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3475 Words
El sonido de las campanas, que diariamente anunciaba el fin de la jornada escolar, resonó en el aire… Lancé un pequeño grito al tropezar hacia atrás, perdí al aire al chocar contra la reja y caí al piso. —¡Zorra! —aquella palabra me hizo apretar sus puños con extrema fuerza, pero guardé silencio. Desde mi primer día en esa escuela había aprendido rápido y esa experiencia acumulada, me decía que callar era siempre mucho mejor que intentar defenderme. Solo eran un par de insultos y golpes, y luego todo acababa. Pues bien, ya había caído al piso. “Sólo un poco más”, pensé, en un vago intento de darme ánimos. Alcé la vista y miré de reojo a mis atacantes. Una de las chicas frente a mí lloraba como si se tratara del fin del mundo, mientras que la otra intentaba consolarla en vano. —Tranquila, Rebeca —susurraba, mientras la abrazaba con cariño—. Estás siendo muy valiente. —¿Tú crees, Amy ? —sollozaba la chica. Al instante las odié a las dos. “Claro que sí”, pensé, sintiendo asco ante tal escena. “¿Quién no es valiente cuando tienes a una matona que hará lo que quieras?” Y miré finalmente a la muchacha que me había golpeado. Supe al instante que debía tratarse de una chica de último año de preparatoria, incluso recordaba haberla visto por los pasillos de la escuela, aunque lucía más pequeña que las otras dos. Pero eso daba igual, ahora sabía que tenía una enemiga más y que debía cuidarme de ella. —¿Por qué hacen esto? —pregunté mientras se levantaba. Pregunta idiota, era más que obvio. Era por Ethan. El dolor se extendió por mi cuerpo al hacerlo, pero mis padres no me habían educado para tener que ver a alguien desde el suelo. Sin decir nada, la chica de un año mayor me tomó por el cabello y me alzó, sacándome un grito de dolor. —¡Basta! —Eres una zorra hipócrita, ¿verdad, Thompson? —la chica llamada Rebeca, la que lloraba, avanzó temblando de rabia hacia mí—. Te encanta llamar su atención de cualquier manera. —Fue un accidente —intenté excusarme, pero me obligue a morder mi lengua. Debía aprender a callarme de una vez. No importaba lo que dijera, nadie jamás me creía. En esa escuela solo importaba lo que otros veían y decían. Hoy, por distraída, había tropezado durante la segunda hora y como resultado, había hecho tropezar también a Ethan, mientras caía al piso rodeada de libros y cuadernos. “Ten más cuidado”, había dicho él, con una mirada preocupada, luego de ayudarme a ponerme de pie. “Ten más cuidado... y te metes en un problema así”, pensé, soportando el dolor. “Bien hecho, Natalie, no sirves ni para obedecer algo tan simple”. Pero ya era tarde. Estaba sola y definitivamente, Ethan Wells, uno de los chicos más populares de mi preparatoria, no llegaría como un superhéroe a rescatarme. —¡Natalie! Abrí los ojos al oír cómo me llamaban, profundamente aliviada. Sí. Definitivamente Ethan no llegaría… pero no estaba sola. —¡Rayos, es él! —gritó la chica de mayor edad, hablando por primera vez—. ¡Debemos irnos! Esa voz tan bien conocida por toda la escuela, fue suficiente para espantar a mis matonas del día. En un segundo, me vi libre y sola en el piso, mientras las otras chicas huían. No pude evitar dejar escapar un suspiro de alivio puro, al sentirme a salvo por el momento. Miré a mi rescatista correr hacia mí y no pude evitar sentirme agradecida. A pesar de ser bastante alto y tener ambos casi la misma edad, para mi gusto seguía teniendo el rostro de un niño. Su cabello castaño, usualmente en perfecto orden venía desordenado, y sus ojos oscuros traían una mirada más seria de lo habitual. Tenía el labio partido y un pequeño corte sobre la ceja izquierda... “¿Otra pelea?”, pensé, inevitablemente