Terminé de cambiar el pañal de mi hijo, que en seguida se tranquilizó, aún restaba darle de comer, así que no podía dedicar mi atención a Amanda, como ella requería, como mi corazón también lo requería.
Caminé con mi hijo entre los brazos hasta la puerta, donde ella lloraba con la cara entre las manos, y luego de respirar profundo besé su cabeza.
—Necesito alimentar a Iván —le dije quedito—, hablemos cuando él se duerma de nuevo.
Amanda asintió, entonces me dediqué con calma a atender a mi hijo hasta que, algunos minutos después, él se encontrara dormido, de nuevo.
Era plena madrugada, cuando le serví un té a Amanda, que me esperaba sentada en el comedor de la cocina, y también serví otro para mí. Ambos necesitábamos estar calmados, eso si no queríamos terminar de nuevo peleando; y
