La primera mañana en Caracas Deluxe fue un mazazo de realidad. El contraste con Altamirano Gourmet era brutal. Allí no había familiaridad, ni calor, ni respeto ganado. Solo una cocina impersonal y bulliciosa donde los empleados corrían como engranajes enloquecidos de una maquinaria sin alma. La atmósfera olía a mantequilla dorada, reducción de vino tinto, cebolla caramelizada y grasa acumulada. Pero ese aroma que antes la hacía sentir en casa, ahora era solo una sombra de lo que fue. Linda recibió un delantal grueso, unos guantes de hule y una orden clara: “A los lavaplatos. Y rápido.” Las dos primeras semanas fueron un suplicio. Quince horas diarias sumergida entre montañas de ollas sucias, bandejas grasientas y cuchillos mal lavados. A veces, ni siquiera tenía tiempo de sentarse a comer

