Capitulo 3

1548 Words
Tom se quedó parado ante la imagen que le atormentaba la vista. Un chico maltratado yacía en las escaleras, con los brazos en cruz. Le sangraba el labio y la nariz. El amigo matón de Austin rodó a Bill usando solo un pie. Austin le dio una fuerte patada en la columna con una rápida inyección de droga "Marica" de la garganta. Bill simplemente yacía allí, aguantando la paliza. Tom no aguantó más. Se lanzó entre la multitud y le dio un buen tirón al cuello de la camisa de Austin para que quedara frente a él. Algunos espectadores se quedaron atónitos ante la audacia de Tom. Austin abrió la boca para hablar, pero Tom lo interrumpió. —¡Guárdatelo, carajo! Deja de molestar a Bill. ¿Qué demonios te pasa?—, espetó, y arrojó a Austin con asco. Uno de sus matones intentó darle un puñetazo a Tom, pero Tom contraatacó y lo golpeó primero. Los espectadores se quedaron boquiabiertos. Fue entonces cuando Tom vio a Sophia entre la multitud. Tenía una expresión de alegría en el rostro mientras Bill se quedaba paralizado en las escaleras. Tom simplemente negó con la cabeza. Austin seguía sonriendo con sorna mientras Tom se abalanzaba sobre él, fingiendo un puñetazo. Vio que Austin se estremecía, y eso fue todo lo que necesitó. Entonces se giró hacia Bill, sin percatarse de su salvador, e intentó ayudarlo a levantarse. Mientras estaban juntos, un profesor entró al pasillo y vio a Bill apoyándose en Tom para levantarse. —Lo llevaré a la enfermería—, dijo Tom, y la maestra asintió. Bill lo miró con total confusión. ¿Por qué este desconocido de repente lo defendía cuando nadie más lo hacía? «Tiene que ser algún truco. Probablemente me gane a mí también», pensó Bill mientras se dirigían a la enfermería. Se sorprendió cuando Tom habló. —¿Crees que ya puedes caminar sola? No es por ser grosera, pero no quiero que me agarres todo el camino—, dijo con una sonrisa. Bill asintió y la soltó. Solo les quedaban dos pasillos para llegar a la enfermería. —¿Y bien de tu espalda? Bueno, te dio una patada muy fuerte —preguntó Tom, rompiendo el incómodo silencio. Bill parecía meditar la respuesta. —Deja de doler después de un rato, pero justo cuando lo hace, sí, duele—, dijo, mirando a Tom solo un segundo. Tom asintió. —¿Vas a vivir?— preguntó Tom riendo. —Eh... claro. ¿Qué clase de pregunta es esa? —preguntó confundido. —Vaya, ¿de verdad no hablas mucho? Solo era sarcástico, no pensé que fueras a morir—, dijo, deseando en silencio que Bill volviera a mirarlo a los ojos. Bill hizo una "o" con los labios ensangrentados, asintió y escapó con un —lo siento—. Tom se quedó mirando la sangre, que aún se secaba, alrededor de su fosa nasal y su labio inferior. Llegaron a la oficina. Tom abrió la puerta para Bill, quien parecía sorprendido de que alguien hiciera algo así por él. Casi esperaba que Tom la cerrara de golpe en el último segundo y se marchara, pero no ocurrió. Bill entró, seguido de Tom, y le sonrió a la enfermera sentada en su escritorio. Ella dio un respingo al verlo. —Ay, cariño, ¿otra pelea?—, dijo, sacando una bolsa de hielo del congelador y una toallita del armario. Bill y Tom asintieron a la vez. Mientras la enfermera atendía a Bill, no pareció notar a Tom y no lo obligó a ir a clase, lo cual a él no le importó. De todas formas, no quería ir a clase. Finalmente, lo notó. —Oye, Tom, ¿vale? ¿Le pones esto a Bill en la espalda, por favor? —Le dio a Tom una bolsa de hielo más grande y él obedeció. Los llevó a la trastienda, lejos del resto de la oficina. Estaba oscuro, y solo las ventanas dejaban entrar la luz. —¿Quieres que abra las persianas?—, preguntó Tom nervioso. Bill se quitó la bolsa de hielo más pequeña de la boca y respondió con un —no—. Los dos permanecieron sentados en uno de los catres durante lo que pareció una eternidad. Las manos de Tom empezaban a congelarse. —¿Cuántas veces has estado aquí? Por peleas y cosas así, quiero decir—, preguntó Tom, esperando que Bill no tardara tanto en responder. Su deseo se cumplió. —Mucho—, dijo, girándose ligeramente, pero deteniéndose por el dolor de espalda. Soltó un gruñido. —Cuidado, hombre—, respondió Tom, ajustándose la bolsa de hielo. Bill suspiró. —Realmente no tienes que quedarte aquí, ¿sabes?