¡Él es mi jefe!

1316 Words
+++ Finalmente, después de lo que parecieron siglos de tormento delicioso, bajó la intensidad. Mi cuerpo se relajó ligeramente, aunque mi respiración seguía desbocada y mi mente estaba sumida en el caos. —¿Quieres más? —preguntó, inclinándose hacia mí, tan cerca que sentí el calor de su aliento contra mi oreja. Negué rápidamente, temblando. ¡Claro que me gustaría! Pero es obvio que no, este no es el lugar indicado para esto, sí lo hago en horas de trabajo, pero no tanto tiempo porque me gusta la discreción y ahora con este sujeto... ¡Estoy en problemas! —No… no puedo más… Me despedirán si… si no salgo ya de este ascensor… —logré articular entre respiraciones entrecortadas. Necesito este trabajo, no es que sea el mejor pagado del mundo o eso es la necesidad desesperada que me hace pensar así. Mi abue es todo lo que tengo y no me importa, haré lo que sea para que ella esté bien. —Entonces, quítatelo y dámelo. —Su tono era bajo, autoritario, pero con un dejo de sensualidad que hizo que un escalofrío recorriera mi columna vertebral. Su mirada era penetrante, y por primera vez, sentí que sus ojos me desnudaban más de lo que ya estaba. Nooo, no se lo puedo entregar, a pesar de que la empresa me lo haya dado para prueba, no puedo dar un artículo que es exclusivo para mí. ¡Que compre el suyo cuando salga! —¿Qué? —pregunté, aturdida, mientras intentaba procesar lo que me pedía. —Quítatelo —repitió con calma—, y dámelo. Quiero verlo. ¡No, esto va por otro camino! Tragué saliva. Mi mente luchaba entre la humillación y la extraña emoción que su propuesta provocaba. —Si me lo das, te devuelvo el control. Sino… el control seguirá siendo mío. —Sus palabras eran un desafío en sí mismas, y aunque mi cuerpo seguía temblando de los orgasmos que acababa de experimentar, mi orgullo empezaba a despertar. Cuando finalmente reuní el valor para responder, él presionó de nuevo el botón, y un nuevo nivel de vibración me hizo gritar. Mi espalda se arqueó, y mis manos intentaron inútilmente detener el efecto del pepino. La nueva intensidad era diferente, más profunda, más intensa. Era como si cada rincón de mi cuerpo se encendiera de placer, y antes de darme cuenta, otro orgasmo desgarró mi cuerpo. —¡Oh, Dios! —grité, perdiendo completamente la compostura. Mis piernas cedieron, y me encontré en el suelo del ascensor, jadeando y temblando. Mi mente estaba en blanco, perdida en una nube de éxtasis. Él se agachó junto a mí, observándome con una mezcla de satisfacción y algo más… algo que no podía identificar en ese momento. —¿Lista para rendirte? —preguntó suavemente, acariciando mi mejilla con el dorso de su mano. No tenía fuerza para responder. Apenas logré asentir con la cabeza mientras intentaba recuperar la respiración. +++ —¿Cómo te llamas? —¿Qué? —Dime cómo te llamas —insistió. —La chica perdida… —Tranquila, lo averiguaré pronto, un gusto, soy Alexander Harrington. El presidente de la compañía. Dios mío, había tenido múltiples orgasmos delante de mi jefe. ¡Quéeeeee! ¡Es mi jefe! ¡Tuve orgasmos delante de mi jefe! ¡Me va a despedir! ¡Nooooo! Tomé aire profundamente, intentando calmar los temblores, pero él no facilitó las cosas. Se acercó con esa arrogancia que ahora entendía como innata en él, inclinándose lo suficiente como para hacerme sentir pequeña en comparación. Sus ojos azules me taladraban con intensidad, y cuando abrió la boca para hablar, mi corazón se detuvo. —Te has salvado por ahora —dijo, su aliento rozando mi cuello—, pero créeme, esto no termina aquí. El tono grave y sensual de su voz era como una amenaza deliciosa, una promesa que encendió nuevamente algo en mí, a pesar de mi evidente humillación. —Me están esperando —continuó, sus labios apenas a centímetros de mi oreja—. Pero no pienso