U N O

1189 Words
Las horas pasaban un viernes cualquiera, la primavera acababa de comenzar y aún el invierno parecía presente. Las horas próximas a mi reunión, las pasaba tirada en mi sofá, junto a una gran terrina de helado, y lo que parecía ser una película algo romántica. Mientras hacía el gran esfuerzo de levantar la pesada cuchara hacia mi boca, por mi mente divagaban las posibles combinaciones de ropa, perfectas, para una reunión. Debía parecer una joven, adulta, y seria, ese tipo de persona al que ves y piensas: "¡Esa chica sí que es seria!" O algo así. Pensaba desde un traje de chaqueta, hasta unos simples jeans o una falda algo informal, quizás me estaría complicando demasiado, quizás llevar ropa bonita no haría mi entrada a la universidad ni mucho menos, más fácil, pero debía intentarlo. No me pasé todos los años de instituto retraída social-mente solo para acabar en una universidad de segunda, y muchos menos para que no me concediesen esa beca completa que tanto necesitaba. Yo ya lo sabía, mamá siempre fue muy clara, ella quería verme triunfar tanto, o más, como ella lo hizo, y me prometí a mí misma que así sería, que un día me vería frente a su puerta con ese grado doctoral que ella siempre había querido para mí. Por eso, y más de una promesa, fue por lo que me pude venir a aquí a estudiar. Alemania, ese fue mi hogar durante los años más importantes de mi madurez, en un pequeño, pero apañado apartamento compartido, en el que hay mucha variedad mundial. En tan solo tres habitaciones, dos franceses, una chica y un chico, mellizos; una pareja de italianos, un noviazgo encantador, y yo, con la habitación más pequeña de aquella casa. Mientras en el reloj la aguja pequeña marcaba las diez y la grande las tres, me dispuse a recoger y ordenar todo con anterioridad, debía estar lista hacia las doce, y el tiempo nunca me venía de sobra. Comencé a arrastrar los pies por el salón y el pasillo, ambos helados mientras caminaban hacia la habitación, aun pensando en algo que poder llevar. Abrí mi armario, casi vacío a causa de mi poco presupuesto mensual, lo poco que tenía, lo tenía gracias a mamá quien me enviaba una especie de paga todos los meses; eso sí, con un recordatorio de todas y cada una de nuestras promesas. Por suerte, pude ver que al final de la pequeña caja de madera, en un recóndito rincón, aún conservaba un bonito traje de falda a dos piezas que un día Madeleine me regaló. Una vez que me lo puse, con urgencia miré el reloj, mientras a toda prisa sostenía mis zapatos, y pintaba mis labios a su vez. Terminé con una mejilla pintada de rojo y un tacón roto. Dando saltos como un animal al que terminaron recién de amaestrar, conseguí otro par de zapatos más y sostuve el resto de mis cosas, el móvil, las llaves de casa y el dinero para el autobús, en mis manos. Dejé una nota pegada en el espejo del recibidor y salí de allí como alma que lleva el diablo, ese día, en el que tanta urgencia podía llevar, el ascensor dejó de funcionar, dejándome a mí y a tres pisos de escaleras, las cuales bajé con calzado en mano y pelo alborotado. Sin nada más que perder, llegué tarde a la parada de autobús, fuera estaba comenzando a diluviar y ya no había más líneas de autobús en esas horas. Gastando todo el dinero que llevaba encima, y con pocos minutos de retraso gracias a un inepto conductor, pude llegar a la Universidad RWTH Aachen, una de las universidades de medicina mejor valoradas. Sabía a donde debía ir, hice varios tours cuando tuve la ocasión, y estando para nada lista, respiré hondo y entré en uno de los despachos principales de aquel lugar. Concretamente, ese día las clases se había atrasado por el temporal previsto, solo éramos la directora, el amable trabajador de limpieza y yo. Sentada frente a ella, pude contemplar el semblante serio de aquella mujer, era de baja estatura, quizás un metro sesenta, de piel morena y pelo corto, tintado de n***o carbón. Sin maquillaje en su rostro, ni accesorios en sus manos. Ella miraba sobre mi hombro, sus ojos me escrutaban de arriba abajo, posiblemente por el extraño aspecto que parecía tener. Con las manos cruzadas sobre mi regazo, por mi parte intentaba no tener ningún tipo de contacto visual, su mirada me parecía sumamente desafiante, a la vez que aterradora y territorial. Ambas estuvimos así, cinco minutos largos en los que nada más que el silencio y las miradas eran parte de nuestra muda e inusual conversación. Ella sostenía en sus manos varios papeles tintados, mientras que los ordenaba, me miraba y volvía la vista hacia ellos, todo en ese orden. Yo sabía su nombre, pero no porque ella se hubiese presentado, no, si no que yo ya me había limitado a investigar por internet. Era lo mínimo que podía hacer después de cinco largos meses de espera en los que mis uñas y yo no éramos las mejores aliadas. —¿Por qué está usted aquí señorita? —Habló ella después de esos largos minutos en silencio. Con ambas manos apretándose entre sí, contesté. —Estoy aquí debido a un correo que ustedes me mandaron, con respecto a mi solicitud para acceder a su universidad. —Le expliqué con el mayor respeto que yo, en esos momentos en los que mi garganta parecía un perdido en medio del desierto, sin una gota la cual beber, podía expresar. Ella aclaró su garganta, cruzó las manos sobre el escritorio de madera oscura, volvió a mirarme con semblante serio, esta vez sin yo poder evitarlo. —Señorita Fischer —Me temía lo peor. Ella extendió su mano hacia mí, con una sonrisa que podía jurar, pocas veces pondría una vez más. —Enhorabuena, ha sido usted aceptada en nuestra universidad. —Una sonrisa, amplia y agradecida inundó mi rostro. —Sin embargo, lamentamos comunicarle que la beca a la que usted pidió acceso le fue rechazada. —Con todos mis respetos, pero ese es imposible. Yo no tengo ningún fondo monetario, ni trabajo al que poder recurrir. —Dije con los nervios a flor de piel, aún puedo sentir como la vena de mi cuello se empezaba a hinchar. Ella comenzó a ojear de nuevo algunos papeles sobre su escritorio, por mi parte, me encontraba cada minuto más nerviosa que el anterior. —Según nuestra información, su madre tiene una importante suma de dinero en España. ¿No es así? —Sí, pero... —¿Cómo iba yo a saber que comprobarían esa información? Ella colocó por última vez los, varios folios, sobre su mesa. —Lo siento señorita Fischer, si quiere acceder a esta universidad, deberá pagar su respectiva plaza. —Me miró, y sin ningún tipo de afición hacia mí, dijo —Doy por terminada nuestra reunión, ya puede marcharse. Que tenga un buen día. Pero ni el día, ni la situación eran buenos. ¿Qué se suponía que debía hacer?
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