No tengo el control
+CHLOE+
No sé cómo llegué a este punto de mi vida. De verdad, no tengo idea. Quiero decir, ¿cuántas personas pueden afirmar que su segunda fuente de ingresos consiste en probar... juguetes? Sí, esos juguetes. Los que nadie menciona en la mesa familiar, pero que todo el mundo sabe que existen. Supongo que no debería quejarme. Es un trabajo extraño, sí, pero me pagan bien y, para ser honesta, lo disfruto más de lo que debería. Aunque, claro, no se lo confesaré ni a mi mejor amiga.
Todo comenzó hace unos años, cuando mi abuela fue diagnosticada con problemas graves del corazón. Las cuentas médicas llegaron como una avalancha, y mi sueldo como secretaria no era suficiente. Estaba desesperada, y cuando vi el anuncio de la empresa de productos... eh, íntimos, busqué el empleo sin pensarlo dos veces. "Se buscan evaluadores discretos", decía. ¿Discretos? Bueno, al menos lo intento.
Ahora, a mis 28 años, soy oficialmente secretaria de presidencia en Harrington International y probadora freelance de artículos íntimos en mis ratos libres. Vivo en un barrio tan humilde que las cucarachas pagan renta, pero al menos puedo decir que hago todo esto por mi abuela.
Era martes, las siete de la mañana, y yo estaba corriendo con mi vestido verde de algodón (el único que no necesitaba planchar). Mis rizos oscuros y rebeldes rebotaban al ritmo de mis pasos, mientras mis ojos verdes esmeralda brillaban con la misma energía de alguien que sobrevivió a una pésima noche de sueño. Llegué a la puerta de Sexy Hot, la tienda más peculiar de la ciudad.
La recepcionista, Paula, me esperaba con una sonrisa que parecía salida de un comercial de pasta dental. Alta, rubia, con ojos azul grisáceo y piernas que podían competir con las de una supermodelo. Yo siempre pensaba que Paula estaba desperdiciando su tiempo detrás de un mostrador, pero cada vez que le decía algo, ella me respondía que adoraba su trabajo. ¿Qué tiene de emocionante entregar cajas con formas sospechosas todo el día? No tengo idea.
—¡Chloe! Justo a tiempo. Aquí está tu paquete de hoy —dijo con entusiasmo mientras me entregaba una caja negra con letras doradas.
Aaaah, hace una semana que lo esperaba, eso de estar con lo mismo como que me aburre, siempre espero algo más emocionante.
Todos los artículos que he probado son muy buenos, no es que diga que un hombre es malo en la cama y que no logre satisfacerme, solo que en este momento quiero dedicarle el tiempo a mi abue y… ¡Obviamente que a mí también!
—Gracias, Paula. Espero que no sea otro de esos productos con WiFi incluido.
Ella rio y luego, como si recordara algo importante, añadió:
—Ah, casi lo olvido. Este tiene que ser evaluado antes de las 12 del mediodía. Lo siento, pero no puede esperar hasta la noche.
Me detuve un segundo, parpadeando. ¿Antes de las 12? ¿Qué tipo de urgencia es esta? ¿Acaso alguien va a morir si no pruebo esto ahora?
—¿Me estás diciendo que tengo que hacer esto antes del mediodía? —repliqué con incredulidad.
Paula asintió, algo apenada.
—Lo siento, Chloe. Son las instrucciones de la empresa.
Suspiré. Bueno, ni modo. Trabajo es trabajo, ¿no? Agarré la caja y me dirigí a la puerta. Antes de salir, le lancé una mirada rápida.
—Nos vemos, Paula. Deséame suerte.
—¡Buena suerte, Chloe!
Corrí hacia la calle, levantando la mano para detener un taxi. Mi cabello se enredaba con el viento, y mis sandalias de segunda mano hacían un sonido incómodo contra el pavimento. Después de cinco minutos de gritos y quejas, finalmente un taxi se detuvo.
Me subí al asiento trasero y le di la dirección al conductor:
—Harrington International, por favor.
El taxista, un hombre mayor con bigote, asintió y arrancó. Me recosté en el asiento, tratando de planificar mi día. A las 7:30 tenía que estar en la oficina para una reunión importante con la presidenta, quien iba a ceder su puesto a su hijo, Alexander Harrington. Ya sabía de antemano que iba a ser un día caótico.
Mientras el taxi avanzaba, mi curiosidad me ganó. Abrí la caja con cuidado, asegurándome de que el conductor no estuviera mirando. En cuanto vi el contenido, mis ojos se abrieron como platos.