preocupada. De pronto, él se encontraba arrodillado frente a mí, observándome de la misma manera en que yo lo miraba. —¿Se encuentra bien, señorita Natalie? —Sí… Adam —le sonreí dulcemente, aunque no consiguió aliviar la preocupación en el rostro del chico. —¿Me permite examinarla? —preguntó con educación. Asentí y él se inclinó sobre mí, para revisar las posibles heridas que hubiesen quedado. Por un segundo, cerré los ojos y permití que el cálido aroma de Adam me envolviera, notando también lo cansada que estaba. Él palpó algunas partes de mi cuerpo y, conforme con no encontrar nada grave, se apartó para sonreírme con alivio. —Es bueno, no se ha hecho demasiado daño. Asentí nuevamente. —Tú, en cambio, te ves desastroso —me acerqué levemente y toqué su labio, pero él se apartó al sentir dolor. —Lo lamento, me he demorado demasiado en salir del vestidor luego fue la clase de deportes y no he podido recogerla a tiempo —se disculpó, evidentemente arrepentido—. Fue mi error. Me encargaré de cancelar esa clase. Supe que mentía. Adam era tan responsable y organizado que simplemente resultaba imposible que se demorara por cuenta propia. De seguro alguien más se había encargado de ello. “¿Cuántos chicos te habrán atacado esta vez, para que esas chicas hayan ganado minutos para atacarme a mí?”, pensé entre molesta y entristecida. —No es necesario que canceles tus clases por mí. Fue mi culpa también, me he… confiado —mentí, mientras que él me ayudaba a ponerme de pie—. También tardé mucho y creí que llegaría a la entrada más rápido si me iba por aquí y… me las he topado por accidente. Si a “accidente” le llamaba que me arrastraran por la fuerza a aquel lugar solitario, sí, podía decir que había sido un accidente. Busqué verme tranquila, para que mi historia fuera creíble, pero no conseguí nada más que él frunciera sus labios, consciente de mi mentira. Sin embargo, no dijo nada más y yo se lo agradecí. Soy una chica común y corriente, había llegado a vivir a la casa de mis tíos en Estados Unidos para terminar con mis estudios, vine de Inglaterra, voy en tercer año de preparatoria y tengo 17 años. Y claro, también soy la futura heredera de las empresas de mi familia, ubicadas en Inglaterra, aunque esto último solo es un secreto que algunas personas conocen. Busco sentirme normal la gran parte del tiempo, aunque eso resulte complicado. Y, por cierto, mis tíos, con quienes estoy viviendo, son dueños de otra poderosa empresa internacional. Pero eso no es lo importante aquí, al menos no todavía. Para mí, vivir y estudiar en Estados Unidos había sido una experiencia que anhelaba sentir, hasta que las pequeñas amenazas y acosos comenzaron a surgir. Por suerte, el chico que pocos minutos atrás me había rescatado, Adam, siempre estaba a mi lado y me cuidaba la mayoría del tiempo… aunque no siempre podía estar cerca de mí para evitar el peligro. —Gracias por ayudarme. Decir “gracias” era poco en comparación a todo lo que en verdad deseaba decirle, pero él siempre solía entender mis silencios. Adam era, sin duda, el chico más comprensivo que hubiera conocido nunca. Sin embargo, no era perfecto. —Sabe que mi único deber es protegerla, señorita Natalie —comenzó él, utilizando aquel molesto título que solía incomodarme—. Si es como me lo han especificado en casa, sólo para eso estoy con usted, para que yo la cuide. Y tras decirlo se inclinó con deferencia, provocando que me sonrojara y mirara hacia los lados, deseando que nadie más hubiera visto eso. Era cierto. Adam no era lo que se decía exactamente un joven normal –y si nos ponemos a pensarlo detenidamente, yo tampoco lo era–, a pesar de ser uno de los estudiantes con mejores notas de la escuela y un hábil