Cuando llegaron, el edificio los recibió con su fachada moderna y reluciente, una ostentación arrogante que parecía burlarse del caos de Altamirano Gourmet. El mármol brillaba demasiado. Las luces eran tan blancas que dolían. A Luciano le pareció todo excesivo, como una puesta en escena para impresionar a los ingenuos. Ricardo Salinas los esperaba en la entrada, con los brazos abiertos y una sonrisa tan calculada que dolía mirarla. —Bienvenido a tu nuevo reino, Luciano —dijo con tono meloso—. Después de tanto drama, es hora de que reconozcas dónde está la verdadera oportunidad. La piel de Luciano se erizó. Había algo en la voz de Ricardo que le resultaba viscoso, peligroso. Y más perturbadora aún era la forma en que se miraban él y Rebeca. Era una mirada cómplice, cargada de un lenguaje

