Como ya sabrán, mi nombre es Simón.
Y sí, sé que es raro que sea yo quien narra mi propia historia. Siempre cuentan el lado de ella. Pero esta vez, decidí que necesito ayuda y que necesito que me escuchen a mi primero. Porque la verdad es, que no tengo la más mínima idea de qué debería hacer.
Me crié en el campo. Así como se lo imaginan, caballitos, vaquitas, pollitos, toda esa mierda que ven en las películas.
Y no. no tenía un sirviente para cada actividad. A pesar de que tenía la vida acomodada. Con mis padres que no eran multimillonarios pero que vivían bien, sin preocuparse por el dinero. Desde que tengo 10 años mi responsabilidad era levantarme a buscar huevos para el desayuno. Algo bien a lo familia Ingals. A los 12 ya me sumaron el ordeñar la vaca para la leche del día.
A los 15 ya estaba arando tierra, plantando espinacas, cosechando zapallos.
Cuando empecé la secundaria, por suerte casi todos vivían de la misma forma que yo, porque si hubiera ido a una escuela con más "clase" hubiera terminado siendo una paria.
Gracias a que todos éramos muy similares, mi vida fue sencilla. Partidos de futbol en la escuela, cazar por las tardes con mis amigos, ir de pesca. Escaparnos a la ciudad más cercana para comer en un mc donalds.
Como dice la canción country que tanto me representa, “si pudiera vivir caminando por el bosque, puedes apostar que me sentiría muy bien”. Y amaba mi vida en el campo. Después de todo, era todo lo que conocía.
Pero llegó el punto en el que todo dejó de ser “cazar, pescar, y amar todos los días”.
Acá estaba yo, un orgulloso campesino. Que se enamoró de una delicada reina de la graduación.
Una de esas que siempre resulta ser odiosa a más no poder. Pero el amor es ciego, y yo estaba demasiado enamorado.
Esa reina que no soportó la idea de una vida con un orgulloso campesino.
Si mal no recuerdo, sus palabras fueron algo así como “lo único bueno que te deja el rancho ese de tus padres, es el bronceado y los abdominales”
Así terminó mi relación de cuatro años, con la que yo creí, en toda mi ingenuidad, iba a ser mi esposa. Porque lamento decepcionar a todos los que me están leyendo en este momento, pero soy bastante básico. Por no decir tradicional.
Yo sí soñaba con casarme, tener hijos. Una esposa que me esperara con los mates después de un largo día cortando leña y cuidando las vacas y las ovejas. Es decir, en este campo no existe otra forma de vida. Yo soñaba con tener una vida como la que mis padres tenían.
Pero todos los sueños se fueron al pozo. Y yo decidí, que le iba a demostrar, que a pesar de ser un ranchero “ignorante” (otra de sus palabras) podía triunfar y ser alguien más de su “altura”.
Aunque sólo fuera por orgullo, porque mi corazón ya estaba en otro lado.
Y así me embarqué en un desafío bastante bizarro, si me permiten este auto halago.
Ya no tenía tiempo para anotarme en la universidad, asi que tomé mis ahorros de toda la vida con los que iba a construir mi futuro hogar, agarré mi vieja camioneta y mi ropa más nueva, y tomé rumbo a la capital. Pero no a la capital de la provincia, a la capital del país.
Si voy a hacer esto, lo voy a hacer en grande.
Estuve un año trabajando en una construcción. Con mis ahorros, me pagué una pequeña habitación amueblada en, escuchen bien esto, un barrio dentro de una pequeña localidad, de un pequeño partido de la ciudad de Buenos Aires*. Mientras tanto hice el curso de ingreso de la facultad, y cuando llegó la fecha indicada, me inscribí en la facultad de Economía de la prestigiosa Universidad de Buenos Aires.
Varios cursos de idiomas, contabilidad, liquidación de sueldos, llantos, y carrera universitaria después, me gradué tardíamente a los 28.
Y digo tardío para mi plan de vida. Porque en realidad, en mi país, es lo más normal del mundo graduarse “tarde”.
Y aunque fue difícil, pasé de trabajar en una construcción, a trabajar en un pequeño despacho contable, a los dos años de haber llegado.
Parece un sueño, pero esa no es la parte interesante de la historia, lo más interesante viene ahora, escuchen esto.
