El aire en el cuarto rojo se volvía más pesado con cada segundo que pasaba.
Nuestra atracción s****l era insoportable, lo digo de esta manera porque ya me he convencido profundamente de que este sujeto será el primer hombre con el que vaya a compartir la cama, y es que sí, soy virgen, nunca he sido tocada ni acariciada por ningún otro hombre, y es por ello que me llenaba de miedo aceptar la realidad de que esta noche tendría mi primera vez con un hombre al que no conozco y con un hombre que es más peligroso que el mismo diablo.
La cercanía de La Rata era abrumadora, un constante recordatorio de la delgada línea que separaba el poder de la sumisión.
Aunque mi cuerpo parecía traicionarme, mi mente aún se aferraba a un hilo de resistencia, aunque estuviera convencida de lo que iba a suceder en este momento.
Sentí cómo su mirada recorría cada centímetro de mi rostro, estudiándome como si estuviera buscando una grieta en mi fachada de la cual yo fuese débil para él atacar con deseo.
Entonces, algo en mi interior cambió.
No sería una presa fácil para él.
Si él quería jugar, yo también podía entrar en su juego, pero con mis propias reglas, así como él tenía las suyas, yo también tendría las mías a mi disposición.
Respiré profundamente y sostuve su mirada, obligándome a no apartar los ojos de los suyos.
Alguna vez había aprendido que las bestias como él se alimentaban del miedo, y yo no le daría el gusto de verlo a primera vista.
Por primera vez desde que llegó a mi vida, desde que esa banda de criminales me robaron de casa para hacerme de su mercancía y venderme a este hombre por un dinero que ni yo he recibido en mis manos, incliné ligeramente la cabeza y esbocé una sonrisa, pequeña, apenas perceptible, pero suficiente para plantar la semilla de la incertidumbre en su mente.
—¿Todo de mí? —dije con voz calmada, aunque mis manos seguían tensas sobre los reposabrazos del sillón—. Eso parece mucha ambición incluso para un hombre como tú.
La Rata arqueó una ceja, sorprendido por mi comentario, pero rápidamente recuperó su compostura; decidido a no dejarse vencer de una mujer, aunque ella fuera su más grande debilidad.
—¿Y quién dice que no puedo tenerlo todo? —respondió con una seguridad inquebrantable que lo definía. Pero noté algo distinto en sus ojos; una leve chispa de curiosidad.
Me incliné hacia él, acortando la distancia entre nosotros, desafiando la barrera invisible que él había impuesto.
Mi voz descendió a un susurro, apenas un murmullo que parecía flotar entre nosotros.
—¿Y si te dijera que no soy tan fácil de conquistar como crees? —dije, dejando que mis palabras se deslizaran como una caricia.
Por un momento, vi la duda cruzar su rostro.
Fue breve, pero estaba ahí, un destello que me indicó que había logrado algo.
Él se enderezó, recuperando su postura dominante, pero el control absoluto que antes irradiaba parecía haber menguado ligeramente.
Caminó alrededor del sillón, su presencia aún me envolvía, pero ahora yo también jugaba a sus propios juegos.
—Eres intrigante, lo admito —dijo finalmente, su voz es más contenida—. No muchas personas tienen el descaro de hablarme así. Pero ten cuidado, preciosa. Las llamas que intentas avivar podrían terminar consumiéndote.
Sonreí levemente, forzándome a aparentar una confianza que no sentía.
—Tal vez —respondí, alzando la mirada hacia él—. Pero no soy de las que se dejan quemar fácilmente.
Su risa fue baja, gutural, y por primera vez, se apartó un poco.
Parecía divertido, aunque no podía ignorar el brillo peligroso que aún residía en sus ojos y tampoco pude olvidar quién era en realidad.
—Eres más interesante de lo que imaginé. Quizás, después de todo, valga la pena tomarme mi tiempo contigo. —Sus palabras eran un arma de doble filo, pero yo sabía que ese era mi momento de tomar la delantera.
Me puse de pie, despacio, asegurándome de no mostrar un solo signo de vacilación.
Mi corazón latía con fuerza, pero cada paso que daba hacia él era una declaración silenciosa de que no me dejaría intimidar.
Ahora estábamos cara a cara, y aunque él era más alto, me aseguré de que mi mirada no vacilara.
—¿Y si fuera yo quien te invitara a jugar? —dije con calma, inclinándome ligeramente hacia él—. Pero con mis reglas.
Por un instante, el silencio se hizo insoportable.
Luego, él dio un paso atrás, inclinando la cabeza con una sonrisa que no lograba ocultar su desconcierto.
—Me gusta tu espíritu, preciosa. Veremos cuánto puedes mantenerlo. —Dicho esto, giró sobre sus talones y se dirigió hacia la puerta, dejándome sola en el cuarto rojo.
