Una parada en el desierto

2282 Words
Luces tenues, música para amantes y ambiente tenso; eso era lo que tenía. Todos nos estaban viendo; pensando en qué momento dejaríamos de ser los mejores amigos para convertirnos en algo más. Ellos esperaban algo por lo que cotillear en la merienda por semanas, incluso meses. Ellos esperaban que corriera asustada por su declaración de amor y dejara la "zapatilla de cristal".  Ellos esperaban gritar "Cenicienta no corras". Y es que ellos sabían acerca de aquel incidente.     Mariana, Catalina y Sandra están conmigo; aún faltan quince minutos para que suene el timbre y yo estoy recogiendo unos libros en mi casillero para la próxima clase.   - Bárbara, ahí viene Patrick.  - ¿Ya sabes lo que dicen?  - No  - Le gustas.  - Y eso no es todo, dicen que te ha comprado un anillo y varias flores para pedirte que seas su novia.  - ¿Lo aceptaras?   - Todas las chicas mueren por él, serías muy tonta si no lo aceptas.   - Ya basta chicas.   A veces me costaba ser amiga de alguien; esperaban mucho de mí.   - Bárbara.   - Hola Patrick. - Yo... Ehh... Quería preguntarte algo... Yo... - Suspiró como si estuviera cansado y luego se arrodilló. - Yo quería saber si tú... ¿Tú quieres...?   Dejo de escuchar  cualquier cosa que Patrick dice; es difícil decirle a alguien que no. Usualmente soy la chica servicial, ayudo a todo el mundo; no soy la famosa porrista, no soy la excelente deportista, no soy la despampanante modelo; pero todos esperan mucho más de mí que de cualquier otro, porque soy el "ángel de este lugar", porque mis padres son los más correctos en este pueblo, porque mamá es el alma más servicial, porque papá es el juez de este lugar, la persona más justa. Todos nos dan una carga más pesada por tener el apellido "Jude", nos dan una carga más pesada porque mi hermano dejó este pueblo de la manera menos correcta; esperan un mínimo error para exiliarnos, y por eso tenemos que actuar con honor, hasta que toda esta pantomima deja de ser una y se convierte en un estilo de vida, uno al que yo no he podido acostumbrarme. ¿Soy humana verdad?  Retrocedo un paso, y luego otro; podría ser muy tonto contarlos pero todos ellos me hacían contarlos, como si en vez de contar pasos estuviera contando segundos para acabar en el infierno. Sigo retrocediendo, pero siento los empujones, de mis "amigas", para regresar a donde estaba. No importa; yo no quiero a Patrick, probablemente él tampoco a mí y solo estaba siendo presionado por los demás. ¿No es malo estar con alguien al que solo has aceptado por pura compasión?   Me zafo de mis amigas y sigo retrocediendo, pero todos empiezan a mirarme; siempre con esa mirada inquisitoria. No sé si podré seguir caminando por los pasillos de este colegio sin sentir la necesidad de disculparme con todos; no sé ni siquiera si podré seguir viviendo en este pueblo si todos hablan de mí, ya sea a mis espaldas o sacándomelo en cara. Quiero llorar, pero no puedo ¿verdad?  Me siento caer y escucho el jadeo de todos en el pasillo. ¿Dónde están los mayores?   Mariana, Catalina y Sandra tratan de pararme pero me alejo de ellas; sé que no estoy segura con nadie. Ellas me tratan como a un cervatillo escuchando las pisadas del cazador, y la verdad es que me siento así. Se acercan y vuelven a tratar de levantarme con mucha más delicadeza; antes de pararme sé lo que debo hacer, correr. Intento pararme con la intención de correr; pero Mariana agarra mi pantorrilla y tira de mí, logra quitarme una zapatilla pero mi determinación logra ser mucho más grande.       Todo ha ido de mal en peor; lo sabía pero tenía la esperanza de que no fuera así. Ellos tratan de ser buenos conmigo porque se han convencido de que terminaré casándome con Patrick, la persona más prometedora de este lugar; han creado su cuento de hadas sin siquiera preguntarme si es lo que quiero, por supuesto que luego de mi "espectáculo" no tengo voz ni voto. Mis padres no están de mi lado y sé que mi hermano me ayudaría pero no sé dónde está, mi otra opción es la abuela pero mis padres me han dejado en la edad de piedra, nada de comunicación.  