+++++
La reunión con los ejecutivos fue un éxito, al menos eso decía la sonrisa de satisfacción de Alexander. Yo, por otro lado, estaba al borde de un colapso nervioso. Cada vez que alguien me dirigía la palabra, asentía con una profesionalidad que ni yo sabía que tenía, mientras mentalmente rogaba por no caerme redonda al suelo. ¿Cómo demonios se supone que una mujer puede concentrarse en cifras, gráficos y presentaciones cuando lleva un pepino metido hasta el alma?
Horas. Literalmente, horas. Estuve al pendiente de cada detalle, como la secretaria perfecta que soy, asegurándome de que todos tuvieran sus malditos cafés a tiempo, que las presentaciones estuvieran en orden y que ningún ejecutivo se desmayara de aburrimiento. Pero mientras la fachada de profesionalismo brillaba, mi interior gritaba. Cada movimiento, cada paso, era una tortura deliciosa. La sensación única que Alexander había dejado dentro de mí era un recordatorio constante de que este hombre no solo dominaba la sala de juntas, sino también mi cuerpo.
¡Dios, se supone que solo era una bienvenida y terminó siendo la presentación a la empresa hacia el presidente…!
Cuando la reunión finalmente terminó, me retiré a mi rincón, la sombra del gran presidente Harrington y su perfecta familia. Ahí estaba su madre, Elizabeth Harrington, con su elegancia impecable y ese aire elitista que podría intimidar a cualquiera. Su obsesión por la reputación familiar era casi palpable, pero no podía negar que tenía un carisma peculiar. Luego estaba su padre, Richard Harrington, el hombre más intimidante que he conocido en mi vida. Aunque ya retirado, su presencia seguía siendo imponente. Apenas decía una palabra, pero bastaba con una mirada suya para hacerte cuestionar todas tus decisiones de vida.
Justo cuando pensaba que podría escabullirme, la voz de Elizabeth cortó el aire como un cuchillo.
—Señorita Chloe, ¿nos acompañará a la celebración? —su tono era amable, pero había una firmeza que no admitía un "no" como respuesta.
Antes de que pudiera abrir la boca para excusarme (porque, en serio, lo único que quería era sentarme y dejar de sentir el maldito pepino), Alexander apareció a mi lado como una sombra.
—Estoy de acuerdo con eso —dijo con esa sonrisa coqueta que sabía exactamente cómo desarmarme.
Tragué grueso. ¿Qué parte de “quiero quedarme sola” no entendía este hombre?
Pero no. No era una simple invitación. No, no, no.
—No es una petición, Chloe. Es una orden —añadió con una mirada que me dejó sin aliento.
Sentí que mis piernas flaqueaban. ¿Cómo demonios se supone que iba a sobrevivir a una cena familiar después de lo que había pasado entre nosotros? Asentí, porque claro, ¿qué otra opción tenía? Decirle que prefería quedarme para, no sé, desmayarme discretamente en el baño mientras trataba de sacar discretamente un pepino de mi interior, no parecía la mejor estrategia.
Elizabeth sonrió, esa sonrisa elegante que podría congelar el infierno.
—Maravilloso. —Su tono era dulce, pero yo podía sentir la evaluación detrás de sus ojos. Como si estuviera considerando qué tan adecuada era para trabajar con su hijo. Si supiera…
Todo estaba organizado. La celebración sería en uno de los restaurantes más famosos de Londres, de esos que solo ves en revistas o en las cuentas de i********: de influencers que viven, de mostrarte lo que nunca podrás permitirte. Todos comenzaron a despedirse y mencionar que irían en sus autos. Vi mi oportunidad para desaparecer discretamente, di un paso hacia atrás, pero Alexander no perdió el ritmo.
—Usted viene conmigo —anunció, su voz cortando cualquier intento de huida.
Me quedé paralizada. Sentí que el color abandonaba mi rostro. ¿Por qué? ¿Por qué no podía dejarme en paz aunque fuera por una maldita hora?
La madre de Alexander se acercó a él, posando una mano en su brazo con esa elegancia innata.
—Hijo, compórtate. Deja de intimidar a la señorita. —Su voz era suave, pero tenía ese tono de madre que no acepta excusas. Luego se volvió hacia mí—. Usted es una chica inteligente, señorita Chloe. Su experiencia y talento son exactamente lo que esta empresa necesita.
Antes de que pudiera agradecerle por sus amables palabras, Alexander sonrió de nuevo, esa sonrisa que sabía cómo encenderme y al mismo tiempo ponerme al borde de la histeria.
—Madre, me he dado cuenta del gran talento que tiene. Puedo jurar que es la primera mujer que he visto tan apasionada, dedicada y… —Su mirada se deslizó por mi cuerpo con una intención que solo yo entendía.
Tragué grueso. Por Dios. Que alguien me trague la tierra ahora.
+++++
Subimos al auto, el silencio entre nosotros cargado de una tensión que podía cortarse con un cuchillo. Traté de mirar por la ventana, enfocarme en cualquier cosa que no fuera él, pero su presencia era demasiado intensa.
