Linda exhaló con fuerza, sintiendo un escalofrío treparle por la nuca. Era casi medianoche, pero la ira la mantenía en pie como si llevara cafeína en la sangre. No era tiempo para lamentos ni para encerrarse a llorar. Había pasado por la humillación, el destierro y la vergüenza pública. Y ahora… ahora era el momento de actuar. Bebió agua directamente del vaso que reposaba en la cocina, luchando por calmar la fiebre emocional que la consumía. La luz tenue del techo caía sobre su rostro y revelaba el cansancio, las ojeras marcadas por noches de insomnio, pero también ese brillo en sus pupilas: un resplandor nuevo, combativo, que no había estado allí cuando llegó a Caracas. Volvió al salón con paso decidido. La laptop aún proyectaba la última página del PDF como un espejo de verdades crudas

