Capítulo 1

2156 Words
Fui por el estrecho corredor del avión en busca de mi asiento, llevando la única maleta que poseía. Cuando llegué a mi lugar, noté que mi acompañante del asiento del pasillo ya se encontraba allí, oculto bajo una capucha y una gorra de béisbol marrón. Le di un vistazo al compartimiento superior para maletas sobre los asientos, y lució demasiado alto para mi. —¿Disculpa? —, intenté llamar la atención de mi compañero de asiento, pero él me ignoró por completo fingiendo estar dormido. Miré a mi alrededor en busca de alguien que me ayudara y luego, decidí que era lo suficientemente buena para realizar tal trabajo. Levanté la maleta con esfuerzo y traté de ponerme sobre la punta de mis dedos. —Buen Dios —, mi compañero se quejó en voz baja, levantándose de su asiento. Tomó la maleta de mi mano y la instaló en el compartimiento. —Gracias —dije en un susurro, un tanto avergonzada y seguí directo a mi asiento para no molestarlo más. Cuando el avión hizo su ascenso me permití mirarlo de nuevo, algo en él simplemente llamaba mi atención, no estaba muy segura de por qué. Probablemente era su gran esfuerzo de tener un bajo perfil o algo por el estilo. Me giré de nuevo hacia la ventana y lo único que pude ver fue nubes y más nubes, mi compañero parecía mucho más interesante. De nuevo, me encontré con mis ojos puestos en él y con mis manos, busqué en mis bolsillos algo que pudiera llevarse mi atención de aquel chico. Saqué el mapa que había guardado allí, completamente olvidado y vi todos aquellos sueños que no pasaban de lo irreal. —Voy a tener una aventura —me dije y sentí la mirada de aquel chico; pero, no alejé mis ojos del mapa. —Iré a diferentes ciudades y fingiré ser alguien más en cada una de ellas. Haré todo lo que nunca me permití hacer… —¿Un nuevo nombre cada día? —añadió mi compañero de repente. —Cada día, cada semana o el tiempo que me tome. —Es una locura —, su voz era apenas un susurro, como si realmente quisiera ocultarse tanto como pudiera —. Suena como si estuvieras escapando de algo. —Tal vez, igual que tú. Levantó la mirada de golpe y pude ver sus ojos verdes llenos de furia y sospecha, se podía notar que se sentía como si lo hubiera descubierto o algo parecido. Yo no sabía nada de él, pero nuestra historia comenzó justo en ese momento, cuando yo ya me había resignado a un final. —Tu aspecto, no te ayuda mucho… Pareces muy sospechoso para mí —le dije en modo de explicación y vi sus hombros ponerse algo rígidos —. No habrás cometido un crimen, ¿cierto? ¿Estás huyendo de la policía? —pregunté en voz baja, por si acaso. Lo vi mirarme con curiosidad y las demás emociones sombrías desapareciendo para dar paso a una sonrisa que trataba de contener una risotada, incrédulo ante mis teorías. No sé qué era lo que esperaba que yo dijera. —Soy solamente un hombre en busca de sí mismo, ¿Qué hay de ti? ¿De qué huyes? —preguntó, un poco más interesado en mí, sin apartar la mirada. —Soy la chica que huye del pasado —le dije. —Pues, yo soy el chico que huye del presente, creo que la tengo peor… —Ni un poco, por lo que llevas puesto, puedo ver que lo tienes mejor que yo.  Así que yo gano, lo sé. Y por eso voy a tener una gran aventura —expliqué, mirando mi mapa y sacando un marcador delgado azul del otro bolsillo de mi chaqueta negra favorita. —¿Por dónde comenzará esta aventura tuya? —, se reclinó en su asiento para ver mejor el mapa. Pasé mi dedo índice por Francia ya que estaba a punto de ir allí como parte de un vuelo de conexión, y pensé, todos van allí, yo buscaré algo diferente. Entonces, recordé una publicación que vi en mi teléfono sobre un bosque belga y llevé mi dedo allí. Marqué el lugar con una equis y me sentí realizada. —¿Bélgica? —, se fijó en aquel punto con mucho