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La heredera engañada

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La vida de Ema Miller se puede resumir en una palabra: infierno.

A pesar de estar casada con uno de los hombres más ricos de New York ella no es feliz, pues su esposo, August Harris, es un hombre frívolo y soberbio, que nunca la ha querido y que solo está con ella por el acuerdo nupcial pactado entre ambas familias.

Sumado a esto, el padre de Ema muere trágicamente en un accidente automovilístico, dejándola a la deriva cuando se descubre que existe otra heredera de aquella fortuna y que Ema ha sido engañada toda su vida.

Con esto, Ema solo tiene una misión, y es soportar los malos tratos de la familia Harris, para poder tener un techo donde vivir, ya que de un día a otro pasó de tener una enorme fortuna esperándola, a no tener nada.

Todo acaba cuando un príncipe azul toca la puerta de Ema y la rescata de todo eso.

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CAPÍTULO 1: “La heredera Miller”
Finjo una sonrisa para la cámara fotográfica frente a mí, mientras a lo lejos puedo escuchar como los maquillistas y peluqueros halagaban mi tono de piel perfectamente unificado y mi larga y sedosa cabellera rubia, la que cuidaba con muchísimo esmero a diario. —Te ves hermosa, Ema —dice el fotógrafo al asentir con la cabeza en señal de aprobación—. Sin duda, las cámaras te adoran. Finjo estar feliz por su comentario, pero la verdad es que con el paso de los años me había vuelto una experta en aparentar y hacer creer al resto que yo era una mujer feliz, cuando lo cierto es que aunque me había casado con uno de los hombres más ricos de New York, día a día fingía que mi vida era perfecta, que mi matrimonio era sincero y que mi suegra no era una mujer demandante y soberbia. —¿Ocurre algo, linda? —pregunta el hombre que tenía enfrente. Niego con la cabeza mientras lo veo acercarse a mí y sentarse a mi lado en el sillón en donde me tenían posando para la famosa revista Vogue. —No, Gabriel —miento deliberadamente—. Es solo que estoy nerviosa, ya sabes que posar para la revista Vogue siempre es un honor y también una gran responsabilidad —vuelvo a mentir, intentando aparentar aquel falso nerviosismo, para que nadie en el salón sospechara que en realidad sí me ocurría algo, y era que estaba aburrida de mi vida, de mi matrimonio sin amor y de guardar las apariencias al vivir bajo el techo de los Harris, una familia tan conservadora que cada día me hacía cuestionarme cuánto tiempo podría aguantar en esta casa. —Estoy segura que la señora Harris estará feliz con el resultado de esta sesión. “¿Y a mí qué me importa lo que piense la señora Harris?”, pienso entre mis adentros. —Seguro que lo estará —asiento con la cabeza hacia el fotógrafo, sin dejar salir mis verdaderos pensamientos, como siempre solía hacer cuando estaba con más personas—. Mi suegra tiene un gusto de primera clase, el cual sin duda aprobará estas fotografías. Porque sí, Greta Harris, mi suegra, era la monarca de esta familia, quien tomaba todas las decisiones y velaba por la buena reputación del apellido, y sobre todo, de mi matrimonio con su hijo mayor, August Harris. Antes de poder extender más aquella sesión fotográfica, que ya me tenía aburrida e irritada, me pongo de pie fingiendo una sonrisa de agradecimiento para todo el equipo de la revista, quienes habían sido muy amables conmigo. —Es hora de irme, pues entenderán que tengo otros compromisos, pero les agradezco la visita y el gran trabajo que realizan en la revista —musito con educación, tal cual mi padre me había inculcado desde que era una niña—. Fue un gusto poder… —¡Ema! —chilla mi suegra al irrumpir en el estudio. Todos la observamos con confusión y entonces puedo ver cómo su rostro se encontraba contrariado, con las cejas juntas en el centro y los labios convertidos en una mueca de desagrado—. Hija, ven, tienes que ver algo. Asiento con la cabeza en respuesta y luego de darle unas miradas de disculpas a las personas del salón, salgo de ese sitio, tras mi querida suegra, quien caminaba a paso rápido por los eternos pasillos de la enorme casa, sin decir una sola palabra. Por algún motivo no me gustaba su actitud, pues estaba actuando de una manera extraña, como si estuviera ocultándome algo grave. —¿Qué ocurre, mamá Greta? —cuestiono tras ella, mientras le seguía el paso de cerca. Ella se voltea hacia mí y suspira con pesadez. —Debes ver algo, pero tiene que ser en privado —alza una ceja y luego engancha su brazo en el mío para caminar juntas hasta el despacho de August, aquel sitio frívolo y de colores opacos, al cual yo nunca solía entrar sin previa autorización de quien era mi esposo—. Toma asiento, Ema. Esto es importante y quiero que te lo tomes de la mejor forma posible. Hago lo que me indica sin rechistar, pues así funcionaba todo en aquella casa, mamá Greta era quien mandaba y todos obedecíamos. —Dígame… ¿Se trata de algo grave? —cuestiono con cierto temor—. ¿Pasó algo con August? Mi estómago se retuerce al pensar en que algo malo había ocurrido con mi esposo, pues aunque nuestro matrimonio había comenzado como un mero acuerdo entre nuestros padres para aumentar sus fortunas, con el tiempo yo había aprendido a amarlo. August no era un mal hombre, pero en el fondo yo siempre había tenido en claro que él no me amaba, pues su actitud dura y fría me lo demostraba a diario. —August está bien —dice ella. Entonces, me extiende su celular y yo arrugo las cejas con confusión, tomando el artefacto entre mis temblorosas manos. Miro el video que estaba en pantalla y de inmediato cubro mi boca con una mano. —Se lamenta el sensible fallecimiento de Herber Miller, quien ha perdido la vida tras la colisión automovilística ocurrida hace unos minutos aquí en la ruta cinco… Me pongo de pie de un salto y dejo el celular de mamá Greta sobre la mesa, intentando sacarme aquella imagen del automóvil de mi padre destrozado por completo en esa carretera. —No, no, no —niego con la cabeza y de pronto siento un fuerte mareo, el que logra desestabilizarme un poco—. ¡No puede ser! —Ema, tranquila, por favor —pide mi suegra, quien de inmediato se acerca a mí para ayudarme a tomar asiento—. Iremos a reconocer su cuerpo, pero debes estar cuerda. ¿Cuerda? Las lágrimas arremeten contra mí y entonces sollozo con fuerza, gritando y pidiéndole a Dios que esto no sea más que un mal sueño. (...) La última vez que había asistido a un funeral fue cuando yo tenía diez años y mi madre perdió la vida gracias al maldito cáncer de útero, y ahora, nuevamente me encontraba frente a un cúmulo de personas vestidas de n***o, llorando y dándome sus condolencias. La diferencia era que ahora estábamos despidiendo a mi padre, aquel hombre que siempre había sido mi héroe, pero que gracias a un maldito accidente automovilístico, había muerto. —Cualquier cosa que necesites, estaré al pendiente —asegura una mujer frente a mí. Asiento con la cabeza e intento regalarle una sonrisa cordial, pero no creo lograrlo, pues mi mente no podía conectarse con mi cuerpo, era como si yo no fuese más que un cuerpo vacío, sin sentimientos. —Gracias —consigo decir a aquella mujer que no conocía, pero que amablemente me estaba ofreciendo su ayuda. —Cariño, el cura quiere saber si dirás algunas palabras antes de que bajen el féretro —murmura August al acercarse a mí y abrazarme con cariño. Por un momento quiero pensar que su abrazo era sincero, que mi dolor le afectaba, pero mi lado racional me gritaba que él estaba solo actuando ante las personas que nos rodeaban, que estaba fingiendo en su papel de esposo ideal y preocupado, pero que la muerte de mi padre, para él, solo significaba un día menos de trabajo en su empresa. —No —digo a secas. August me mira con incomodidad