Juliette sabía bien que lo sucedido con Samantha no podía volver a repetirse. Entendía que si la pequeña ya había escapado una vez, lo haría de nuevo, especialmente si no sentía la atención y el cuidado constantes que necesitaba. Esta experiencia le había dejado claro que, además de controlar a los niños, tendría que estar siempre alerta y, en cierto modo, convertirse en una presencia que ellos respetaran y acataran. Quizás esta no era la clase de trabajo que imaginaba cuando aceptó la oferta, pero ahora veía con claridad el nivel de compromiso que requería. Mientras analizaba la situación, comprendió también que esa mansión era una especie de territorio hostil, donde cada día parecía traer nuevos desafíos, no solo con los niños, sino con los adultos que rodeaban su entorno. Sabía

