Lazo Roto

~Daphne~ Faltan unos pocos días para mi décimo octavo cumpleaños, y como siempre, me encontraba sola en mi 'cuarto', si podía llamárselo de esa manera. La luz tenue de la vieja lámpara alumbraban las cuatro paredes de aspecto renacentista, y yo, sostenía con fuerza el último recuerdo de aquellos que me dieron vida y mi memoria había olvidado. Y es que, la presencia de figuras paternas convencionales no es algo que lograra disfrutar, pues según los rumores que corren de voz a voz, mientras el antiguo Alfa se encontraba en una importante misión, dos salvajes se acercaron repentinamente tratando de atacarlo, sin embargo, y como era de esperarse, la pareja falleció a sus manos. Mientras se aseguraban de no dejarlos con vida, se sorprendieron al encontrar un bebé tan pequeño, muy bien escondido entre el cuerpo de la mujer, supongo... que mi madre cumplió con su rol, cubriéndome con su propia vida para hacer florecer la mía. Pero... ¿Por qué atacar a un Alfa y no pedir ayuda? Creo que hubiese sido lo más sensato en vez de buscar su propia muerte. Todos quedaron helados por la decisión que tomó su líder, pues con un destello de arrepentimiento tomó en brazos el pequeño bulto envuelto entre mantas remendadas. -Tráiganla con nosotros- Esa fue su orden, y sin duda todos refutaron, hasta yo lo hubiese hecho. ¿Por qué encargarse de un bebé ajeno? ¿Tanta era la responsabilidad que sentía? Al final, por lengua de otros, supe que su conciencia quedaría intranquila si dejaba tirado en la nieve a un bebe que no tuvo la culpa, y fue por ese motivo, que ahora estoy aquí. Aunque preferiría que me dejara morir en los brazos de mis padres. ¿Qué diferencia hay entre la muerte y la manera en el cómo vivo? El anterior Alfa fue amable conmigo, pero no significa que su manada también esté dispuesta a serlo, pues cuando él se fue de este mundo, la atención y resentimiento fue a parar a mi persona. Culpándome de todos los males que acechaban o les ocurrían. Eso pasó hace unos diez años atrás, ni siquiera cumplía los ocho años, aunque eso fue lo de menos. El rencor, y la ira, son depositados en mí desde entonces. - ¡Apúrate!- Gruñó el jefe de los Omegas azotando un golpe en mi espalda. Ni siquiera sabían que no soy de su clase, ni Omega, ni Beta... Más bien Alfa. Y tampoco sabía que existiera una jerarquía entre los Omegas. De todos modos, mis circunstancias actuales es extremadamente raro, ¿Una loba Alfa? Ni siquiera los libros contienen información relativa de la especie. Solo sé... que mi personalidad es un asco. ¿Y cómo descubrí que soy Alpha? Ni siquiera yo lo sé... Solo siento que soy eso, podría llamarlo intuición, pero mi fuerza no miente. Debido a los genes, mi fuerza es descomunal, mi inteligencia la saqué a flote por mi cuenta, pues cuando murió el antiguo Alfa casi de inmediato hicieron de mí lo que quisieron, eso incluía rebajarme al estatus más bajo, sacarme de la escuela y la habitación dónde me hospedaba. Ahora solo soy la encargada de hacer las tres comidas del día y dejar impecable todo para cuando volvieran los dichosos guerreros. ¡Cómo los odio! Un día... solo por dejar una mota de polvo, recibí una golpiza que recordaré siempre, y no es porque no quiera abandonar el recuerdo, solo que se quedó impregnada en mi piel, en forma de cicatriz por los constantes latigazos recibidos en el mismo lugar. No suelo cometer errores dos veces, así que gracias a su castigo adopté una manera maniática de limpieza. Tanto que la casa quedaba reluciente y con buen olor todo el día, a todas horas. No tenían de qué quejarse. Pero eso no les bastó para dejarme en paz. Apenas acababa de servir el desayuno y ellos bajaron. Todos, excepto el Alfa, quien desayunaba junto a su Beta en una sala especial para los de su rango. Yo solo servía a cierto grupo de guerreros especializados. Lobos bastante fornidos y muy egocéntricos debido a sus cargos y estatus en la manada. -¡Hey tú! Ven acá...- Reconocí la voz de quien me llamó, pues se le hizo costumbre molestarme cada día. -Sí... ¿Hay algún problema?- Odio agachar la cabeza y utilizar ese tono tan bajo y ridículo, pero es lo único que puedo hacer para pasar desapercibida, o intentar ser sumisa. - Acércate- Hizo una señal con su dedo. Ya se lo que trama, no obstante, ¿Qué otra opción tengo más que obedecer? Aún no completo mi plan para huir de aquí. Me acerqué con cuidado hacia la cabecera de la enorme mesa y... - ¿¡Qué carajo me trajiste!?- Sentí un escalofrío bajar desde mi cabeza. Me había echado el jugo encima. -¡Te dije que no quería este tipo de bebida!- Y como de costumbre, jaló de mi brazo y me estampó contra el suelo. -¡¡Tráeme café!!- Rugió. Su gruñido de ira fue tal, que las burlas y risas de los demás se apaciguaron, centrando la atención en mí. ¿Qué querían que hiciera? ¿Llorar? ¿Temblar? ¿Suplicar? ¡Pues no! ¡No soy una cobarde que chilla por este tipo de actitud asquerosa! Tan solo me puse de pie lentamente, hice una leve reverencia, acompañado de un 'Lo siento' y caminé con calma hacia la cocina. Mientras preparaba el dichoso café, perdí el equilibrio al sentir un fuerte puño golpeando mi cara. ¿Qué demonios?