Por fin llegó el sábado. Bill y Tom no habían hablado mucho, salvo lo imprescindible para que la señorita Guilmette pensara que aún se llevaban bien.
Era poco después del mediodía y Bill decidió ir al parque y quizás a McDonald's si conseguía suficiente dinero. Tuvo suerte. Encontró suficientes monedas para comprarse un Egg McMuffin y un refresco.
Se sentó en el parque y desayunó, el primero hacía rato. Era casi la una y una voz inquietantemente familiar lo llamó desde atrás.
—¡Ahora no, Austin, déjame en paz! —gritó Bill en su cabeza. Bill se giró para mirarlo, pero vio que Sophia y todos los amigos matones de Austin lo seguían de cerca. Bill supo al instante que esto no tendría buen resultado.
"Oye, maricón, ¿qué tal?", se burló Austin, parado justo frente a Bill. Bill recogió sus co