y entonces vuelve a alejarse por donde había venido. El cura entonces retoma la ceremonia y una vez que dice “amén”, la urna de mi padre comienza a descender, bajando por aquel hoyo de tierra que alguien había cavado en el cementerio. Al ver aquello despierto de mi somnolencia y lloro en silencio, sintiendo como mi corazón se rompía en mil pedazos al ver como la única persona que me quería de una manera sincera se había ido para siempre. —¿Ema Miller? Volteo ante aquella voz masculina y observo a un hombre desconocido, al cual jamás había visto en mi vida. —Soy el abogado de tu padre —dice. Lo miro aún confundida, pues mi mente no lograba intuir a qué quería llegar con todo eso—. Luego, tengo que hacer la lectura del testamento de tu padre. Sé que no es un día sencillo, pero él solicitó que la lectura fuera justo después de su funeral. —¿Tiene que ser hoy, abogado? —cuestiona mamá Greta, a quien no había visto posarse a mi lado—. Ema está muy afectada en este momento como para recibir su herencia. —Sí, debe ser hoy —indica el abogado y entonces asiento con la cabeza. —Entonces, vamos —suelto de pronto, queriendo irme rápido de aquel lugar, en donde todos comenzaban a verme con pena, intentando acercarse a mí para darme el pésame, pero ninguna persona me importaba, pues la mayoría eran conocidos de mi padre, socios de algunos negocios, pero nadie que en realidad lo quisiera como persona—. August puede quedarse a recibir las condolencias —digo al llamar a mi esposo con mi mano. —Y yo iré contigo, hija —dice mi suegra, quien me toma del brazo de manera firme, como si intentara anclarme a esta realidad, en la cual me había vuelto una huérfana. August llega hasta nosotros y entonces mamá Greta le pide que se quede a terminar la ceremonia y a recibir las condolencias, cosa que no parece hacerle gracia, pero que finge aceptar con gusto. Salimos rápidamente del cementerio y nos subimos en el automóvil de la familia Harris, el cual siempre nos transportaba a todos lados. Una vez me acomodo en el asiento trasero me disocio de la realidad mientras miro por la ventana, sin lograr escuchar a dónde íbamos, ni qué era lo que mamá Greta y el abogado hablaban. —Cariño, debes bajarte. Miro a mi suegra y asiento con la cabeza, en modo robot, sin siquiera poder procesar lo que estaba ocurriendo en el momento. Camino junto a ella y al abogado, hasta entrar a un elegante edificio, y luego a una oficina muy cómoda y que aparentaba riqueza. —¿Estás lista, Ema? —pregunta el abogado. Asiento con la cabeza y él toma un sobre blanco, que abre con cuidado y mira con curiosidad. —Yo, Herber Miller, heredo mis propiedades a mi hija … Y de pronto, la puerta se abre de manera brusca, haciendo un ruido tan fuerte, que logra hacerme saltar en mi sitio. Miro hacia el origen y veo a una chica rubia que se mostraba muy agitada. —Disculpen —musita al hacer una mueca con los labios—. Esta lectura no se puede llevar a cabo aún. —¿Quién es usted? —pregunta el abogado con confusión, arrugando las cejas. —Soy Fiorella… Miller —pronuncia aquella chica con seguridad—. Heredera de la fortuna de Herber Miller. Abro los ojos de par en par, cayendo en cuenta de lo que estaba sucediendo, pero de pronto, mis sentidos se desconectan y no logro escuchar nada de lo que todos comienzan a decir. Veo como mamá Greta se pone de pie y le grita algunas cosas a esa chica, mientras ella llora desconsolada y le entrega un sobre al abogado. Aquel hombre abre el sobre y me mira con profunda tristeza, como si algo terrible estuviera pasando, mientras mamá Greta me toma por el brazo y me zarandea un poco, logrando que vuelva a conectarme y a escuchar lo que estaba sucediendo. NOVELA EXCLUSIVA DE DREAME/SUEÑOVELA. DERECHOS DE AUTOR RESERVADOS PARA CAMILA VALENZUELA. SE PROHIBE SU REPRODUCCIÓN PARCIAL O TOTAL FUERA DE LA APLICACIÓN-

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