deportista muy deseado por todos los clubes, Adam en verdad llevaba una vida muy diferente al salir de la escuela. Era mi guardaespaldas personal, para tranquilidad de mis tíos y demás familiares. —Ya lo sé, pero nadie puede enterarse de eso —susurré, mientras lo veía enderezarse al fin—. Se supone que por ese motivo, eres alumno de esta escuela. Él miró al cielo, ignorando por completo mis palabras. —La llevaré a casa —decidió entonces—, oscurecerá pronto. *** Apenas cruzamos la enorme puerta de entrada, busqué un sofá para tomar asiento. Anhelaba un largo baño y una deliciosa taza de té. Planeaba subir a mi cuarto a descansar, cuando Adam me preguntó si deseaba algo de comer. —¿Puedo acompañarte a la cocina? —pregunté esperanzada. Él siempre accedía a mi petición—. Podemos tomar el té juntos. —Claro —aceptó él con tranquilidad—, pero yo cocinaré. Solté un resoplido que pasó inadvertido para él, mientras lo seguía en dirección a las cocinas. Una de las ventajas –y al mismo tiempo desventajas–, de vivir en una casa tan grande, era que siempre había suficiente espacio. Las cocinas, por ejemplo, eran enormes. Me encantaba cocinar, pero como en casa los sirvientes no me permitían hacer ese tipo de cosas, no había podido desarrollarlo tan bien como quería. En una situación como era cambiarme de casa donde mis tíos, cabría esperar que Adam me lo permitiera, pero durante mi primer día me había hecho una herida y él me había prometido no volver a dejar que tomara un cuchillo. “Y ni siquiera fue mi culpa”, suspiré avergonzada, al recordar aquel incidente. “Fue porque vi a…” —¡Natalie! ¿Estás aquí? Aquella voz interrumpió mis pensamientos y, de paso, consiguió sorprenderme. Un chico había entrado a las cocinas, consiguiendo que todo el mundo detuviera lo que estaba haciendo sólo por verlo. —¡Hola! ¿Cómo están? —saludó, como si su presencia allí fuera algo perfectamente normal—. Vaya, hace mucho que no venía por aquí… Una de las sirvientes lanzó un leve grito por la sorpresa de verlo, mientras que el mayordomo principal de la mansión –aquel hombre que se encargaba de que todo estuviera en orden–, atravesaba la puerta justo detrás de él. —Señorito, no era necesario que… —Tranquilízate, no hay nada malo con que baje, después de todo, aquí me conocen desde que soy un niño —insistió el chico, sonriendo con encanto—. ¿No es cierto? —Sí —respondió el mayordomo, con un tono entre reproche y afectuoso—. Desde que usted y el joven amo gustaban de condimentar los platillos solo con picante. —Y eran buenos tiempos… —la voz fue avanzando por la cocina, hasta llegar a donde estaba junto a Adam, quien justamente estaba sirviendo un poco de té—. ¡Adam! –saludó, emocionado–. ¿Cómo estás? Justamente hoy me decía que nos hacías falta al club de lucha, ¿has pensado en mi oferta de unirte? —No, gracias —respondió Adam de forma calmada—. Yo no peleo. —Sí, ese labio partido me convence de tu argumento, casi tan bien como el ojo morado de la semana pasada… —continuó él—. Confiesa, peleas en un bar por dinero, ¿verdad? En respuesta, Adam solo le ignoró y no pude evitar soltar una risa, al ver al recién llegado intentar descifrar una respuesta en la gélida expresión de Adam. Entonces él me notó y, por fin, volteó a verme. —¿Qué tal, Natalie? —preguntó educadamente, esbozando una sonrisa. Sus ojos oscuros como el carbón se fijaron sobre los míos—. Por cierto, ¿qué haces aquí abajo? Estuve buscándote por todas partes. Sonreí como respuesta, sin saber muy bien qué decir. Sabía que mi comportamiento era extraño para otros miembros de mi familia, pero Adam era mi único amigo y a pesar de que otros sirvientes veían con reprobación que yo –la protegida principal de la familia–, pasara tanto