Los días pasaban, y la tarde caía sobre Mérida como una manta tibia y suave, extendiéndose con lentitud sobre los techos rojizos, las montañas a lo lejos y las callejuelas empedradas que rodeaban Altamirano Gourmet. Desde las ventanas del restaurante, se filtraban haces dorados que danzaban sobre las superficies pulidas de la cocina principal, reflejando un brillo casi etéreo. Linda caminaba con paso firme entre los mesones, sosteniendo una libreta de notas contra su pecho, aunque por dentro su mente era un torbellino de pensamientos. Sentía una presión sutil en el pecho, como si algo invisible la oprimiera desde dentro. Se preguntaba si realmente estaba preparada para la reapertura. Su padre había pagado una suma importante de dinero a algunos gestores que facilitaron la reapertura lueg

