1.2. Jean, despiertas mi obsesión.

1258 Words
En la casa de mi abuelo, ya todos estaban en la mesa. Saludé a mis tíos, primos, vi a mi vieja charlando amenamente con una tía lejana, a un lado mi viejo cabeceaba de sueño. ―Llegas tarde Pedrito. ―Perdona abue. Mi tía comenzó a servir la cena. Mientras me acomodaba en mi silla, escuchaba los mismos chistes de siempre, tenía la sensación de que el tiempo transcurría lentamente, era un martirio de incomodidad. Pronto llegaron las clásicas preguntas que solía hacerme el abue acerca mi vida privada. ― ¿Tenés novia? ―No abuelo. Aún no. ― ¿A qué esperas? Quiero bisnietos. Conseguite una buena mujer de caderas anchas ―estiraba con mucho esfuerzo sus manos temblorosas. ―Es lo que haré abuelo. ―No quiero morir sin tener bisnietos, ¿me oyes? ―Los tendrás abuelo. Al otro lado de la mesa, mi vieja se quejaba de mi viejo, como si no estuviera a lado de ella escuchándole. Pobre. Viéndolo, no me daban ganas de casarme. Luego de unas largas horas, rememorando los anteriores cumpleaños de mi abue, inventé una excusa para salir de ahí. ―Sos el último en llegar y el primero en marcharse. ―se quejó, con su voz cansada. ―Perdoname abuelo, es el trabajo. ―era mi excusa infalible, que solía usar para estos casos. ―No desaparezcas hasta el año que viene, ¿me oyes? ―Estaré acá para la navidad. ―Mirá que estaré esperando por vos. Mi abuelo me apretaba las manos, como una súplica, sus cansados ojos me miraban a los ojos, como si quisiera decirme que a él no le podía mentir, que sabía que no era el trabajo lo que me sacaba de allí. Por un momento me sentí fatal. Le prometí que no le fallaría y me despedí. Lo encontré, contra todo pronóstico, durmiendo en mi cama. Su rostro relajado parecía angelical. Aunque tenía ganas de despertarle, me tendí a lado, sintiéndome fatal por pensar mal de él. Estaba ahí, como había dicho. Giré y pude sentir la tibieza de su cuerpo, me incitaba. Jean giró, y me miró a los ojos. Estaba despierto. ―Te esperé toda la noche. ―dijo, con un susurro y una sonrisa de triunfador en el rostro. Tenía un no sé qué en ese momento que lo hacía atrayente. Lo que fuera que sea, me hacía sentir diferente. Me miraba como si esperase a que hiciera algo, y al ver que no iba a hacer nada, decidió acercarse, comenzó a besarme. ―Espera… sos menor de edad… no quiero tener prob… ―Shh, tengo diecinueve… ― ¿Me lo jurás? ―Sí. El brillo de sus lascivos ojos, fijos en mí, me volvían loco, me dejaba envolver entre sus brazos y sus piernas, el movimiento de su cuerpo me incitaba, quería más y más, pero yo no estaba pensando con claridad, aun así… mi pene estaba ya erecto y quería hacer lo suyo. Me bajé el pantalón. Jean se dio cuenta y abrió las piernas. Lo sostuve de las caderas, lo atraje hacia mí. No hubo tiempo de prepararle, mi pene perforaba y quebraba su alma. Jean gemía de dolor, no conseguía soltarse de mí, yo era más fuerte. ―Hazlo más suave... ¡Aaaah! ―gritaba, pretendiendo esquivarme, quería detenerme, pero yo no pensaba dejarlo. Una vez más, con una embestida ingresé a él. ―Cuanto más grites más profundo te lo meteré... El sudor de nuestros cuerpos se mezclaba, y creaban un elixir delicioso. Mordía cada centímetro de su espalda, sin compasión. Había algo en él que despertaba en mí, esa sensación de posesión que hacía tanto tiempo creía perdida. Entre jadeos y la fricción de mi cuerpo con el suyo, caí exhausto a un lado. Jean permaneció inmóvil. ―Bestia. ―murmuró, entrecerrando sus ojos. ― ¿No te ha gustado? ― ¡Lo amé! pero sos una bestia ¡no voy a poder sentarme! ―se quejó. Un poco después, se incorporó y se fue a bañar. Me quedé unos minutos para espiarle, quería verlo desnudo como si antes no lo hubiera hecho, luego de eso, fui por algo de beber, encontré el refrigerador vacío. Miré la alacena desierta, y me di cuenta que Jean no había probado alimento porque no había nada que comer. Pedía pizza por la aplicación. Jean salió del baño. Un mechón de su pelo oscuro le cubría un ojo, para ese entonces ya no estaba seguro de cómo se veía más sensual, vestido o recién bañado, pero estaba seguro que no iba a dejarlo ir. Ajeno a mis intenciones, Jean se fijó la hora en el despertador de la mesa de noche. ―Son las tres de la madrugada. ―Es buena hora para comer. ―agité el volante de las pizzas. ―Yo no hago eso. ―inquirió torciendo levemente sus labios. Me di cuenta del malentendido. ―No, espera. Yo hablo de... pedí pizza. Lo hice por la aplicación, mirá. ―le mostré el celular―. Acabo de fijarme que no hay nada de comida. Jean volvió a relajarse, se acomodó en la cama. Sonreí, porque era eso mismo lo que iba a pedirle. Luego de unos minutos llegaron las pizzas. Jean saltó de un tiro cuando le llamé para comer. ― ¿Dónde trabajás? ―En una empresa, poco conocida... ― ¿Eres algo así como el gerente? ― ¡No qué va! Solo soy el contador. ―Para mí no te ves como un contador. ― ¿A sí? ¿Y vos, cómo me ves? ―Para mí sos maestro de escuela.´ ¿Maestro de escuela’ Imposible. ― ¿Y cómo se ve para vos un maestro de escuela? ―Como vos. ―alzó los hombros. ―Ya dejemos de hablar de mí, ¿Tenés familia? ―Claro, mi vieja y dos hermanas... ― ¿Y tu padre? ―No lo sé. Mi vieja jamás habla de él, ella se volvió a casar y tuvo a las gemelas. ―contaba todo eso sin el mínimo resentimiento. Para mí era una catástrofe. Recordé esa época en la que mis padres hablaban de divorciarse, mis notas en la escuela habían descendido, comencé a faltar a la escuela, sentía que mi mundo se acabaría si mis padres se separaban. ― ¿Te echaron de casa? ―No ¡qué va! yo me fui solito. ―dio una mordida grande a la pizza. ―Debe ser duro vivir en la calle... ―No lo sé. Hoy, mi ex, me echó de su casa. Ese puto me lanzó la chaqueta… a propósito, creo la dejé en tu carro… ― ¿Ese tipo era tu novio? Mucho no debe quererte... ―Me dejó quedarme en su casa por un par de días, pero el muy desgraciado se quiso aprovechar. ― ¿No decís que era tu novio? ―Eso fue hace tiempo. Yo no creo en el amor. ―Decís que no crees en el amor… ¿te hicieron sufrir? ―No. La pizza estaba caliente, el aroma era delicioso a pesar de eso yo no pude probar ni un solo bocado, me quedé contemplándole mientras comía, Jean hablaba como si el mundo en el que viviese fuese el normal. No sé en qué momento amaneció, pero yo no había pegado ni un ojo toda la noche, y no tenía sueño. Mi corazón palpitaba con tan solo rozar su piel. Su presencia causaba alboroto, en mi ordenada vida.
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