interés —. ¿Qué hay ahí? —Un bosque mágico —le dije con una sonrisa. —¿Qué pasa con París? —Pues, todos van a París. —¿Has subido alguna vez la torre Eiffel? Sacudí mi cabeza, nunca lo había hecho. —Entonces, ¿te negarás tal aventura por qué todo el mundo lo hace? —Me miró con una de sus cejas arqueadas —. Además, no todos lo hacen. Yo nunca lo he hecho. La he visto, pero nunca subí. Su ánimo decayó un poco y me sentí incómoda, como si de cierta forma hubiera tocado una fibra sensible. Al mismo tiempo me cuestioné sobre mis razones para no ver siquiera la torre Eiffel y él tenía razón, además, probablemente nunca tendría otra oportunidad para hacerlo. Por lo tanto, marqué una equis sobre París también y él volvió a su modo curioso, miraba el mapa como si se tratara de una fórmula que debía resolver. —¿Qué hacías en Eskandor? —Mmm, tu… turismo. ¿Eres de Eskandor? Se encogió de hombros y bajó la mirada. Aproveché el momento para detallarlo de nuevo, lucía como cualquiera de Eskandor, tez blanca, demasiado alto y ojos claros. Al mismo tiempo, pensé en la razón de mi viaje, algo que prefería no recordar. Pensar que tres semanas atrás no sabía siquiera que tal nación existía, justo al norte de Europa, una isla en medio de la nada entre Noruega y Groenlandia. —Parece que los dos hemos hecho preguntas prohibidas —dijo y se volvió a mí, encontrando mis ojos y un posible sonrojo lleno de vergüenza porque me había descubierto mirándolo —. ¿Cómo te vas a llamar? ¿En París? Lo miré confundida y luego recordé lo que había mencionado sobre mi aventura minutos atrás —. Amelie, como la de aquella película —respondí con una gran explicación y él simplemente me escuchó, era un hombre atento o simplemente yo me había vuelto su modo de matar el tiempo. Fuera lo que fuera, me hacía sentir nerviosa, pero cada vez que hacía una pregunta, sentía deseos de responderle de algún modo, aunque realmente no tuviera respuesta para ello. Así pasaron las cuatro horas y media de vuelo, que incluyeron un delicioso almuerzo a mi parecer. Definitivamente, estaba en tierra francesa y mi compañero muy caballerosamente me ayudó a bajar la maleta del compartimiento superior. Luego, bajamos juntos del avión y cuando fue a buscar su maleta, aproveché para leer mi librito de frases en diferentes idiomas. Finalmente, fuimos juntos hacia la salida, hasta que él recibió una llamada y se despidió de mí. —Suerte con tu viaje. Me quedé allí por varios minutos, tenía que tomar un vuelo en menos de dos horas para irme a un lugar que solamente me hundiría o iniciar una aventura sin precedentes, no podía dejar de pensar en ello. Vi no muy lejos de mí, una tienda de souvenirs y sin pensarlo me dirigí al local para buscar una camisa nueva que me hiciera lucir como una turista. Sabía que eso significaba más problemas para mí, pero a veces huir es la mejor opción. Puse en práctica mi escaso francés y obtuve una camiseta blanca con una torre Eiffel, la cual me puse sobre mi camisa de manga larga azul cielo y debajo de mi chaqueta negra. —Me siento lista —me dije a mi misma y salí en busca de un taxi. —Rayos, ¿cómo lucen los taxis en parís? —dije mientras miraba todos los autos, entonces noté un lugar donde otros recién llegados se subían a ciertos autos. Tomé la decisión de ir allí e imitarlos. No fue tan difícil como creí, lo único que esperaba era que no me estafaran. Así, ya dentro de uno de los autos, le indiqué al conductor que mi destino era la torre Eiffel, a lo cual respondió con una mirada de fastidio y al instante, empezó a ponerse en movimiento. Entonces, de repente sentí un golpe agitado en mi ventana y cuando llevé la mirada a mi derecha, encontré al chico de ojos verdes. Bajé el cristal de la ventana y lo miré entre asustada y muy, pero muy curiosa. —Me dije a mi mismo que si decidías salir por esa puerta a iniciar tu aventura, te seguiría —dijo recuperando el aliento, tal parece había corrido para alcanzarme —. No creí que fueras a hacerlo —sonrió, incrédulo —. Por eso, necesito preguntarle ahora, señorita —, era demasiado cordial de repente —. ¿Hay espacio para un compañero en esta aventura tuya?   ¡¿Compañero?! Abrí mi boca sin poder juntar ni una sola palabra. ¿Quería hacer esto con alguien más? Sería una locura. Además, si aceptaba que él se uniera a mí, no podría arrepentirme y regresar a tiempo para tomar mi vuelo. ¡No! No quería tomar ese vuelo, no tenía por qué hacerlo. —Sí —dije en un susurro, sorprendiéndome a mí misma y, en consecuencia, él abrió la puerta, y me hice a un lado para que se sentara junto a mí. Por primera vez, me di cuenta de que su maleta no era mucho más grande que la mía. Observé su perfil, embelesada por toda la situación y obviamente él, quien hablaba con el taxista en un fluido francés —. ¿Qué le has dicho? —pregunté en voz baja cuando terminó la conversación. —Le he dicho que se apresure, porque voy a pedirte matrimonio en lo alto de la torre y es una sorpresa —, me sonrió —. Espero que el hombre sea romántico y no nos cobren de más. —Compromiso —repetí la palabra sorprendida. —Sí, hoy somos dos jóvenes turistas enamorados. Yo soy Marcel, un biólogo. Y tú eres Amelie, la chica de la cual me enamoré un día de verano en las playas de… —, se quedó pensativo. —¿Chipre?, ¿España?, ¿Estados unidos?, ¿Panamá?, ¿Colombia? —dije tantos lugares como recordaba en ese momento. —Chipre, ¿Has ido a Chipre alguna vez? Negué con la cabeza. —¿A qué lugares has ido? —preguntó, inquisitivo. Ninguno, esa era mi primera vez viajando, así que ya podía contar tres países con mis manos. Mi tierra natal, Eskandor y Francia. Pero, eso era algo que no le diría, así que me encogí de hombros y evadí la pregunta. —Si vamos a hacer esto, debemos poner reglas. —Tienes razón. —Ninguno de los dos dirá su nombre real, así no generaremos un vínculo demasiado profundo entre nosotros. Debemos tener en cuenta que cuando todo terminé, nunca nos veremos de nuevo —expliqué. —Estoy de acuerdo, lo cual significa que está prohibido hablar de nosotros, es decir, sobre nuestra vida real y lo más importante… —No debemos enamorarnos, de otra forma, tomaremos caminos separados. —Está bien. Entonces, cada ciudad será equivalente a un nuevo nombre. —Correcto. —Supongo que esas serían las reglas base, podemos ir añadiendo otras a medida que avancemos en nuestro viaje —dijo y asentí de acuerdo —. Por cierto, ¿el color de tu cabello es natural? Parece chocolate.     Tuvimos que hacer una larga fila antes de poder subir a la torre, aunque hubiera intentado venir y luego regresar para tomar mi vuelo de vuelta a la realidad, no habría podido. Sin embargo, no es que me importara o molestara, en realidad sentía una emoción en constante crecimiento cada vez que me acercaba más a la cima y luego mi corazón aumentó su ritmo cuando Marcel tomó mi mano por miedo a perderme entre tanta gente, y nos guio al balcón. París estaba frente a nosotros, tan majestuoso como siempre lo imaginé. —¡Soy el dueño de mi vida! —gritó Marcel a mi lado con fuerza y todos nos giramos para mirarlo —. Vamos, dilo tú también —me dijo, sin ocultar su emoción —. Grítalo con todas tus fuerzas. —Está bien —dije con timidez y miré a todos a mi alrededor, un tanto avergonzada sobre lo que estaba a punto de hacer. Entonces, recordé todos mis problemas y el rumbo que estaba dando mi vida —. ¡Soy dueña de mi vida y haré lo que quiera con ella! —¿Mejor? —me preguntó. —Mucho mejor —le dije con una sonrisa, lista para continuar con la travesía.  
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD