La recepcionista levantó una ceja, desconcertada. —Lo lamento, señora, pero esa información es estrictamente confidencial. Solo el titular o alguien con una autorización legal puede acceder a los datos. Marieth apretó los labios y asintió con falsa serenidad. —Entiendo perfectamente —dijo, aunque por dentro hervía de frustración. Se apartó del mostrador y, fingiendo revisar su teléfono, comenzó a observar discretamente a las personas que trabajaban allí. Necesitaba encontrar a alguien susceptible de caer ante una oferta jugosa. Tras unos minutos, detectó a un joven técnico de laboratorio que parecía nervioso y distraído mientras hablaba con sus compañeros. Su postura insegura y la forma en que miraba de reojo a su supervisor lo marcaban como una presa fácil. Marieth se acercó a é