Mi único paraje es este riachuelo y todos estos árboles a mi alrededor; pájaros cantando y ardillas comiendo. Es lo único que mis padres han accedido a darme, un paraje no tan lejos de casa. A veces deseo seguir viviendo con la abuela, ella me trata como una chica de catorce no como una niña de cinco años.  - Así que rechazaste a Patrick. - Vete Alexander. - ¡Hey! Yo no te llamo Cenicienta cada vez que corres.  - ¿Qué quieres?  - Aparte de ver el hermoso paisaje que ves; no lo sé.  Quedo ensimismada, no importa si Alexander o quien sea quiera estar aquí, yo podía seguir con lo mío. - Te puedo ayudar.  - ¿A qué te refieres?   - En vez de casarte con Patrick puedes casarte conmigo, sabes que soy mejor que él.   Reír. Es lo único que hago.   - Gracias.   - ¿Por qué?   - Necesitaba reír.  - ¡Lo decía en serio!  Sé que está bromeando, porque más dramático no puede ser. Empecé a reír y él me siguió. No sabía lo que era ser amigo de alguien; yo ayudaba a todos y todos me consideraban su amiga, pero al final del día no tenía a nadie; y esperaba que Alexander sea la excepción a la regla.     Ahora todo me parece absurdo.  - ¿Se acabó?  Estoy escondida entre sus brazos con mi cabeza recostada sobre su pecho cuando me di cuenta que sin querer había susurrado aquellas dos palabras.  - Es un buen trabajo; prometo que volveré por ti.  Promesas vacías y aun así quiero creerle. El ambiente lo ayuda. Un baile de beneficencia para ayudar a mejorar la pequeña escuela de este pueblo. Todo se parecía a la película de Cenicienta; el baile real, todos mirándonos mientras bailamos; era tan irónico. - No volverás, tú y yo lo sabemos mejor que nadie. - Buscaré la manera de regresar. Una pequeña sonrisa sarcástica aparece en mi cara. - Aun si logras regresar sabes que no me encontrarás. Su respiración entrecortada en mi cuello; mientras que sus lágrimas se pierden en la profundidad de mi cabello y mis lágrimas iban a parar en su chaqueta.  - Lo siento tanto. - Calla. A veces no se necesita un caballero, no necesito que me salves, no necesito que me mientas. Ya no soy la chiquilla a la que perseguían para quitarle sus zapatos y colgarlos en lo más alto de un árbol.  - No. No lo eres; ahora soy yo el que necesita ser salvado. - Ya tomaste una decisión.  - Bárbara eres mi vida.  - No, sólo soy una experiencia que contarás a tus nietos, pero nunca seré el final de tu camino y mucho menos tu vida.  - Escapemos juntos.  La música se detuvo; salgo de mi escondite tratando de esconder mis lágrimas. Me alejo de él porque creo que es lo único razonable que puedo hacer. Voy a los servicios higiénicos para mejorar mi aspecto de niña llorona; todos están en el salón de baile, así que nadie más me verá con este aspecto tan lamentable.  Al cabo de un rato escucho voces acercándose, por lo que me escondo en uno de los cubículos y esperé. - En verdad estaba esperando que Alexander hiciera su declaración de amor. - ¿A Bárbara? - Sí. Después de todo el infierno que este pueblo le ha hecho pasar por lo de Patrick, se lo merecía; por suerte Patrick se casó con alguien más y a ella la dejaron en paz. Hubiera sido como un cuento de hadas. Ambas suspiran; pero mientras una suena como una soñadora, la otra suena cansada.  - Yo no creo que hubiera sido posible. - ¿Por qué? - Se casará. - ¿Alexander? - Sí.  - Pero se nota de lejos que él quiere a Bárbara. - Al parecer dejó embarazada a una chica en la universidad, justo en la fiesta de despedida. Por lo que sé, Anastasia ha llegado hace dos días y ya armó un revuelo en mi casa; pero ella no parece mala persona, incluso parecía avergonzada de haber venido y haber puesto todo patas arriba. - ¡Existen las pruebas de paternidad! - Shh... Ya lo sé. Pero la fiesta de despedida ha sido hace un mes y medio, eso quiere decir que la chica ni siquiera ha cumplido dos meses de embarazo, usualmente estas pruebas se hacen desde el tercer mes. Además, nuestra familia está influyendo mucho, sabes cómo son las habladurías en este pueblo. - Sí. Pueblo chico, infierno grande. - Exacto. Se casarán antes de que nazca el bebé y se mudaran lejos de aquí; por lo visto Alexander consiguió un buen trabajo. - ¿Ya se comprometieron?  - Sí. - ¿Y si el bebé no es suyo? - Lo dudo. Pero si no lo fuera... no lo sé. - ¿Por qué lo dudas?  - Su prometida, Anastasia, ha dado demasiados detalles de lo ocurrido y jura que el bebé es de Alexander; así que o ella dice la verdad o es una buena mentirosa. Además, durante estos dos días ha sido como la esposa perfecta; quiero mucho a Bárbara pero Anastasia ha sido muy buena y odio a Alexander por poner a Bárbara en una situación como esta. - Pero para qué casarse, solo tiene que esperar unos meses para saber si el bebé es suyo. La prueba de paternidad sería todo. - Alexander no quiere. - ¡¿Cómo que no quiere?!  - Baja la voz. Alexander no quiere arriesgarse si la prueba de paternidad es invasiva, no sé qué le han contado pero él ya no quiere perder nada más, en caso de que el bebé fuera suyo y lo lastimara una prueba de paternidad no se lo va a perdonar. Dice que ya ha perdido demasiado, Bárbara ha significado todo para él desde los dieciséis. Además... Ya no quiero seguir escuchando; sé cómo es la historia pero escucharla de nuevo sólo profundiza la herida. Salgo de ese lugar corriendo, sé que tengo lágrimas corriendo por mi cara pero era lo que menos me importaba.  - ¡Bárbara! Alexander está delante de mí, bailando con su prometida y aunque él sonreía, sólo yo he visto las sonrisas de verdad, las que no son para complacer. Pero él ya la había escogido a ella; y por qué no, ella es todo lo que de un golpe me mata, es perfecta.  - ¡Bárbara! El grito de la hermana de Alexander lo alerta y voltea hacia mí; da un paso, acercándose a mí, sé que no le gusta verme llorar, pero esto es algo que no puedo evitar.  Empiezo a correr; todo es como en la película, ya era medianoche, la "zapatilla de cristal" en las escaleras y él persiguiéndome. Aun así esto era distinto, el cielo estaba llorando conmigo. Alguien toma mi muñeca, deteniéndome bruscamente. - Quiero escapar contigo Bárbara. Alexander. - No puedes. - Te amo. - ¡No mientas! Al gritar me suelto bruscamente de su agarre.  - No miento. Lo dice con esa voz que emana determinación, pero todavía puedo sentir su dolor. Me hace girar para verlo a la cara, mientras toda esta lluvia nos moja de pies a cabeza.  Agarro las solapas de su chaqueta y con la voz entrecortada digo:  - Dime que ese hijo no es tuyo. Dime que nuestra boda aunque haya sido secreta fue real. Dime que no me fuiste infiel. Dime que cumpliste todas las promesas que me hiciste en el altar. Dime que me equivoco cuando digo que te odio. Dímelo por favor; porque yo te prometo olvidar todo si tú en verdad escapas conmigo.  Sé que no lo dirá. Él ha vivido toda su vida en este pueblo; mientras mi abuela me ha enseñado que primero es el amor, a él le enseñaron que primero es el honor.   - Yo...  Suelto su chaqueta y él se arrodilla. - Lo lamento. En verdad, lo lamento.  Mis rodillas caen en el asfalto y no puedo hacer más. Saco el anillo de su abuela, ese anillo que me dio el día que nos casamos; según él era uno provisional hasta que pudiera comprarme otro, siempre lo tuve colgando de mi cuello. No me importaba si era, incluso, un anillo dibujado el mismo día de nuestra boda; para mí era suficiente que significara algo. - No... Bárbara quédatelo.  - Para mí significó todo Alexander pero para ti nada.  - Eso es mentira.  - ¿Por qué mantener en secreto nuestro matrimonio? ¿Por qué callar cuando te comprometen con otra mujer? ¿Por qué? - No lo sé. Lo que sí sé es que te amo; y eso ni tú ni nadie lo cambiará. - Ahora soy yo quien lo lamenta Alexander. Siempre lo supe pero no lo quise aceptar; solo soy una de las tantas paradas en tu desierto, nunca estuvo escrito que sería tu destino.  - Vámonos lejos de aquí Bárbara.  - ¿En verdad escaparás conmigo? Sólo la lluvia cantaba. - No lo harás; porque a comparación de mí, tú no eres Bárbara Jude, "Cenicienta, la que corre de los problemas" ¿No es así?  Le entrego el anillo y empiezo a caminar muy lejos de ahí, porque a diferencia de Cenicienta, yo no tengo un final feliz.
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