ESTOY ARREPENTIDO

1919 Words
Narración de Jully la protagonistaMilán, Italia Milán es un sitio maravilloso casi como Roma o Nápoles. Los majestuosos paisajes a los alrededores de la ciudad hacen de mi vida un lugar feliz. Mi madre doña Antonella de Bieri es una mujer de gran valor tal como su nombre lo indica, siempre decidida y firme en sus acciones. La admiro mucho por el gran valor que tiene al ser madre soltera, nunca he sabido quién es mi padre pese a que algunas veces he preguntado por él, pero ella no me dice nada. Una vez más intento decirle a cerca de mi padre, pero se echa a llorar diciéndome que no hable más del asunto. Siguiendo con mi vida cotidiana, asisto en la universidad estudiando la carrera de Administración de Empresas Internacionales. Antes de salir me baño luego desayuno con mi madre y finalmente subo al dormitorio para arreglarme bien. Cuando me miro al espejo para peinarme, me gusta mucho mis cabellos largos churreados color n***o que combina a la perfección con mis ojos celestes. Me maquillo ligeramente para dar el toque femenino, me visto de ropa colorida especialmente el celeste, rojo y blanco son mis favoritos. — ¡Jully apúrate que te atrasas a la universidad! —Me dice mi madre. —Ya voy mamá, acabo de arreglarme y bajo enseguida. —Le contesto. —No tardes hija. —Me responde con un fuerte grito. Todas las mañanas mi madre suele llevarme a la universidad en el auto, me cuida mucho de no andar por la calle sola pese a que la ciudad es tranquila, pero no confía en ningún hombre, dice que ninguno vale la pena como para entablar una relación sentimental. Creo que mi madre tuvo una herida muy profunda alguna vez en la vida con un hombre que se quedó con ese miedo, quizá ese hombre es mi padre y es por eso que no ha tenido ninguna otra relación sentimental por más de 20 años. —Hemos llegado Jully, Dios te bendiga y cuídate mucho. —Se despide mi madre con un abrazo. — ¡Nos vemos en la tarde mamá, si tengo alguna reunión con el grupo del curso te aviso! —Le respondo dándole un beso en la mejilla. Al entrar por la puerta de la universidad que debo decir es una de las mejores de Europa, me encanta ver el césped y los jardines alrededor. En al parte interior los pasadizos son amplios, las paredes son color celeste-turquesa, su infraestructura es de estilo victoriano. Hay varias facultades llenas de estudiantes venidos de todas partes del mundo. Americanos, chinos, latinos, rusos. Soy afortunada al tener el privilegio de ser becada debido a mis excelentes notas del colegio. Me llevo bien con algunos compañeros y compañeras de clase, pero a otros no los soporto porque son arrogantes, vanidosos y presuntuosos. Por la vida que me enseña mi madre soy sencilla, simple y con los pies puestos sobre la tierra. Antes de ingresar al aula, dos jóvenes me molestan diciendo que soy una monja o santurrona debido a que no me gustan las fiestas, ni las reuniones sociales donde se embriagan y terminan en verdaderas orgías sexuales. Me centro en estudiar para acabar la carrera y conseguir un trabajo estable que pueda sustentar a mi madre. Sus deudas la tienen angustiada, si en el plazo de 6 meses no acaba de cancelar el auto será embargado, además la empresa donde trabaja está a punto de ir a la quiebra. Si no consigue trabajo lo más pronto posible, lamentablemente tengo que abandonar la universidad ya que aunque soy becada, los gastos extras son costosos. Han pasado algunas semanas y mi madre se queda sin empleo, ella sufre por mi causa ya que si no hay el dinero suficiente tengo que abandonar la universidad. No tengo problema en hacerlo ya que para mí es más importante estar al lado de mi madre en las buenas como en las malas. Aquella tarde después de tomar un café con mi madre el anciano que vino a buscarla el otro día, suplica a gritos desde fuera de la casa por su perdón. — ¡Déjame en paz Diego! ¡Nunca te perdonaré! —Le dice mi madre desde la ventana con la voz quebrantada. Al terminar la incómoda escena mi madre se echa a llorar en mis brazos. Sigo confundida al no entender la relación que mi madre tuvo hace mucho tiempo atrás con él. — ¡Madre no llores más! No es justo que sigas sufriendo. —La consuelo cogiéndole de las manos. —Jully no permitas que ese malvado señor venga una vez más a la casa sino tendremos que cambiarnos a vivir a otro lugar lejos de su alcance. —Me dice mi madre mientras sigue llorando. Los gritos de arrepentimiento de aquel hombre afuera de la casa se escuchan por algunos minutos hasta que no se oyó más. Es de noche, mi madre va a la cama sin antes darle de tomar una taza de agua aromática para que le calmen los nervios, después se durmió. Luego voy a mi habitación a reposar pero no puedo dormir al pensar en lo que pasó aquella tarde; un hombre se presenta de la nada, mi madre se altera al verlo y por último tengo en mente unas palabras que él le dijo: “Ella es nuestra hija”. ¿Es mi padre? ¿Aquella persona que mi madre me prohibió seguir preguntando por él? Tengo muchas dudas en mente. Al día siguiente al despertar, mi madre no se halla en la cama ni en la cocina, seguramente se fue a misa a rezar por la dura situación económica que estamos atravesando, para sorpresa mía varios jóvenes entran a la casa diciéndome que son los de mudanza. Vienen a recoger todas las