— dijo Bill, sin atreverse a moverse. —Pero la enfermera me dijo que sujetara esto. Y no puedes hacerlo tú mismo, ¿sabes?—, señaló Tom con un ligero enfado. Bill guardó silencio. Pasaron una eternidad hasta que entró la enfermera con el teléfono portátil en la mano. Bill, llamé a tu madre. Me dijo que no podía recogerte y que tu padre no contestaba. ¿Quieres quedarte aquí el resto del día o volver a clase? Pensó un momento, mirando el reloj. Aún faltaban cinco horas de clase. Tomó una decisión. —Vuelvo a clase—, dijo en voz baja, casi sin querer que Tom lo oyera. La enfermera asintió y tomó la bolsa de hielo de la mano extendida de Bill. Tom le llevó la bolsa más grande a la enfermera y recibió a Bill en la puerta. La sangre de su cara estaba limpia y hacía que Bill se viera muy diferente. Como una persona de verdad, no solo un muñeco de trapo. —No tenías que esperar. Puedo llegar a clase sin problemas por mi cuenta—, dijo Bill, esperando no sonar demasiado malhumorado. —De acuerdo—, dijo Tom, saliendo sin abrirle la puerta a Bill. Al parecer, Bill sonaba malhumorado. -MÁS TARDE ESE DÍA- —Reservas para Trumper—, dijo Tom al hombre en el podio. Sophia tenía la mano entrelazada con la de él y sonreía. El hombre asintió, indicándoles que lo siguieran. No estaban en un lugar elegante, era solo E. Benjamin's, pero alrededor de la hora de la cena, estaba tan lleno que la única forma de conseguir una mesa era con reservaciones. Tom y Sophia se sentaron y les dieron sus menús. Sophia dejó escapar un gruñido. —Tomi, no sé qué pedir—, dijo, haciendo un puchero en sus finos labios. Tom luchó para no poner los ojos en blanco. —Te dije que no me llamaras Tomi. Parece un niño pequeño—, dijo, sin molestarse en leer su propio menú. Ya sabía lo que quería. —¡Pero es adorable!—, insistió, cerrando el menú. Esta vez, Tom no pudo contenerse; puso los ojos en blanco. Sophia continuó: —No sé por qué a veces eres difícil. ¿De verdad? ¿Tan difícil es ser decente con tu novia?—, dijo con un tono repentinamente serio. Tom la miró fijamente, como un ciervo deslumbrado. —¿Podemos dejar de pelear, por favor? Acabamos de sentarnos—, dijo, intentando mantener la calma. Sophia volvió a abrir el menú, dándose cuenta de que no había elegido nada. Justo entonces, el camarero se acercó. Hola, soy Paul y hoy seré su mesero. ¿Les ofrezco unas bebidas para empezar? Los dos le dieron a Paul su pedido de bebidas y él se marchó, dejándolos decidir qué comer. Ninguno de los dos adolescentes dijo gran cosa. —Tomaré las alitas de pollo si quieres compartir", ofreció Tom, pero Sophia simplemente negó con la cabeza y ahí terminó la conversación hasta que Paul regresó. —¿Ya decidieron qué van a pedir?—, preguntó, sacando su bloc de notas. Tom estaba a punto de hablar, pero Sophia se le adelantó. —Voy a pedir pavo asado con ensalada fría en lugar de papas fritas, por favor—, dijo, entregándole el menú con una sonrisa coqueta. Paul asintió y se volvió hacia Tom. —Tomaré alitas de pollo molidas, con salsa extra, por favor—, hizo lo mismo y le entregó el menú a Paul. —¡Esos saldrán enseguida!—, dijo y se alejó. Se reanudó el silencio. Esta vez, fue Sophia quien lo rompió. —Entonces, ¿qué haremos cuando terminemos aquí? —preguntó, pestañeando sugestivamente. Tom simplemente arqueó una ceja y sonrió con suficiencia. —¿Qué quieres hacer?—, preguntó con fingida inocencia. Ella le devolvió la sonrisa. —Lo que quieras, Tomi. Soy tuya. Lo sabes —dijo con una nueva sonrisa. —Lo sé, igual que tú sabes que no debes llamarme Tomi —dijo, con un tono de fastidio escondiéndose horriblemente en su voz. Sophia no dijo nada más hasta que llegó Paul con la comida. —Gracias, Paul—, dijo con un tono inusual. A Tom no le gustó eso. —¿Les puedo traer algo más?—, preguntó, ajeno a lo que Sophia pasaba por su cabeza. Paul no era un joven mal parecido. A Tom tampoco le gustó eso.
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