Simón.
Pasan los meses, el frio nos va dejando de a poquito, y llega Septiembre.
Son las siete de la mañana y bajo de mi camioneta vieja. Camino unas cinco cuadras, porque si la estaciono más cerca de la oficina desencajaría con todos los autos brillantes que se pasean por el lugar. Mi chiquita quizás sienta vergüenza si dejo que la vean así.
Asi que camino hasta llegar al vestíbulo, paso mi tarjeta de identificación por el lector, y las puertas se abren.
Al parecer soy el primero en llegar.
La agenda de Sofía hoy arranca a las nueve, así que tengo dos horas para preparar todo antes de que llegue.
La verdad, es que creo que me estoy adaptando bastante bien a mi puesto de trabajo. Cada vez se me hace más sencillo, y por el momento no cometí ninguna metedura de pata* que sea importante, o por lo que deba recibir un reto o algo así.
Avanzo por los pasillos vacíos hasta llegar a mi escritorio. Enciendo la computadora, y me voy a la pequeña cocina a buscarme un café para arrancar el día cuando escucho unos tacones retumbando por el lugar. Parece que alguien más llegó.
Con mi taza en mano, me asomo por la puerta, y entonces la veo.
A pesar de que ya pasaron dos meses, todavía me quedo como un tarado cuando la veo entrar.
Su cabello recogido en una coleta a la altura de su nuca, dejando ver su cuello desnudo, el pantalón de jean ceñido a su cintura, con una blusa blanca de cuello alto, y sus hombros cubiertos por una chaqueta negra. Los zapatos que repiquetean en el suelo, el eco de sus pasos acercándose a mi, y su sonrisa.
Esa maldita sonrisa que me hace soñar con imposibles.
Llevo dos meses soñando con cosas que nunca van a pasar. Y sé que debería dejar de pensar de esta forma, pero me gusta pensar que aunque en la vida real, nunca vamos a estar juntos, en mis sueños es mía.
Mía para besar, mía para hacer sonreír y que esa risa me pertenezca.
Mía para adorar.
Agacho la vista, le doy un sorbo a mi café y comienza mi actuación. Perfecta, si me lo permiten.
-Buenos días señorita Sofía, ¿café?- Le pregunto mientras me vuelvo para comenzar a preparar su café como a ella le gusta. Con mucho azúcar, y sin leche.
-Buenos días Simón. Claro, gracias. Extrañé tu café en el fin de semana. No entiendo cómo tiene un sabor tan diferente si lo preparamos de la misma forma la verdad- Me dice sonriéndome y dándome una palmada en el hombro, mientras deja una bolsa enorme de panadería al lado mío.
-Traje unas facturas* para desayunar juntos. Sospeché que ibas a venir temprano. Agarra las que te gustan antes de que lleguen los demás y se coman todo- se acomoda la cartera al hombro y escucho sus tacones alejarse hacia su oficina.
Termino su café, pongo dos de sus facturas favoritas en un platito, y tomo la bandeja y se la llevo a su oficina.
Cuando voy a entrar la veo observándome con un cigarro en la mano desde el balcón. Sé que no es sano fumar, pero se ve tan pacifica cuando lo hace. Es como si fuera su santuario. Ese balcón, ella descalza, apoyada en la baranda, mirando hacia abajo.
Tan humana, y a la vez, tan fuera de este mundo.
-Señorita, su café- le dejo la bandeja en la mesa para que desayune sentada en los sillones. Y me acerco al balcón.
Recojo sus zapatos que están tirados unos pasos más allá y se los acomodo cerca para que se los ponga y vuelva adentro.
-Todavía está frio afuera, no debería pararse descalza en el mármol- Hablo prácticamente solo.
Hay veces en las que se la ve asi. Como si no estuviera. Y yo aprovecho la situación para verla detenidamente. Su pequeña nariz poniéndose colorada. El humo saliendo por su boca. Su mano aferrándose a la baranda de metal. Se ve tan triste. Tan sola. Y no puedo hacer nada más que llenar el silencio con mi voz, diciendo cosas sin sentido, para intentar distraerla de lo que sea que pasa por su cabeza.