Tres meses después de graduarme, y miles de curriculum vitae después. Conseguí una entrevista en una de las más grandes empresas extranjeras que hay en Puerto madero. Para los que no conozcan mucho, es el barrio más joven, y por ende, el más “top”, odio esa palabra.
Sin irme por las ramas, pareciera una burbuja dentro de la provincia.
Es entrar a otro mundo. Altos edificios, seguridad independiente, calles en perfecto estado, deportistas al aire libre, oficinistas de traje y tacones. Nada que ver con mi mundo. Un mundo que estoy intentando no olvidar o dejar atrás, pero sí superar. Y es increíble lo que el orgullo puede hacerle a una persona. El orgullo herido más bien.
Así que, redondeando un poco. Acá estoy. En mi primer día de trabajo. Di Bonetto Enterprises, que se destacan en varios rubros, entre ellos, alimentos, tecnología, moda, y metalúrgica, me contrató.
A mi. Un campesino ya no tan ignorante.
Y sentado en esta enorme mesa de conferencias, jugando con mis dedos, mientras mi rodilla prácticamente golpea la mesa cada vez que rebota contra el piso. Sonrío.
Porque todo esto que esta pasando ahora, me lo tengo merecido. Y en el proceso de reconstruir mi autoestima y sanar mi orgullo, descubrí que me gustan los zapatos que brillan.
Me gustan los trajes, y combinar los colores de las corbatas con las camisas.
Y creo que si no hubiera sido por ese corazón roto a los dieciocho, no hubiera descubierto que me encantan los números.
Atender llamados, manejar una agenda. Leer en el subte. Así que sí. Muchas veces necesitamos que nos rompan el corazón.
Sentado prácticamente sin escuchar mucho, se siente un golpe en la puerta y todos volteamos a ver.
Es una despampanante diosa que nunca pensé que iba a ver en mi vida. A la mierda mi amor de la secundaria, hay millones de peces en el mar y por esa puerta acaba de entrar el ser mas deslumbrante que vi en mi vida. Cabello n***o, ojos azules, es como la muñeca del millón de dólares.
Con un vestido verde oscuro ceñido a su cintura, y una cartera colgando del hombro. Se sube los lentes de sol a la cima de su cabeza, donde su pelo n***o cae en ligeras ondas hasta la cintura y sonríe. Y es todo lo que necesito para perder el hilo de la conversación.
-Hoy salí temprano de la junta para poder saludar a la carne fresca- Le dice a Jennifer quien no para de sonreír.
-En ese caso la presento. Esta es la jefa de los jefes chicos. La señorita Sofia Di Bonetto-
¿Di Bonetto, como en Di Bonetto Enterprises? O sea, la hija del dueño. Y yo acá soñando con que quizás, mi suerte no se había acabado y sería no se, una de mis compañeras de trabajo, con quien ser cercano, volvernos amigos, casarnos y tener hijos. Lo sé, quizás por esto me dejaron.
-Un gusto conocerlos a todos, Mi nombre es Sofía, no se preocupen por el apellido- Dijo mientras se quitaba seriedad moviendo la mano. Como si no fuera la hija del dueño de la empresa en la que estoy comenzando a trabajar en este momento.- a partir de hoy, y hasta la renovación de su contrato, somos todos una familia. Yo vendría a ser la hermana mayor loca a la que no deberían hacer enojar- dijo guiñando un ojo.- bueno, a lo que venía, tengo entendido que hay dos personas en esta sala que va a trabajar casi directamente conmigo en la sala de secretariado ejecutivo. ¿Quién sería Emmaline?-
-Esa seria yo- dijo una chica bajita, de pelo rojo oscuro atado en una trenza rara, con gafas azules y un vestido gris. Una chica que no había notado hasta ahora.
-Bienvenida, a partir de este momento eres una de las secretarias en la oficina de FICO. (abreviatura para Finanzas y Contabilidad)
-Muchísimas gracias- contestó ella. Se le notaba el nerviosismo a lo lejos. Parecía un hámster frente a una serpiente a punto de ser devorado.
-Y la otra persona que viene conmigo en este momento, sería el señor Martelli, Simón Martelli.
Y ahí aparece mi nombre.
Simón Martelli.
Y recuerdan al principio que les dije que iba a necesitar ayuda?
Bueno, ayúdenme.
Por favor.