Capítulo 2

1314 Words
La mañana de la ciudad de Capital es bastante fresca. Tal vez sea por eso que el ejecutivo Daniel Carter solo se encuentra con su chaqueta de su elegante traje de tres piezas. Se encuentra frente  a su computador y lee con atención los datos de producción de sus ranchos ganaderos. Una elegante secretaria que lo devora con la mirada en silencio y se  muerde los labios de puera lujuría. Deja salir todo el aire de sus pulmones antes de hablar. —Señor Carter— su dulce y suave voz llega hasta el hombre y este deja salir el aire y la mira y sonríe. —Dime, Alicia— los ojos avellanas brillan al ver aquella figura. ¿Cuántos  revolcones lleva? No lo sabe, pero lo que si sabes es que la mujer tiene sus mañas. —Los abogados de la firma Baker McKenzie SAS necesitan hablar con usted— ella lo mira a los ojos y ve en ellos una promesa. El hombre se tensa y de solo imaginar la  tierna boquita engullendo su pene lo pone realmente duro. Él carraspea su garganta para salir de aquel embrutecimiento s****l. —Hazlos pasar— le sonríe— nos vemos más tarde. Ella simplemente le sonríe complacida por aquella promesa. Dos  hombres elegantemente vestidos ingresan a la oficina donde se encuentra  a un hombre frente a su computador. —¿Cómo  les fue?— no los dejo ni saludar. El rostro de él es duro— ¿Entregaron la orden de desalojo? El más alto carraspea la garganta como tratando de ganar tiempo. El aire en la oficina se siente pesado y no augura nada bueno para ellos. —Bueno, una jovencita nos saco a tiro del rancho Buena Vista— dijo y lo miro a los ojos. Los ojos avellana escrutaron el rostro del que hablo. —¿Y eso a  mí que me importa?— los miro— no veo a ninguno herido. Y no me van hacer creer que una jovencita los saco corriendo como si ustedes fueran una mujeres o peor aún una  gallinas. El rostro  hosco de Daniel asusta a  los dos abogados. —Señor Carter— comenzó el otro a ver si tenía más suerte— esa señorita informo que su padre no está allá… —¿Si padre? ¿Hampton tiene una  hija?— lo interrumpió más molesto. —Bueno eso dijo ella—. Dijo el abogado que estaba hablando antes de ser interrumpido. —¿Qué  edad tiene la joven?— sus pensamiento maquina una nueva forma de venganza. Los abogados se miran y elevan los hombros. —Que,  tal vez veinte años  o veinticinco— dijo uno a atienda— la verdad se ve muy mujer y esta lindísima. Daniel se levantó y los hombres tragaron. Daniel mide un metro y ochenta y cuatro centímetros es fornido. Sus anchos hombros se notan a través de la camisa. —¿No están seguros?— se acercó a ellos de manera amenazante— lo que ustedes quieren es que sea yo quien haga el trabajo. Una idea que ahora le  parece la mejor. Los ojos brillaban con intensidad y su rostro que lo cubre una barba bien pulida se ilumina con una sonrisa con una dentadura perfecta. —Vamos a darle al señor Hampton una oportunidad para recuperar el rancho. Los abogados se miraron entre sí. —Pero señor,  usted gana con ese rancho, es grande y además… —No necesito que me digan nada de ese rancho. Lo conozco como la palma de mi mano— le interrumpió con brusquedad. —Lo siento…pero… Daniel los miro y en su mirada había un profundo odio. —Yo no he dicho que él vaya a recuperar el rancho…porque eso no lo vamos apostar— los miro con seriedad. Los abogados se confundieron con aquellas palabras. —Entonces… ¿Qué  va apostar?— pregunto el que se había mantenido callado. Él realmente le tenía miedo a Carter. Daniel Carter sonrió. —Yo apuesto el rancho y él apostara a su mayor tesoro— rio a carcajada— cuando venga de Estados Unidos se lo informa. Los abogados toman nota pero no comprende la forma errática según ellos de su cliente. —¿Su mayor tesoro?— pregunto el hombre más bajito— ¿Cuál? El más alto si comprendió las engañosa palabras del señor Carter. —Pero…esa mujer es una fiera— casi grito al recordar como  los apuntaba con la escopeta. Ella podría hasta matarlo. Daniel escucho con atención esas palabras. La mujer era interesante. —Sobra decirles que ellos jamás deben saber  quién soy yo realmente— les dijo y abrió la puerta y le indico que salieran— Yo solo soy un miserable vaquero que se gana el rancho por un golpe de suerte. —Nadie sabrá que  usted es un maestro de los juegos de naipe— dijo el abogado. —Ni tampoco diremos que es un magnate  de ranchos ganaderos de todo el país. —Ahora váyanse que tengo asuntos que hacer. Espero que la próxima semana el señor Hampton ya esté en su rancho y sobre todo me encuentre ahí. Los hombres se marcharon y él miro a la secretaria y esta entendió el mensaje. Alicia camino con paso elegante y lo miro a los ojos. —Eres una diablilla— le toco el rostro con cuidado para no dañar el arreglado maquillaje. —Solo hago lo que tú me pides— le ronronea la mujer. Él la miro y aunque tenía el palo duro no podía perder tiempo si quería ir al rancho esa misma noche. —Alicia ahora no tengo tiempo para esto— le dijo y él se dirigió a la silla y tal vez por eso no vio la cara de desilusión de la mujer — llama a mi novia y le dices que me llame en media hora  y le dice a Josefo que venga. La mujer hizo un puchero con la boca. —Si señor—  y salió de la oficina. Rato después llegó un hombre bajo con cabello largo hasta los hombros. —Alicia me dijo que me necesitas— dijo y se sentó al frente de él. Daniel lo miro y frunció el ceño lo veía un poco pálido. —Aun no me llaga el reporte de las ventas de esta semana— lo miro con furia— que está pasando con tu departamento. Si no puedes con el cargo solo dímelo. —Por favor Daniel, estuve enfermo la semana pasado y aun no me repongo— le comunico y saco una Tablet— ya te mande el informe. —Si estas tan débil tómate unas vitaminas y deja de tirar tanta tripa es lo que te tiene pendejo— lo regaño el jefe. —¿Yo? ¿Tirar tripa?— lo miro furioso— si tengo más de un mes que no huelo un culo. Daniel lo miro. Luego giro la cabeza de lado a lado mientras hacía chasquear la lengua. —Entonces está bien grave— él reprimo la sonrisa— si no puedes oler culo, todo se jodió. Josefo se dio cuenta que su amigo solo lo quería molestar. —¡Eres un cretino!— murmuro su amigo y asistente— sabes que yo no tengo esa dotes tuyas— lo miró con dolor— tal vez el tamaño tiene que ver. —¿Qué? ¡Lo tienes chiquitito!— reviso los informes. —idiota— le dijo y se levantó— deja de hablar de mi pene. La carcajada del amigo se hizo oír en la oficina. —Viajo esta misma noche— le comento. —Ya te tengo una casita destartalada en Terra Nova— le envió una foto y la dirección— ahora el problema va ser la tecnología.  
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