De repente alguien me golpeó la ventanilla. En mi letargo llegué a pensar que era Jean, pero no, era el camarero bonito y psicópata que aparecía siempre en los peores momentos. ―¡Hola, hola, hola! al fin nos volvemos a ver. ―sonreía, como era su costumbre. ―¿Desde cuándo me seguís? ―estaba desorientado, paranoico y no era para poco, con él de por medio se me hacía un nudo en el vientre. Si recordaba la vez pasada que me tuvo persiguiéndolo por mis llaves. ―¿Yo? ¡Para nada! Vi que te estacionaste en la puerta... Miré para todos lados, tenía razón. En mi estado, no me había dado cuenta que había estacionado justo en la entrada del restaurante en el que él trabajaba, ahí era donde me follé a Jean una vez. ―¿Vos seguís sufriendo por tu noviecito? ¡Dejalo! debe estar con otro, ese marica,