tiempo en las cocinas, tampoco me lo impedían. A mí me gustaba y solo eso bastaba. —Sólo tomaba té —respondí, tomando entre mis manos la pequeña taza de té que Adam me había servido—, ¿y usted? ¿Qué hace aquí, joven Chris? En ese momento, Chris Nolan abandonó su usual sonrisa, sólo para arrojar un suspiro cansado. De pronto tomó asiento en la mesa, exhausto, y recibió la taza de té extra que Adam acababa de servir con completa tranquilidad. —Vine a terminar una tarea para la escuela —explicó, mientras añadía cubos de azúcar a su té. Me fijé sin querer, en que su cabello azabache era demasiado largo—. Y por cierto… –añadió, frunciendo su ceño en mi dirección—, te he dicho que no me trates tan formalmente. Dime solo Chris, C-H-R-I-S —insistió—. Solo llevas viviendo dos meses aquí, pero somos amigos, ¿cierto? —C-Cierto —respondí con un suspiro. El chico de ojos negros no pudo evitar sonreír, satisfecho con lo que había conseguido—. Me refería a… ¿Qué haces en la cocina? —Bueno, la verdad es que me escapé —confesó con completa calma, mientras recogía un pequeño pastel que Adam había dispuesto para acompañar el té. Yo también tomé uno—. El idiota me tiene loco allá arriba con tanto estudio. Creo que tuvo un mal día. “Qué coincidencia”, suspiré, haciendo una mueca involuntaria. —Y creo que tú también —continuó Chris con una actitud más seria. Con discreción alzó su mano y la llevó hasta mi rostro. De inmediato me tensé, no estaba acostumbrada al contacto de otros, solo al de Adam. El chico simplemente llevó un mechón de mi cabello tras mi oreja—. Te ves cansada, Natalie… ¿Acaso fue por la caída de esta tarde? —sonrió—. Confieso que a mí casi me matas de un susto, ¿pero a él? ¡Casi lo mandas a volar! Me pregunto si de verdad fue un accidente o si tu plan era que se cayera por las escaleras. Reí con lo último que dijo. Chris era usualmente serio con otras personas, pero siempre que lo quería podía hacerme reír. Solo habíamos hablado un par de veces en lo que llevaba viviendo allí, pero en todas esas ocasiones él se había mostrado amable. De pronto, Adam y los demás sirvientes que se encontraban allí miraron hacia la puerta con deferencia. Mi corazón se aceleró y Chris suspiró derrotado, como si presintiera que su tiempo de distracción había terminado. —Me encontró —exclamó, con aire trágico—, ¡Natalie, acaba con mi sufrimiento! No respondí, solo bajé la vista concentrándose en no ponerme demasiado nerviosa ya que por la puerta de las cocinas, acababa de entrar él. Uno de los chicos más populares de la preparatoria, el joven “amo” de la casa y el único hijo de mis tíos. Y lo peor de todo…mi primo hermano. Ethan Wells. Como siempre hacía, Ethan avanzó con la cabeza erguida hasta nosotros. Sólo me bastó una mirada para entender a lo que se refería Chris con “mal humor”. Ethan tenía unas marcadas ojeras en su rostro. Para mí era obvio que llevaba durmiendo muy poco, así que lo más seguro era que su paciencia fuera escasa este día. —Chris… —habló el recién llegado, mirándolo con reprobación—. ¿Qué haces aquí? —Es la hora del té —explicó el aludido con burla, imitando a la perfección el acento británico. No pudo evitar verlo con una sonrisa nerviosa—. Solo faltas tú, Sir Wells, ¿te gustaría unirte a nosotros? Ethan miró fijamente hacia Chris, mientras meditaba su invitación antes de dar una respuesta. O eso creía yo, pero no me atrevía a mantener fija la mirada sobre él “Sí por favor, di que sí”, esperé, con la vista fija en mi pequeña taza de té, “di que sí, por favor, Ethan” —No —fue su respuesta, fría. Me esforcé por no dejar ver mi decepción ante tal contestación—. Y más te vale que subas pronto para que podamos terminar de estudiar o tendrás que pasar la