—¿Qué estabas haciendo? —pregunté a la menuda chica que parecía merodear sospechosamente en la cocina.
Ella dio un pequeño saltó, evidente para mí que no me había perdido nada de ella desde que la vi caminar con sigilo en mi oscura casa.
—Yo, solo... —comenzó a hablar nerviosamente, invitando a mis instintos de profesor a activarse.
Apreté los dientes y dejé caer mi cabeza ligeramente a un lado mientras cruzaba mis brazos al frente de mi cuerpo.
Amanda me miró con los ojos grandemente abiertos, tal cual una de mis adolescentes alumnas luego de ser descubiertas en cualquiera de sus fechorías.
—¿Por qué demonios la estás intimidando? —preguntó mi madre luego de darme un zape tan fuerte que hasta vi doble por un segundo—. ¿A caso no puede comer algo en su propia casa?
Miré a mi madre con sorpresa, que evidentemente pretendía incomodarme, luego miré a Amanda que se avergonzaba a tal grado que sus orejas se volvieron totalmente rojas.
—Niña, ¿no has escuchado por ahí que no debes hacer cosas buenas que parezcan malas? —pregunté tras un suspiro, retrocediendo mis pasos para poner todo lo que cargaba en el sillón detrás del comedor que antecedía a la pequeña cocina de mi casa.
» ¿Por qué caminar despacio en la oscuridad? —cuestioné irritado, intentando con todas mis ganas no ser el malo de esa pequeña y desafortunada historia.
—¿Cuán oscuridad? —regañó mi madre—. Son las tres de la tarde, idiota. Oscura tienes la cabeza, ¿acaso debemos andar corriendo como locos solo porque estamos en la casa? Cada quien camina como quiere.
Miré mal a mi madre, que para mí se estaba poniendo del lado de una que yo no estaba atacando, pero esa era solo mi percepción, lo entendí cuando la chica, con el pequeño postre, que recién había sacado del refrigerador, en la mano, ni siquiera se atrevía a darle una mordida.
—Supongo que entré encandilado —excusé mi alegato anterior—. Subiré a dejar mis cosas, antes de hacer otra idiotez contigo —expliqué para la chica—, lamento haberte asustado, e incomodado.
Amanda no dijo nada, solo agachó de nuevo la mirada mientras veía esa galleta llena de crema de limón con chocolate encima que a mi madre le salía deliciosa y a ambos nos encantaba.
—No le hagas caso —escuché pedir a mi madre mientras regresaba al pasillo que me llevaría a las escaleras que terminaban en la segunda planta.
Negué con la cabeza, sabía que, como adulto que era, debía ser el comprensivo, no el abusivo, pero se me daba tan bien molestarla que me iba a costar demasiado trabajo no intimidarla de vez en cuando; aunque sería inconscientemente.
Esa tarde no merendamos juntos, pero la escuché hablar con mi madre mientras cocinaban. Esa era mi tarea diaria, pero cuando bajé a hacer mi parte mi madre estaba acompañada, así que decidí quedarme en la escalera, sin que me vieran, tonteando con mi celular.
» ¡Qué bonito! —dijo de pronto mi madre, que me descubrió inmerso en esa aplicación de vídeos que se comían mi tiempo—, nosotras trabaje y trabaje y tú bien comodito, descansando.
—Perdón —dije tras el pellizco que recibía de parte de ella.
Puede que sea tarde para mencionarlo, pero mi madre tenía una extraña y agresiva afición de lastimarme. A veces incluso por nada, pero siempre me aplicaba un poco de daño físico.
» Iba camino a ayudarte, pero me distraje.
—Menos mal Amanda si me ayuda, sino tragaríamos cebo de rana.
Sonreí. Amaba la coloquial manera de expresarse de mi madre, porque estaba ochenta por ciento seguro de que de alguien había aprendido esas raras frases; aunque el otro veinte por cientos me seguía gritando que ella las había inventado.
