Linda tragó saliva. Sentía que estaba a punto de cruzar una frontera invisible. La noche se espesaba tras la ventana, y Caracas dormía… mientras ella se preparaba para encender la mecha que podía destruirlo todo… o salvarlo. —Vamos… —susurró con el pulso desbocado, como si a cada segundo le faltara el aire. Abrió el documento PDF. Cuatro páginas. Cuatro puertas hacia el infierno. La primera línea fue un disparo seco en el pecho: un nombre inesperado, cruelmente familiar. Se quedó inmóvil, la sangre helada, el aliento suspendido. Algo le decía que estaba a punto de desenterrar un monstruo que había vivido agazapado demasiado tiempo. La luz azulada de la computadora iluminaba su rostro pálido, acentuando las sombras bajo sus ojos y el temblor de su quijada. Con cada palabra que absorb

