus intenciones, pero su rostro era una máscara impenetrable. Caminó hacia el bar y vertió un líquido ámbar en dos copas de cristal. Lo hacía todo con calma, como si estuviera al mando de un juego que solo él entendía. —¿Sabes? Este lugar es especial para mí —dijo, acercándose con una copa en la mano—. Es mi refugio. Mi santuario. Aquí, todo ocurre bajo mis reglas. Aquí yo soy el rey y hago lo que me plazca. Me ofreció la copa, pero no hice ademán de tomarla. Sus labios se curvaron en una mueca burlona. —¿No confías en mí? —preguntó, casi divertido, antes de beber un sorbo del contenido de su propia copa—. No deberías preocuparte tanto. Si quisiera hacerte daño, ya lo habría hecho. —Entonces, ¿qué quieres? —mi voz sonó más firme de lo que esperaba, pero por dentro temblaba. Dejó su copa en la mesa cercana y se acercó más. Él estaba tan cerca de mí que el calor de su cuerpo y el aroma embriagador de su colonia me envolvieron. Sus dedos rozaron mi mentón, obligándome a levantar la mirada hasta encontrarme con sus ojos oscuros. —Quiero conocerte, preciosa. Quiero saber qué hace a una mujer como tú tan especial que alguien creyó que valía la pena entregarte a mí. Sus palabras me dejaron helada. ¿Entregarme? ¿A qué se refería? Pero no tuve tiempo de pensar en ello, porque su otra mano se deslizó por mi cintura, acercándome a él con una firmeza que me dejó sin aliento y de la que no pude resistirme. —No tienes por qué temerme, siempre que recuerdes dónde estás y quién soy —susurró cerca de mi oído, su voz es ronca y cargada de intenciones. El calor de su cercanía era sofocante, y aunque mi instinto me decía que debía apartarme, mi cuerpo se sentía atrapado en el miedo y en algo que no quería admitir. Él lo sabía. Lo veía en su sonrisa autosuficiente, en la forma en que sus dedos trazaban círculos suaves sobre mi espalda. —Eres fascinante, ¿sabes? —continuó, su aliento se encontraba acariciando mi piel—. Me gusta jugar, pero contigo... contigo quiero tomarme mi tiempo para hacerlo. Quiero degustarte como nadie nunca lo ha hecho contigo. Mi mente gritaba por hallar una forma de detenerlo, pero mi cuerpo estaba paralizado. Mis pies están congelados en el suelo. La Rata era un depredador en su territorio, y yo, su presa atrapada en una trampa cuidadosamente diseñada. Sin embargo, en el fondo de mi ser, sabía que este era su juego. Y si quería sobrevivir, tendría que aprender las reglas... o manipularlas a mi favor. Fue entonces que La Rata tomó mi silencio como si fuera una especie de invitación. Su mano dejó de acariciar mi espalda y luego subió lentamente por mi brazo, dejando un rastro de calor que me hizo estremecer. Era como si estuviera midiendo cada uno de mis movimientos, buscando señales de resistencia o sumisión. Parecía estar acertando con cada uno de los puntos débiles de mi cuerpo, unos que ni yo misma reconocía que tuviera. —No me malinterpretes —dijo, inclinando su rostro hacia el mío—. No soy un hombre cruel… al menos no sin motivo. Pero hay algo en ti, algo que me hace querer descubrir hasta dónde llegas. Intenté apartar la mirada, pero sus ojos me atraparon, eran oscuros e insondables, como un abismo del que no podía escapar. Sentí su aliento, es cálido y sentí el aliento del licor muy cerca de mis labios. Mi corazón latía frenéticamente mientras mi mente buscaba desesperadamente una forma de alejarlo, pero mi cuerpo seguía sin responder ante mis acciones. —No tienes que temer, preciosa —susurró, su tono es ahora más suave, pero no menos peligroso—. Solo sigue el ritmo, y verás como te gustará. De repente, su mano se detuvo, sujetando mi mentón con firmeza. Me sentí atrapada, y la necesidad de huir se hizo insoportable. Reuní el poco valor que tenía y hablé. —¿Qué es lo que realmente quieres de mí? —mi voz sonó baja, pero al menos no tembló como esperaban que hiciera. Él sonrió, como si le divirtiera mi pregunta. Inclinó su cabeza, acercándose aún más, hasta que su frente casi rozó la mía. —Lo descubrirás pronto —murmuró, antes de apartarse ligeramente, rompiendo la tensión, pero no el control que ejercía sobre la situación—. Ahora, siéntate. Señaló un sillón cercano, uno de esos muebles opulentos que parecían sacados de un museo. Yo dudé por un momento, pero sabía que negarme podría ser peor. Lentamente, caminé hacia el sillón y me senté, manteniéndome erguida, tratando de parecer más fuerte de lo que me sentía. La Rata se sentó frente a mí, en un sillón igual de imponente. Cruzo una pierna sobre la otra, relajado, como si estuviéramos en una reunión cordial. Luego, con un chasquido de dedos, señaló la copa que antes me había ofrecido. —Bebe —ordenó, su tono es firme pero sin levantar la voz. —No tengo sed —respondí, tratando de mantener la compostura. Su sonrisa desapareció por un instante, y sus ojos se entrecerraron, evaluándome. Luego, se inclinó hacia adelante, descansando los codos en sus rodillas. —No me hagas repetirme, preciosa. No soy un hombre paciente. Su voz, aunque trata de ser suave, se sentía como una amenaza aterradora. También dudé, pero finalmente tomé la copa. El cristal estaba frío bajo mis dedos, y el líquido ámbar parecía brillar bajo la tenue luz del cuarto. Lo llevé a mis labios y bebí un sorbo. El sabor era fuerte, con un toque dulce que quemaba al bajar por mi garganta. Sentí su mirada fija en mí, como si estuviera esperando algo de mi parte. —¿Ves? No fue tan difícil —dijo, recostándose de nuevo en su asiento—. A veces, solo necesitas aprender a confiar. Esa palabra, "confiar", sonaba como una broma cruel viniendo de él. Pero no respondí. En cambio, dejé la copa sobre la mesa cercana, intentando mantener la calma. —¿Por qué yo? —pregunté, finalmente, mi voz era más firme, esta vez—. ¿Qué es lo que buscas? Él inclinó la cabeza, como si considerara mi pregunta. Luego, se puso de pie y caminó lentamente hacia mí. Cada paso resonaba en el cuarto como un latido, aumentando mi ansiedad. —Porque eres diferente, preciosa —dijo, deteniéndose justo frente a mí—. Y porque, a veces, uno tiene que tomar riesgos para obtener lo que realmente quiere. Se inclinó, apoyando las manos en los reposabrazos del sillón, encerrándome en su presencia. Mi respiración se volvió superficial mientras su rostro se acercaba al mío. —Y yo quiero… todo de ti —susurró, su voz cargada de promesas oscuras. Mis pensamientos se arremolinaron. Su proximidad era sofocante, y aunque mi mente gritaba que debía luchar, sin embargo, había algo en su presencia que me mantenía paralizada. Pero en lo más profundo de mi ser, sabía que tenía que encontrar una forma de revertir este juego antes de que fuera demasiado tarde.
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