—¿Todo bien, señorita Chloe? —preguntó con esa voz suave que sabía exactamente cómo colarse bajo mi piel.
—Perfectamente, señor Harrington —respondí, mi voz más firme de lo que me sentía.
Su risa fue un suave murmullo en el auto.
—Te ves un poco… tensa.
Oh, no me digas. ¿Cómo no estar tensa cuando cada maldito músculo de mi cuerpo recordaba lo que habías hecho esta mañana, y lo que seguía dentro de mí?
++++
Mis manos descansaban en mi regazo, apretadas con fuerza para evitar que temblaran. El maldito pepino seguía siendo una presencia insistente, y cada movimiento del auto parecía recordármelo. Pero más allá de esa incomodidad física, era su cercanía lo que realmente me desestabilizaba.
—¿Estás bien? —preguntó de repente, sin apartar la vista del camino.
Su voz tenía ese tono grave y seductor que parecía diseñado para derretir la voluntad de cualquier mujer. Tragué saliva, intentando mantener la compostura.
—Sí, claro —mentí, mi voz saliendo un poco más aguda de lo que esperaba. Me aclaré la garganta—. Solo un poco cansada. Ha sido un día largo.
Alexander esbozó una sonrisa ladeada, como si supiera exactamente lo que estaba pensando.
—Trabajaste bien hoy. Mis padres están impresionados contigo.
Sentí cómo mi corazón daba un pequeño salto. No sabía si era por el cumplido o por la forma en que su mirada, ahora desviándose un segundo hacia mí, parecía atravesarme.
—Gracias —murmuré, intentando sonar profesional, pero el calor subió a mis mejillas, traicionándome.
El silencio volvió a instalarse, pero no era cómodo. Era tenso, cargado de cosas no dichas. Miré por la ventana, tratando de encontrar algo en las calles de Londres que pudiera distraerme, pero su presencia era demasiado fuerte, demasiado dominante.
—¿Siempre eres así de dedicada? —preguntó de repente, su voz más baja, casi un susurro.
Giré mi cabeza para mirarlo, encontrándome con sus ojos oscuros y penetrantes. Había una chispa en ellos, algo entre curiosidad y algo más… peligroso.
—¿Así cómo? —pregunté, jugando a la ignorancia.
—Apasionada —respondió, y la palabra quedó suspendida en el aire, cargada de un significado que iba más allá del trabajo.
Tragué grueso. Sabía que estaba jugando con fuego, pero no podía evitarlo.
—Supongo que me gusta hacer bien mi trabajo —dije, manteniendo mi voz firme, aunque por dentro mi corazón latía como un tambor.
Él rió suavemente, un sonido que me recorrió la columna como un escalofrío.
—Eso es evidente. Pero me pregunto… —hizo una pausa, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras—, si esa dedicación se extiende a otros aspectos de tu vida.
La insinuación era clara, y sentí cómo el aire en el auto se volvía más denso. Mis labios se curvaron en una sonrisa, una que esperaba transmitiera la misma confianza que no sentía del todo.
—Supongo que eso es algo que tendrás que descubrir por ti mismo —respondí, sorprendiéndome a mí misma con la audacia de mis palabras.
Alexander giró ligeramente su cabeza, sus ojos brillando con esa mezcla de admiración y deseo que hacía que mi estómago se retorciera.
—Me encantaría hacerlo —susurró, y su voz fue como una caricia sobre mi piel.
El silencio que siguió fue diferente. No era incómodo, sino expectante. Como si ambos estuviéramos esperando ver quién haría el próximo movimiento.
—¿Siempre eres así con tus secretarias? —pregunté finalmente, rompiendo el silencio, mi voz cargada de un sarcasmo ligero que intentaba disimular lo que realmente sentía.
Alexander rió de nuevo, un sonido profundo que reverberó en mi pecho.
—No. Eres única —respondió con una sinceridad que me desarmó por completo.
No supe qué decir. Mi mente estaba en blanco, mi cuerpo reaccionando a cada palabra, cada mirada, cada insinuación. Sabía que estaba cruzando una línea peligrosa, pero no podía detenerme.
El auto se detuvo en un semáforo, y Alexander giró completamente hacia mí, sus ojos fijos en los míos.
—¿Qué es lo que realmente quieres, Chloe? —preguntó, en voz baja, su tono más serio esta vez.
La pregunta me tomó por sorpresa. No estaba segura de a qué se refería exactamente, pero la intensidad en su mirada me hizo sentir que no era solo sobre el trabajo.
Respiré hondo, tratando de ordenar mis pensamientos.
—Quiero… —empecé, pero las palabras se quedaron atascadas en mi garganta. ¿Qué quería realmente? ¿Seguir jugando este juego peligroso, o mantener mi profesionalismo?
Alexander esperó, paciente, pero con esa mirada que parecía ver a través de mí.
—Quiero hacer bien mi trabajo —dije finalmente, pero incluso a mis propios oídos sonó como una excusa débil.