Entramos a la sala-comedor-cocina en mi casa y, tal como lo presentí, la chica no volvió a decir nada, solo se dedicó a evitar mirarme siquiera, como si internamente rezara porque yo ya no dijera nada.
Pero no lo hice, al menos no para ella, que aparentemente no se sentía incomoda por no ser incluida en mi platica con mi madre sobre lo que habíamos hecho esa mañana.
Y, hablando de una cosa y de otra, salió a colación su próxima cita médica.
—Hablaré con Fabiola —dije para mi madre—, le preguntaré si conoce a alguien que me cubra ese día, para poder acompañarte.
—Ah, no te dije —dijo mi madre de pronto, como si de verdad se hubiera olvidado de mencionar algo y recién cayera en cuenta de ello—, no tienes que faltar. Me va a acompañar Amanda.
Ese comentario me supo a que mi madre no me necesitaba ahora que tenía a Amanda, y me golpeó un poco fuerte el ego, por eso hice otro comentario idiota que me colgaría otro arrepentimiento con esa chica a los que ya cargaba conmigo.
—¿La trajiste para reemplazarme? —pregunté con evidente molestia, y mi madre sonrió un poco hasta que escuchamos cómo ella comenzaba a sollozar.
Apreté los ojos y los dientes, en señal de arrepentimiento, y mi madre me fulminó con la mirada para levantarse y seguir a la jovencita que, tras llorar por mi comentario, salió del lugar sin decir nada.
«Idiota» me dijo mi madre, y se lo creí esta vez.
Caminé detrás de ellas, con la intensión de disculparme, pero no me atreví a tocar a su puerta pues, además de que mi madre ya me disculpaba con ella, ella no parecía sentirse dispuesta para encarar al idiota que no le hacía sentir bienvenida en ese lugar; al contrario, la hacía sentir como lo que ya sentía que era: una molestia.
Me golpeé internamente y decidí bajar recoger la mesa y lavar los trastes, en lo que mi madre la reconfortaba un poco y ella lograba tranquilizarse.
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—Eres una completa molestia —dijo mi madre entrando al lugar donde yo terminaba de limpiar la mesa luego de lavar los trastes—. Dale un respiro a la pobre chica.
—¿Cómo está? —pregunté entendiendo perfectamente bien a lo que se refería Lorena, y, seguro también, de que ella sabía que yo no había hecho nada con intención de molestarla; todo se había dado porque, como ella sabía, yo era muy idiota.
—Se quedó dormida luego de llorar mucho —anunció mi madre—. Elías, tienes que irte con tacto con ella. De por sí se siente que no pertenece a este lugar, y si te la pasas rechazándola, no va a sentirse parte de la familia jamás, y es lo que quiero que seamos: una familia para ella y que ella sea parte de esta mini familia que somos los dos.
Asentí estirando los labios. No es que no lo quisiera, de vedad me encantaba la idea de ver a mi madre menos sola y más ocupada y animada, pero ella y yo teníamos un ritmo que, aparentemente, estaba protegiendo inconscientemente.
—Va estar difícil —dije y recibí una nalgada de mi madre, que me miraba con compasión más que con reproche.
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—Lamento lo de esta tarde —dije a la joven que me topé en el pasillo de afuera de las habitaciones en la segunda planta—. Ya te lo había dicho, soy muy idiota para muchas cosas, y hablar sin pensar en nada es mi especialidad.
Amanda no dijo nada, solo me miró medio adormilada.
» A mí no me molesta que hayas venido —aseguré—, y te juro que me encanta la idea de que mi mamá tenga compañía, sobre todo si eres tú, pero te juro cada idiotez que digo va sin intención de lastimarte, o incomodarte... aunque se nota a leguas que no está funcionando.
» De verdad lo lamento.
—Está bien —dijo Amanda—, igual no tendrás que aguantarme mucho.
Me pregunté qué significaba eso, pero ella no me dio tiempo de preguntarle, solo caminó hasta el baño quitándome la oportunidad de hablar un poco más con ella o de obtener su disculpa por lo idiota que yo había sido antes.