Cuando la puerta se cerró detrás de él, dejé escapar un suspiro de alivio.
Mi cuerpo aún temblaba, pero mi mente estaba más clara que nunca.
Había logrado sembrar una pequeña duda en su control absoluto.
Y sabía que, si quería sobrevivir, tendría que seguir jugando su juego, pero siempre con la intención de ganarlo.
Un par de horas después, el sonido del cerrojo me hizo volver a la realidad.
Estaba casi quedándome dormida en el sillón donde antes estuve sentada, y fui interrumpida por él.
La puerta del cuarto rojo se abrió lentamente, y ahí estaba él, La Rata, con la misma seguridad que lo envolvía como un manto.
Pero esta vez, algo en su porte era distinto.
No era solo el hombre dominante y peligroso que había entrado antes; ahora había algo más en su mirada, también había un sentimiento de amabilidad que apenas podía ocultar.
En su mano llevaba una bolsa negra de diseñador.
El contraste entre el lujo de esa bolsa y las paredes austeras del cuarto era un recordatorio de que él jugaba en un mundo al que yo no pertenecía, pero al que, por algún retorcido motivo, había decidido arrastrarme.
—Te invitaré a cenar esta noche —dijo, dejando la bolsa sobre la mesa frente a mí—. Es mi manera de… suavizar las cosas entre nosotros. Para que puedas tenerme confianza y sepas quién soy en realidad y cuáles son mis intenciones contigo.
Lo miré con cautela, sin moverme de mi lugar.
La desconfianza era mi única aliada en ese momento.
—¿Y cuál es el verdadero motivo? —pregunté, cruzando los brazos. No iba a ceder tan fácilmente y que así él pensara que con regalitos caros iba a comprarme como lo harían otras chicas en mi lugar.
Su sonrisa ladeada me hizo sentir como si estuviera disfrutando más de la situación de lo que debería.
—¿Siempre tienes que cuestionarlo todo? —respondió, inclinándose ligeramente hacia mí—. Solo acepta la invitación. Ponte esto —señaló la bolsa—, y baja al salón en una hora. Quiero verte… diferente y vestida para la ocasión.
Su tono era una orden disfrazada de cortesía, y ambos lo sabíamos.
No respondió a mi pregunta, lo cual solo confirmaba que había algo más detrás de aquella cena.
Pero si él quería jugar, yo estaba lista para seguir moviendo las piezas.
—¿Y si no me apetece? —desafié, sosteniendo su mirada.
La Rata soltó una risa baja, casi como si estuviera encantado con mi resistencia.
—Te sugiero que lo hagas. No quieres hacerme enfadar. —Su tono se volvió más serio, su mirada más oscura, recordándome que él tenía la ventaja en este juego.
Sin esperar mi respuesta, se giró y caminó hacia la puerta. Justo antes de salir, se detuvo y, sin mirarme, añadió:
—Tienes una hora para arreglarte. Por favor, no tardes. —Y con eso, la puerta se cerró tras él, dejándome sola con la bolsa.
Me quedé inmóvil por unos segundos, observando la bolsa como si fuera un objeto peligroso. Finalmente, me levanté y la abrí. Dentro, encontré un vestido n***o, largo y elegante, acompañado de tacones y un pequeño estuche con maquillaje.
Todo gritaba lujo y control.
"Esto no es solo una cena", pensé.
Era una estrategia, un movimiento calculado en su juego para probarme, para ver hasta dónde estaba dispuesta a llegar.
Respiré profundamente.
Si iba a enfrentarme a él, lo haría bajo mis propios términos.
Agarré el vestido y me dirigí al pequeño baño del cuarto, estaba lista para cambiarme y demostrarle que no importaba qué tan peligrosa fuera la cena, yo sería quien dictara las reglas esta vez. Y no iba a dejarme ganar de él, por nada del mundo. Así, sus amenazas se hicieran presentes en el momento.
Cuando miro mi reflejo en el espejo del baño, me costó reconocerme, me veía totalmente diferente a lo que siempre fui antes de todo esto.
El vestido se ajustaba perfectamente, resaltando cada curva de mi cuerpo, mientras el maquillaje en el estuche daba un aire sofisticado a mi rostro que contrastaba con mi usual simplicidad.
Era como si me estuviera transformando en una versión de mí misma que no conocía, una pieza más en el tablero de su juego.
Pero no era una transformación completa.
Dentro de mí seguía ardiendo la resistencia, la determinación de no ser solo una ficha más en sus manos.
Si él quería una mujer que pudiera seguirle el ritmo, eso era lo que tendría... pero con un giro que no esperaba.