cosas para irnos a vivir lejos de la ciudad. Mi madre entra a los pocos instantes para decirme que nos vamos a un pueblo llamado Pitigliano conocida como la pequeña Jerusalén, por la presencia histórica de una comunidad judía, siempre bien integrada en el contexto social y que tiene su propia sinagoga. Ella es descendiente de judíos por lo que hace décadas atrás sus padres vivieron en aquel pequeño pueblo. No le digo nada a mi madre aceptando la repentina mudanza. Antes de partir voy a la universidad para recoger algunos libros que tengo en el perchero, para sorpresa mía aquel anciano se encuentra detrás mío. — ¿Cómo te llamas pequeña? —Me dice el anciano con dulce voz. — ¡Disculpe señor pero no hablo con extraños! Permiso que tengo que salir. —Le digo frunciendo mis cejas. —No cabe duda que tienes mis ojos celestes y el cabello n***o ondulado cuando fui joven como tú. —Me contesta dando un suspiro. Por unos instantes le miro a los ojos y en verdad son igual a los míos, después cojo mis libros y me voy sin decirle nada. Él me grita desde lejos que está dispuesto a reconocerme como su hija legítima y que tengo todos los derechos de sus bienes y fortuna. Saliendo de la universidad veo una limosina con tres hombres vestidos de n***o, parecen guardaespaldas. Aquel anciano se dirige al auto con lágrimas en los ojos, por unos momentos me pongo sensible, pero decido no acercarme sabiendo que si es mi padre el cual había ocasionado un gran daño a mi mamá hace años atrás, ¡Jamás lo perdonaré! Pueblo de Pitigliano, Provincia de Grosseto Regresando a casa mi madre junto con el camión de mudanzas espera por mí. Partimos a Pitigliano viajando 14 horas, el viaje resulta exhaustivo para las dos. Al llegar cientos de judíos caminan por las calles, algunos son rabinos los reconozco por la barba larga y un sombrero n***o puestos en la cabeza. En aquel pueblo viven menos de 6000 personas la mayoría judíos, el lugar es pintoresco las casas de bonitas combinaciones cada una con un jardín parecido a las residencias inglesas. Muchos niños juegan en las calles con perros y gatos, todo parece estar en orden. Pitigliano es un pueblo que irradia paz. El camión de mudanzas desembarca nuestras cosas dejándolas bien ubicadas en un pequeño departamento que es suficiente para vivir las dos. El lugar tiene una sala con chimenea adornado con varios cuadros de paisajes en las paredes, tres sofas de color blanco combinado con celeste. La cocina está al lado es angosta y pequeña, el baño y dos cuartos están en el segundo piso. Las paredes están pintadas de celeste y un pequeño jardín con un árbol lleno de limones. —Jully desde ahora en adelante este será nuestro hogar, no es grande pero es lo suficiente cómodo para vivir las dos tranquilamente. — Me dice mi madre con alegría. — ¡Entiendo madre! ¿Pero me podrías explicar el repentino cambio de casa sin justificación alguna? —Le pregunto con ciertas dudas. — ¡Algún día los entenderás hija mía!, ¡algún día lo entenderás! —Ella me contesta mirando hacia arriba. Pasan algunos días hasta que mi madre obtiene un nuevo trabajo, no es buena la paga pero es suficiente para tener lo que necesitamos. Yo por mi parte decido seguir cursos a distancia por Internet, no puedo descuidarme de seguir estudiando. Todo parece estar en calma hasta que al salir de la casa veo la misma limosina que estaba hace días atrás en las afueras de la universidad donde estudiaba (Milán). Sé que se trata de aquel anciano que vino en busca de mi madre el otro día. Me pregunto: ¿Cómo es posible que nos hallase en un pueblo tan recóndito como este? ¿Por qué tanta insistencia? ¿Será que en verdad está arrepentido? Él anciano se baja de la limosina con aquellos hombres que lo acompañan, está preguntando a la gente de su alrededor como pidiendo los datos de alguien, seguramente busca a mi madre. No le voy a decir nada a mi mamá para que no se angustie como fue la vez que lo vio, me lo guardaré en el corazón. Otro auto de marca mercedes Benz se estaciona enfrente de mí, cuando abren las puertas dos mujeres con aspecto señorial, refinado y bien vestidas se acercan para hacerme subir al carro, yo me resisto pero es en vano ya que el anciano viene y entra también en el auto. — ¡Hija no huyan más de mí! Dile a Antonella que nunca la he olvidado que estoy dispuesto a reparar todo el daño que le hice. —Su mirada proyecta bondad y nostalgia. —Usted hizo demasiado daño a mi madre, siempre fue una gran mujer: abnegada, hospitalaria, gentil y de buen corazón. ¿Por qué la lastimó? Eso da a pensar que es solo apariencia sus imponentes carros y su buen gusto para vestir. —Le contesto enérgicamente. Mirando al suelo él me confiesa la verdad. — ¡Voy a morir!, tengo dos años de vida para pasar con los seres que realmente amo, ese eres tú Jully, Antonella y mi hija Sara. Ustedes son lo único que me queda en la vida. Quiero disfrutar los últimos momentos con ustedes. —Los ojos del anciano irradian tristeza. En verdad siento compasión por el que es mi padre biológico, parece que sus palabras son sinceras y que su arrepentimiento nace desde el corazón. Tomándome unos segundos de respiro, lo abrazo calurosamente, su rostro cambia de semblante al sentirse consolado por aquel abrazo.
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