Aurora entró como de costumbre a la oficina de Arthur, con su porte elegante pero una energía desbordante que parecía llenar cada rincón del lugar.
Llevaba una carpeta bajo el brazo, pero en cuanto vio que Arthur estaba en su escritorio revisando documentos, soltó un silbido juguetón.
—¿Otra vez hundido en papeles? —dijo, dejando la carpeta sobre su mesa—. Arthur Thorner, siempre tan serio. Un día de estos voy a traerte un payaso para que te distraiga.
Arthur levantó la vista y le dedicó una media sonrisa.
—¿No te das cuenta de que ya tengo a uno? Aparece todos los días a las diez en punto, entra sin pedir permiso y canta como si estuviera en Broadway.
Aurora soltó una carcajada sonora y se dejó caer en el sillón frente a él.
—¡Qué ingrato! Yo vengo aquí a alegrarte el día, y así es
