Una vez estuve lista, caminé hacia la puerta del cuarto rojo dispuesta a salir.
La tela del vestido acariciaba mis piernas con cada paso, y los tacones resonaban en el suelo, un eco que me hacía sentir más poderosa de lo que debería en esa situación. "Juega el juego, pero no te pierdas en él", me repetí mentalmente. No podía permitir perder el control de la situación y caer fácilmente ante él, esa no era la idea, para ello, mejor sería no jugar a nada y dejarlo que siguiera con su rol de dominante.
El salón estaba iluminado tenuemente, con una mesa larga en el centro cubierta por un mantel blanco impecable y dos velas que parpadeaban como si estuvieran al borde de apagarse.
Él ya estaba ahí, esperándome, dándome la impresión de que era un hombre al que le gustaba mucho la puntualidad y del que odiaba que lo hicieran esperar.
De lo contrario, y si le fallabas, era más que una probabilidad que él terminara por no darte una segunda oportunidad de una cita con él.
Él llevaba puesto un traje n***o, perfectamente entallado, que hacía resaltar su figura.
Su presencia llenaba el espacio, y sus ojos me recorrieron de arriba hacia abajo, siendo lentos y deliberados, como si estuviera saboreando cada detalle de mi presencia y de mi cuerpo.
—Te ves… espectacular. —Su voz era baja, parecía casi un susurro, pero cargada de intenciones que no necesitaban explicación alguna.
No respondí de inmediato, acercándome a la mesa con pasos medidos. Sabía que cada movimiento era observado, que cada detalle era analizado. Me detuve justo frente a él y, con una leve sonrisa que sabía que lo desconcertaría, respondí:
—Puedo decir lo mismo de ti. Parece que ambos sabemos cómo vestir para una ocasión especial.
Él sonrió, pero esa chispa de control que siempre llevaba parecía tambalearse, como si el hecho de que yo jugara en su mismo terreno le resultara inesperado. Tiró de la silla para que me sentara, un gesto que no sabía si interpretar como cortesía o estrategia.
La cena comenzó en silencio, pero no el tipo de silencio incómodo que para cualquiera sería imposible de soportar.
Era más bien uno cargado de tensión, un pulso invisible que se alineaba entre ambos y del que ninguno estaba dispuesto a romper primero.
Finalmente, él habló, rompiendo el hielo con una pregunta cargada de intención:
—Dime, ¿qué esperas de esta noche, Aria?
La forma en que pronunció mi nombre hizo que un escalofrío recorriera mi espalda, pero no me dejé intimidar.
Lo miré a los ojos mientras dejaba el tenedor suavemente sobre el plato.
—Supongo que lo mismo que tú, La Rata. Conocernos, ¿no es eso lo que querías?
Llamarlo por su apodo era difícil, y más para cuando se trataba de nombrarle como si fuera una animal de esas que todos odiamos ver pasearse con tranquilidad por las calles.
Su sonrisa se ensanchó, pero sus ojos permanecieron tan serios como siempre.
—Conocerte, sí. Pero creo que hay algo más detrás de esa respuesta. Tienes una manera de hablar que hace que todo suene como un desafío complicado de jugar.
Me incliné ligeramente hacia adelante, jugando con la copa de vino entre mis dedos, dejando que mi voz adoptara un tono más bajo, más íntimo.
—Tal vez porque todo contigo parece un desafío. Quizá esa sea tu naturaleza. ¿Siempre haces que todo sea un juego de poder? Porque tengo entendido que a eso te dedicas, ¿No es así?
Él se ríe suavemente, dejando la copa en la mesa antes de apoyarse en el respaldo de su silla, como si estuviera disfrutando del momento.
—No todo. Pero contigo es diferente. No puedes culparme por querer descubrir qué tan lejos puedes llegar.
—¿Y quién dijo que soy yo la que tiene que llegar lejos? —pregunté, levantando la ceja en un gesto de curiosidad fingida.
Hubo un instante de silencio en el que nuestras miradas se encontraron, y el aire entre nosotros pareció volverse aún más denso. Sabía que estaba empujando los límites, pero también sabía que él disfrutaba del juego tanto como yo.
Finalmente, La Rata se inclinó hacia adelante, rompiendo la distancia que nos separaba.
—Tal vez ninguno de los dos tiene que llegar lejos, Aria. Tal vez estamos justo donde debemos estar.
Su proximidad era sofocante, pero no me dejé llevar.
Me recosté en mi silla, creando espacio entre nosotros, y tomé un sorbo de vino antes de responder.
—Eso lo decidiré yo, no tú.
Su risa baja llenó el salón, pero esta vez había algo diferente en ella, algo que me hizo sentir que, aunque yo creyera estar en control, él aún tenía un as bajo la manga.
—Lo estás haciendo bien —dijo finalmente, levantando su copa para brindar—. Muy bien.
Choqué mi copa con la suya, sabiendo que, aunque esta partida acababa de empezar, el verdadero enfrentamiento estaba aún por venir. Y yo no pensaba perder.
La cena siguió con naturalidad, en ningún momento se nos hizo incómodo estar presentes el uno con el otro, al contrario, nunca antes me había sentido tan cómoda al compartir el mismo lugar con un hombre a pesar de que no lo conocía, y era muy extraño, era sumamente aterrador y raro que la rata provocara estos sentimientos que eran totalmente ajenos y nuevos para mí.
Llegó el momento del postre, la servidumbre del mafioso apareció con una bandeja de un postre que yo conocía muy bien que era: un flan de caramelo, que sería acompañado por helado de brownie. No era un postre muy elegante que digamos para que fuera perfecto de acompañar en esta ocasión, pero supuse que si este había sido el que habían preparado, seguramente ha de ser porque era el postre favorito del hombre con el que estoy cenando justo ahora.
— ¿Cómo? ¿No me digas que el brownie es tu sabor de helado favorito y tu postre es el flan de caramelo y para no complicarte en decidir cuál de los dos pedir de postre te decidiste por ambos y pediste que los sirvieran juntos, es cierto? — comenté, sintiéndome feliz de saber que al menos había algo en la cena que seguiría marchando muy bien, y que me hacía muy feliz, puesto que este postre y ese sabor de helado también eran mis favoritos.
Él sonrió.
— Acertaste. Lo sé, sé que suena un poco infantil que haya pedido esto para postre, pero es que es el único postre en el mundo que me gusta mucho. Además, no sabía tampoco cuál sería tu postre favorito, y pues bueno, por eso aquí tienes de ambos, para que mires de cuál de los dos quieres comer, o si quieres comer de ambos, por mí no hay problema.
Por primera vez y en todo este tiempo que transcurrió la cena, ambos nos dimos la oportunidad de conocer nuestros lados infantiles, y es que hasta en ellos éramos muy iguales, al parecer teníamos los mismos gustos para todo, y después de una cena tan espléndida como la que tuvimos ahora, un postre un tanto sencillo y delicado como lo era este flan de caramelo con helado de brownie nos pondría muy felices y nos serviría para calmar la tensión y la atracción s****l que llenaba el aire a nuestro alrededor.