—¡¿Pero qué demonios es esto?! —murmuré para mí misma.
Dentro había un... digamos, "juguete" que era tan grande como un ancla y tenía un diseño que solo podía describirse como ridículo. Venía acompañado de un pequeño control que parecía un llavero de auto, con botones de "+" y "-" y un botón de encendido.
"No tengo tiempo para esto", pensé. Pero entonces recordé las palabras de Paula: antes de las 12. ¿Cuándo demonios iba a probar esto si mi día estaba lleno de reuniones?
Miré al taxista. Él iba concentrado en la carretera, con la radio sonando bajito. Suspiré. Bueno, era ahora o nunca.
Saqué el lubricante de mi bolso (porque una probadora siempre está preparada) y comencé a aplicar un poco en el dispositivo, todo mientras fingía buscar algo en mi bolsa.
Con el corazón acelerado, bajé el dispositivo debajo de mi vestido, hice mis bragas a un lado y comencé a colocarlo. Lo hice lentamente, tratando de no llamar la atención, pero justo cuando estaba en el momento final, el taxi frenó de golpe.
El "pepino" (porque así decidí llamarlo) se introdujo de golpe, haciéndome soltar un gemido involuntario.
—¿Está bien, señorita? —preguntó el taxista, girando la cabeza.
—¡Sí! Todo bien. Solo... me golpeé con la caja. Puede seguir.
El taxista asintió, y yo me acomodé en el asiento, tratando de recuperar la compostura. "Esto va a ser un día largo", pensé.
Waooo, es tan grande que se siente incómodo… Bueno, creo que es por la tensión y lo prohibido de que el taxista me descubra.
+++
El taxi frenó bruscamente frente al imponente edificio de Harrington International. Aún intentando calmar mi respiración después de casi perder la paciencia con el tráfico, le entregué un billete al conductor mientras ajustaba la caja y mi bolso en los brazos. No podía permitirme llegar más tarde de lo que ya estaba, no después de la charla que me había dado la administradora la semana pasada. Salí apresurada, sintiendo cómo mis sandalias resonaban contra el pavimento mientras el calor del rubor subía a mis mejillas.
Concentrada únicamente en llegar al enorme lobby de puertas de cristal, cometí el peor error: no mirar al frente.
El impacto fue inmediato.
—¡Por Dios, lo siento! —grité mientras todo el contenido de mi bolso salía volando en cámara lenta: llaves, maquillaje, celular… y el control del vibrador que sostenía junto a la caja. Todo aterrizó en el suelo como si el universo se estuviera riendo de mí.
—¿Estás bien? —La voz masculina que respondió era grave, profunda, y tenía ese tono entre autoritario y sensual que podría ser ilegal en muchos países.
Levanté la vista y me arrepentí al instante. Frente a mí, un hombre que parecía haber salido directamente de la portada de una revista. Alto, de traje n***o perfectamente ajustado, con una camisa blanca que dejaba entrever un físico trabajado. Su cabello oscuro estaba peinado con esa precisión que gritaba elegancia, y sus ojos azul cielo me estudiaban con una mezcla de curiosidad y diversión. Sus labios, una obra de arte en sí mismos, se curvaron en una pequeña sonrisa burlona.
—Sí, estoy… bien —mentí, aunque mi voz tembló y mis movimientos eran torpes mientras intentaba recoger mis cosas. Pero la incomodidad del "pepino" que llevaba dentro complicaba todo. Cada vez que me agachaba, el juguete me recordaba su presencia con una leve pero innegable vibración interna.
Él también se agachó para ayudarme. Y, por supuesto, tomó el único objeto que no debía tocar: el control.
Mis ojos se abrieron como platos, pero antes de que pudiera reaccionar, él lo giró en sus manos con curiosidad.
—¿Esto es…? —preguntó, levantando una ceja.
—¡Nada! Eso no es nada. —Extendí mi mano para quitárselo, pero en ese preciso momento, su dedo presionó el botón.
La vibración comenzó de inmediato.
—¡Santas flores! —solté un grito acompañado de un gemido, sin poder controlarlo escapó de mis labios antes de que pudiera detenerlo. Llevé una mano a mi boca, horrorizada, mientras mi cuerpo reaccionaba por completo.
—¿Estás bien? —preguntó de nuevo, esta vez con evidente preocupación.
—¡Sí, sí! Solo… un calambre —mentí, aunque mi rostro rojo y mis piernas temblorosas decían otra cosa.