-A las nueve tiene la primera junta del día, a las once una pequeña reunión informal con los desarrolladores de la aplicación de compra online, y a las trece horas tiene el almuerzo programado para que almuerce a gusto y con quien quiera. Me avisa y le reservo un restaurante o le pido envío o lo que usted quiera-
Me doy la vuelta para marcharme cuando escucho sus pasos descalzos que me siguen.
-Simón, ¿no traerías tu desayuno para comer conmigo? Hoy no estoy de muy buen humor y me vendría bien la compañía- Me doy vuelta para verla, y decirle que no creo que corresponda que me siente a desayunar con ella, cuando la veo ahí parada. Con los ojos clavados en el suelo, sus zapatos colgando de sus manos. Esperando mi respuesta. Y no pude negarme.
-Si me espera cinco minutos, vuelvo- Le digo intentando mostrar mi más pequeña sonrisa.
Con una velocidad increíble, alza la vista, sus ojos se encuentran con los míos y se ve tan pequeña. Tan indefensa, te dan ganas de abrazarla, porque puedo notar que hay algo que le está haciendo daño. Pero no es algo que me corresponda a mi. Es algo que su pareja debería hacer. Y mi pregunta es, ¿quién es el idiota que la hace sentir asi?-
-Claro, no tardes- Me dice, y camina hacia el sofá. Se sienta y toma en sus manos la taza de café que ya debe estar un poco fría.
Me vuelvo y comienzo a caminar. Mi cabeza no deja de pensar en qué tan feliz podría hacerla si tan solo se me permitiera.
Pero no se me permite.
Tomo mi café en una mano, y un plato con una factura en la otra y me encamino a su oficina.
Me siento en el sillón en frente de ella, donde ya está sentada con sus zapatos puestos. Toda poderosa, con una hermosa y falsa sonrisa en su rostro.
-Estuve hablando con Berenice. Me dijo que te adaptaste bien y que estaba pensando tomarse la primera semana de octubre. ¿Sentirías mucha presión si te pido que te encargues de mi agenda solo tan pronto?-
-Me sentiría presionado, sí. Pero si ambas creen que puedo hacerlo entonces voy a intentarlo- Charlamos mientras tomamos el café en silencio.
Los minutos pasan y no vuela una mosca. Pero no es un silencio incómodo. Es un silencio tranquilizador. La mejor manera de comenzar el día.
-Entonces la primer semana de octubre, vas a tener que andar pegado a mi todo el día. Espero no volverte loco, te pido disculpas anticipadas- dice sonriéndome.
Si supiera que ya me vuelve loco. Nunca odié tanto mi personalidad romántica como ahora.
Siempre supe que soy un romántico de mierda. Con mi ex, y única novia en todos mis años de vida, planeé nuestra boda antes de nuestro primer aniversario. Y eso que tenía quince años.
Pero a pesar de eso, y a pesar de que estuve solo diez años desde que me dejó con un corazón hecho mierda, ninguna mujer me afectó tanto.
Tuve varias amigas en la facultad, en el despacho contable también. Conocí mucha gente en estos años. Pero cuando Sofía atravesó la puerta, fue como si una corriente eléctrica hubiese recorrido mis extremidades. Sentí el escalofrío en la espalda. Fue como sentir el hilo rojo tirando de mi meñique en su dirección.
Y muy dentro sé, que si el amor de tu vida, tu media naranja, la persona de tu destino, esa persona que Dios creó especialmente para vos existe, ella es mi persona.
-Estoy deseando que llegue octubre en ese caso- Tomo las bandejas vacías, acomodo todo en ellas. Y me pongo de pie. – Si desea algo más simplemente me avisa. Que tenga una buena jornada- Me encamino hacia la puerta y escucho el sonido de su sonrisa.
-Siempre tan serio Simón. Creo que nunca voy a entender tu sentido del humor- Me doy la vuelta para mirarla a la cara, y esa sí es una sonrisa genuina. Dedicada solo a mí.- También estoy deseando que llegue-
Le sonrío como puedo, manteniendo un rostro profesional. Y cierro la puerta detrás de mí.