—Estás preciosa —comentó, abriéndole la puerta con cortesía—. Me alegra que aceptaras.
Durante el trayecto, Caracas se desplegaba como una ciudad de luces líquidas. Hablaban entre bromas suaves, sorteando con destreza los temas que dolían. Tomás sabía cómo hacerla reír sin hacerla sentir invadida. Esa distancia medida la reconfortaba.
Al llegar al restaurante, una ola de aromas exquisitos y murmullos elegantes los envolvió. El lugar, bañado en tonos dorados y madera oscura, tenía una atmósfera sofisticada, íntima. Un anfitrión los condujo hasta una mesa junto a un gran ventanal desde donde se divisaba la ciudad titilante como un mar de luciérnagas.
—Este lugar es uno de mis preferidos en Caracas —dijo Tomás, con una sonrisa tranquila—. Tienen vinos excepcionales y una fusión gastronómic