noche aquí. —Sabes que por mí no hay problema —sonrió Chris con picardía. Tras eso giró hacia mí y lo miré más que sorprendida—. Señorita Thompson, ¿le gustaría recibirme en sus aposentos esta noche? Ante tal proposición, mis orejas no tardaron en arder. —¿Q-Qué? —Ya sabes —continuó, sonriéndome con encanto—. No dormiríamos en toda la noche, pero me encargaría de hacer que la pasemos muy… ¡Crash! De pronto, Ethan ya iba hacia la salida, arrastrando sin cuidado el cuerpo de quien era su mejor amigo. —¿Qué acaso no tienes sentido del humor? —reprochó—. ¡Me golpeaste duro, Et! —¡Sóbate entonces! —gruñó de mal humor sin dejar de caminar, arrastrando al indefenso Chris, que se limitó a bufar. Ya en la puerta, se detuvo un par de segundos, antes de voltear a verme de manera fija. —¿Cómo estás? —preguntó bruscamente, aunque con delicadeza en su mirada. No nos habíamos visto desde que habíamos chocado en la escuela. Me sonrojé involuntariamente. Desde que había llegado a vivir allí, eran muy pocas las veces que Ethan demostraba interés por mí. —B-Bien… —intenté formar una sonrisa, deseando que él no notara lo verdaderamente nerviosa que me sentía con su presencia—, muchas gracias por ayudarme hoy… Ante eso, Ethan simplemente asintió. Parecía dispuesto a irse cuando volvió a voltear. —Podríamos tomar el té juntos en otra ocasión, ¿verdad? —preguntó apresurado, como si también estuviera nervioso. Aquello me sorprendió y pareció notarlo, porque buscó explicarse lo mejor que pudo—. La tarea es importante y sin Chris, no consigo avanzar demasiado. Es por eso que… No terminó la oración, inclusive lucía un poco avergonzado de su petición. De inmediato, me apresuré a contestar. —¡C-Claro! —aquello me entusiasmó. Por fin podría pasar tiempo con mi primo, ya que en la escuela él se había negado rotundamente a dirigirme la palabra. Sonreí sin poderlo evitar—. Eso… realmente me haría muy feliz. Ethan se me quedó mirando fijamente durante unos cuantos segundos, aunque la expresión que había colocado era imposible de descifrar. Luego, asintió veloz y se dirigió hacia la salida. —¡Natalie, volveré! —exclamó Chris de manera dramática, mientras Ethan aún lo arrastraba por el piso—. ¡Pelearé contra cielo y mar para escapar de ese cuarto maldito y encontrarme contigo hoy, así que deja el pestillo de tu ventana abierto esta noche para…! Más golpes. —¡Con mi prima no te metas, idiota! —se oyó la voz de Ethan, resonando fuera de la cocina—. ¡Maldición, por eso odio que vengas aquí! No pude evitar sonreír divertida y Adam me miró con curiosidad. —¿No le molesta lo que dijo el joven Chris? Negué con la cabeza. —Yo sé que es una broma. Así es como Chris alivia la tensión. Es tan perfecto para arruinar los momentos, que va bien con Ethan, quien siempre actúa de forma seria. Adam asintió y siguió tomando su taza de té. En cambio yo, pegué la taza a mi mejilla, para sentir el calor y distraerme un momento. Necesitaba resolver aquellos sentimientos resurgidos e inútilmente enterrados una y otra vez, que nacían de nuevo ante la mera idea de pasar más tiempo con Ethan. Sentía como si algo revoloteara en mi estómago, parecido a la emoción de subir en una montaña rusa, pero a la vez muy diferente. Conocía perfectamente aquel nerviosismo, siempre que estaba con Ethan lo sentía. Y solo podía pensar en un recuerdo asociado a esos sentimientos. De algo que estaba bien y mal; algo que anhelaba ocurriera de nuevo pero sabía no se podía volver a repetir, algo extremadamente real y al mismo tiempo, sólo el sueño de un sueño… Un recuerdo enterrado en mi mente, de hace algunos años y del cual, Ethan era protagonista. Un beso. Mi primer beso.
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