perderte de vista. No tienes idea de lo que provocas, ni de cuánto me he controlado. ¿Controlado? ¿Eso había sido controlarse? Si eso era su versión contenida, no quería imaginar lo que sería desatarlo por completo. —¿Quién eres? —preguntó, de repente, sus palabras cargadas de curiosidad y deseo. Su mirada descendió, deteniéndose en mis labios entreabiertos. Intenté hablar, pero lo único que salió de mi boca fueron jadeos entrecortados. Alexander sonrió con suficiencia, retrocediendo apenas un paso para observarme de pies a cabeza. —Te encontraré. Esto es solo el comienzo —dijo finalmente, presionando el botón para que el ascensor continuara su trayecto. El ascensor se puso en marcha nuevamente, pero mi mente seguía anclada en él. Apenas fui capaz de agacharme y recoger mi bolso y la caja que había quedado olvidada en el suelo. Me alejé lo más rápido que pude de la humedad que estaba en el piso del ascensor que delataba mi estado. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, la escena que me recibió era un verdadero espectáculo. Una fila de ejecutivos y miembros de la directiva estaban esperando. Todos giraron la cabeza hacia nosotros en cuanto salimos. Alexander fue el primero en cruzar el umbral con esa seguridad magnética que hacía que todos lo observaran con respeto. Yo, en cambio, salí detrás de él, con la cabeza gacha y el rostro completamente encendido. —Quiero que limpien ahí —ordenó, con un tono autoritario que no dejaba lugar a discusión—. La señorita se resbaló por el descuido. ¿Resbalé? Me quedé inmóvil por un segundo, asimilando cómo acababa de maquillar la situación frente a todos. Uno de los asistentes se apresuró a disculparse. —Lo siento mucho, señor Harrington. Me aseguraré de que no vuelva a suceder. Harrington. Mi corazón dio un vuelco. ¡Esperaba que fuese una broma, pero es verdad! Alexander Harrington, el hombre que acababa de poner mi mundo patas arriba, era el presidente de la empresa. La vergüenza me golpeó con tanta fuerza que deseé que el suelo me tragara. Sin atreverme a mirar a nadie, caminé rápidamente hacia mi escritorio, intentando ignorar las miradas curiosas que me seguían. Cuando llegué, dejé la caja debajo del escritorio y me desplomé en la silla, tratando de recuperar la compostura. —Chloe, ¿estás bien? —La voz de Marcia, la encargada de recursos humanos, me sacó de mi estado de trance. Levanté la mirada hacia ella. Era una joven de mi edad, rubia, de ojos azules y con una apariencia impecable que hacía que me sintiera aún más desaliñada. —Tengo una muda de ropa que puedo prestarte —ofreció amablemente, mirándome con preocupación. Asentí sin decir nada, incapaz de formular una respuesta coherente. Justo cuando me disponía a seguirla, la voz de Alexander resonó detrás de mí. —Señorita, sí, usted —se dirigió a mí—, pase por mi oficina cuando termine. Mi cuerpo se tensó al instante. Asentí torpemente, evitando su mirada mientras él se alejaba con todo el séquito de ejecutivos siguiéndolo. Su presencia dominaba el lugar, y yo no podía evitar sentirme pequeña bajo su sombra. Paula, mi compañera de escritorio, se acercó rápidamente a mí. —Tienes que cambiarte, Chloe. Los padres fundadores están por llegar, junto con los demás directivos. Si no te apuras, podrías perder este trabajo por incompetente. Asentí de nuevo, dejando que me guiara hacia un área más privada. Mi mente estaba nublada mientras intentaba procesar todo lo que había pasado. Alexander Harrington era mi jefe. El hombre que había presenciado mis orgasmos de manera más íntima que cualquier otro. Soy una bruta, cómo no pude tener cuidado, ese hombre no es cualquiera. ¡Me despedirá! Nooo, estoy acabada y me lo merezco por descuidada. ¡Ahora que voy a hacer!
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD