Linda tembló. Luciano apretó su mano. Rebeca no paraba. Y Remigio, con la mirada baja, no intervenía. El silencio de su padre dolía más que cualquier palabra. En ese momento, la guerra dejó de ser simbólica. Se volvió personal. Directa. Cruel. Linda levantó la barbilla y respiró hondo. —Si quieren que me rinda, van a tener que hacer mucho más que eso. Porque no pienso dejar que me arrebaten lo que por derecho me pertenece. Altamirano Gourmet es mi herencia. Mi vida. Y no van a quitármela tan fácilmente. Rebeca la observó con una ceja alzada, apenas conteniendo una sonrisa. —Veremos cuánto dura esa dignidad cuando no tengas ni un plato que servir. El telón había caído en la estación policial… pero la batalla real apenas comenzaba. Linda sintió un fuego interno que le trepó por la gar

