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1287 Words
Abrí los ojos lentamente. Lo primero que sentí esta mañana fue el aroma a pan recién horneado y té, que casi al instante abrió mi apetito. Inspiré profundo y me senté en la cama, estirando los brazos antes de sentir el dolor punzante en la espalda. —¡Auch! —exclamé adolorida, sin poder evitarlo, recordando su último enfrentamiento –un par de días atrás–, y del cual había sido salvada por Adam. Preocupada por si me había quedado alguna marca visible, me levanté de la cama y caminé en dirección al enorme espejo que había en mi cuarto. Desde el otro lado, una chica esbelta, de cabello oscuro largo hasta la cintura y con ojos grises, me devolvió la mirada. Una sonrisa cansada se dibujó en el rostro de la chica del espejo, una que demostraba lo exhausta que estaba de tener que revisar cada mañana su cuerpo, en busca de algún golpe. Sin embargo, era algo que no podía evitar hacer. Ahí, en uno de mis omóplatos, veía un leve moretón que ya comenzaba a desaparecer. Si presionaba o alzaba los brazos dolía, pero por lo demás, todo se veía bien. Gracias a Adam, que me había salvado. Pero no sabía cuánto más podría aguantar esa situación. Nadie más sabía acerca del acoso de aquellas chicas. Pese a que era un error, había elegido no contarle a mi familia para no preocuparla: mis padres no necesitaban saberlo y mis tíos tenían otros asuntos más importantes que atender, como la empresa familiar. En la escuela sabía que nadie me creería y la razón era simple: no eran solo un par de chicas quienes me acosaban, eran muchas chicas, todas de distinto año e incluso con ayuda de algunos chicos. Aún no había hecho ninguna amiga, la timidez podía jugarme muy en contra cuando estaba en otro país, pero el acoso me había vencido de intentarlo. No quería arrastrar a nadie a esos problemas, por eso sólo dejaba que Adam me ayudara. Además, me había dejado las cosas claras: si no dejaba que él me defendiera, no dudaría en contarle todo a mis tíos. La única persona, o mejor dicho, el único chico de quién podría esperar algo, me ignoraba casi todo el tiempo… Suspiré, mientras comenzaba a vestirme para iniciar un nuevo día. Las primeras semanas que había pasado allí, mi primo me había ignorado olímpicamente, hasta el punto de hacer como si yo no estuviera allí. Obligado a saludarme por mera cortesía familiar, me dirigía un par de palabras gélidas y cortantes sólo si alguien más se hallaba presente, pero el resto del tiempo, pasaba a su lado sin mirarme siquiera. Como mis tíos se encontraban de viaje muy seguido, por el papel de las empresas, la mayoría del tiempo solamente estábamos nosotros dos solos… o, más bien, yo sola. Ethan insistía en encerrarse en su cuarto la mayor parte del tiempo. En la escuela las cosas no habían sido muy distintas. El primer día, Ethan me había dejado las cosas claras: no quería que nadie allí supiera que éramos familia. Y así era como todo había salido mal. Chris había comenzado a romper esa pequeña regla y había pasado de mirarme en silencio, a pasar a mi lado en los pasillos y luego, a iniciar conversaciones conmigo. Incluso la semana pasada, me había invitado a almorzar con sus amigos en la cafetería de la escuela. Esas pequeñas muestras de amistad me habían costado caro. ¿La razón? Ethan y Chris eran los chicos más populares de la escuela, básicamente todas las chicas se encontraban tras ellos. Y yo, obteniendo una atención no deseada, me había convertido en algo así como la enemiga pública número uno. “Ni que fueran a creernos de todas formas”, pensaba, mientras peinaba mi largo cabello frente al espejo. Después de todo, nosotros dos éramos como el agua y el aceite, tanto en apariencia como en personalidad. ¿Quién podría creer que en verdad éramos primos hermanos? A veces ni siquiera yo podía creerlo. Sacudí la cabeza finalmente, alejando aquellos pensamientos, y opté por un vestido veraniego, que tapaba perfectamente el moretón, antes de salir al pasillo. A pesar de que el invierno ya había pasado y de que los días habían vuelto a su calidez habitual, solían haber algunos días fríos. Como aquél, por ejemplo, en donde las nubes se dibujaban oscuras y amenazantes, y el viento agitaba las copas de los árboles más altos. Sin embargo, dentro de la mansión, la temperatura era agradable, lo suficiente para al menos usar un vestido. Tenía hambre y ansiaba desayunar, por lo que sin dudar me calcé mis sandalias favoritas y salí a toda prisa al pasillo principal, directamente hacia las escaleras más cercanas. Encontrarme con Ethan, tal y como siempre sucedía, fue un completo accidente. Muy por el contrario, chocar con él, como solía darse en algunas ocasiones, solo era una prueba de mi torpeza. Él se balanceó, intentando no perder el equilibrio, y me alcanzó a sujetar, antes de que tropezara. Lo miré con sorpresa, encontrándome de frente con sus ojos azules. Para mi desgracia, el encuentro no duró demasiado tiempo. —¡Cuidado! —exclamó él, mientras soltaba mi mano con prisa, al ver que ya no había peligro. De inmediato, una sonrisa presumida adorno su rostro, el único otro gesto que tenía, además de su seriedad—. ¿Vas a desayunar, prima? Se ve que estás hambrienta. ¿Acaso lo estabas también hace unos días, cuando casi me matas en la escuela? ¿Acaso aquello había sido una broma? Sentí vergüenza de tal acusación, pero al mismo tiempo, felicidad. Mi primo me hablaba y, al parecer, estaba de suficiente buen humor como para hacer una broma. No podía perder esa oportunidad de estar más cerca. Iba a sacarle la lengua, a responder con alguna otra cosa, cuando nuevamente volví a encontrarme con sus ojos. Y de pronto, tal y como hace unos días, recordé el beso. De inmediato perdí el habla, y mientras mis latidos aumentaban, sentí la sangre llegar a mi rostro. Probablemente me había sonrojado, todo bajo la atenta mirada de él. “Basta ya”, me ordené a mí misma. “Fue solo un estúpido sueño”. Un estúpido sueño que, sin embargo, llevaba meses repitiéndose y sobre el cual no tenía control. Aunque, por fortuna y desgracia al mismo tiempo, el sueño era idéntico pero cada vez con más detalles, como si fuera una historia que estuviera escribiéndose poco a poco. Siempre se trataba del mismo sueño en donde Ethan y yo nos besábamos. Incluso si cerraba mis ojos, podía recordarlo. Ambos estábamos sentados, uno frente al otro, y él lentamente tomaba mi mano. Algo pasaba entonces y él caía sobre mí, besándome por accidente. Avergonzado él retrocedía, pidiendo perdón por aquello… sólo para empezar a reír en cuanto yo le señalaba que ahora tenía lápiz labial en sus labios. Pero desde que conocía a mi primo, él jamás se había reído, no como el muchacho de mi sueño que parecía adorar reír y cuyos ojos brillaban sólo con verme… Así que sí, sólo podía ser un sueño. Pero al mismo tiempo… era más que un sueño. Tenía que serlo si soñaba con lo mismo tantas veces, ¿no? —Como sea… —Ethan habló nuevamente, al ver que no hacía nada más que quedarme callada. De pronto, su mirada se había ensombrecido levemente—. Iré a desayunar. No dijo nada en absoluto, solo me quedé mirándolo mientras se marchaba por las escaleras. La tristeza me invadió de repente. Sabía que había arruinado una buena oportunidad. Y dolía…
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