CAPÍTULO 5

1727 Words
—¿Dónde está Amanda? —pregunté tras llegar a mi casa y no verla por ningún lado. —La dejé en la preparatoria hace una hora —respondió Lorena, sorprendiéndome. —¿La convenciste de estudiar la preparatoria? —cuestioné asombrado y mi madre asintió—. ¿Cómo le hiciste? Desde antes de terminar la secundaria esa chica había mostrado renuencia para estudiar el siguiente grado, y ahora mi madre la había convencido a pesar que el ciclo escolar tenía ya poco más de un mes. —Le dije que si estudiaba por las tardes no tendría que encontrarse contigo tan a menudo —informó mi madre burlona y le regalé mi peor cara. No podía creerme que mi madre alimentara su repudio hacia mí. Sí, entendía que la chica se mostrara recelosa con alguien que en lugar de hacerle sentir bienvenida le hacía sentir incómoda, pero si íbamos a ser familia, lo mejor era aprender a convivir uno con el otro y acostumbrarnos a las manías y defectos de los otros miembros. Mi madre rio exageradamente en respuesta a mi, seguramente, graciosísima expresión. » Ese fue solo un empujón —aclaró de la nada—, pero fueron muchas cosas las que le dije, y me imagino que todas juntas le dieron el valor de hacer algo que no se había atrevido: soñar. Suspiré y me dejé caer en ese sofá que soportaba todas mis cosas de la escuela, era bueno que ella decidiera ser parte de algo mejor, de un mundo donde la educación intentaba con todas sus fuerzas hacer más amena la vida de las personas. —¿Necesitan ayuda con algo? —pregunté y mi madre negó con la cabeza, poniendo su mano en mi cabello y despeinándolo. —Dale tiempo —pidió—, ella no puede confiar en nadie si no confía en sí misma primero. —Ella confía en ti —farfullé casi envidioso. —Pero yo soy una madre —argumentó ella— y, si bien es cierto que no soy su madre, las madres somos especiales; sobre todo cuando somos tan buenas como lo soy yo. Sonreí de medio lado, no tan convencido de lo que decía. Mi madre si era buena madre, pero de ahí a ser tan buena como estaba presumiendo, había un gran trecho. Pero lo cierto es que muchas veces tenía razón, sobre todo en cuanto a experiencia se trataba. Es decir, ella tenía más años en esa vida medio compleja y medio complicada en que nos había tocado vivir, así que seguro algo de todo lo que dijera me sería de utilidad. Y, sin pensarlo mucho, ni poder hacer demasiado tampoco, dejé que el tiempo siguiera su cause y, sin verla más que un par de veces los fines de semana, Amanda y yo dejamos de tener esos desastrosos encuentros en que terminábamos más incómodos cada vez. Ella se volvió la chica dedicada a los estudios de la que mamá podía sentirse muy orgullosa, y yo también lo hice. Me complací en ella cada que mi madre me contó lo bien que lo estaba haciendo como estudiante de bachillerato. Me alegraba que se sintiera tan motivada con los estudios que le estuviera poniendo ganas, además de que se sintiera cómoda con mi madre, de otra manera probablemente no le contaría todo eso que yo sabía también gracias a Lorena y su incapacidad de quedarse calladita. Sin embargo, nuestra relación no mejoró en mucho tiempo, pues de verdad poco nos veíamos, a pesar de que vivíamos bajo el mismo techo. Era triste, no me agradaba la idea de que la otra hija de mi madre no se relacionara conmigo, pero de alguna manera entendía que ella no me soportaba. Es decir, mi carácter y forma de reaccionar seguro eran demasiado para una chica del tipo introvertida. —Ojalá pudiera ayudarla con algo —dije en voz alta, sin saber que ella me escuchaba. Lo supe cuando aclaró su garganta y miré a mi costado, a la puerta abierta de mi habitación unos cuantos metros de donde yo estaba sentado revisando materiales para las planeaciones de actividades del siguiente bimestre. —Lorena me dijo que tal vez tú me puedes prestar un libro —dijo sin siquiera atreverse a entrar en el lugar en que yo estaba. —¿Cuál libro? —pregunté rezando porque mi pregunta no sonara a un regaño o algo molesto. —El que sea —explicó ella—. Para literatura nos pidieron hacer un reporte de cualquier libro que nos gustara, pero no tengo un libro que me guste... ni siquiera tengo un libro. Asentí y me levanté para caminar a la repisa junto a la puerta en que ella esperaba afuera. —Pasa —pedí y, tras pensarlo un poco, se decidió a entrar—. Estos son novelas de varios géneros —informé señalando un par de hileras de ese mueble en que guardaba mis libros favoritos—. Estos son de superación personal y teorías educativas y psicológicas... puedes elegir el que te guste más. Amanda asintió sin quitar los ojos de los coloridos lomos y títulos de ese, al menos, centenar de libros que guardaba el librero de mi habitación. La lectura era algo que me había apasionado toda la vida, así que por mis manos y cabeza habían pasado montones de títulos de los que había guardado para mí los que más había amado, los demás los repartí entre gente que parecía necesitarlos, quererlos o que podría valorarlos. Siempre creí que el mejor lugar para un libro no era una repisa o una estantería, sino las manos de tantas personas como pudieran quererlo leer. —¿Puedo tomar varios? —cuestionó Amanda luego de un rato de mirar con indecisión por todos lados, incluso tocando algunos lomos y murmurando quedo sus nombres. —Por supuesto —respondí —, yo ya los leí todos al menos tres veces, así que, si alguno de ellos te encanta de verdad, incluso te lo puedes quedar, pero, si algún día lo quiero volver a leer, me lo tienes que prestar. Amanda, que en un inicio me miró con asombro, al final sonrió frunciendo el entrecejo, y tomó cuatro libros que se llevó a su habitación tras darme las gracias. Eso fue genial, deseé que pronto nos pudiéramos sentir tan cómodos que no pareciera querer salir corriendo de cualquier lugar al que yo entrara o en el que estuviera. ** —¡Felicítame! —pidió mi madre cuando llegué a casa y las encontré a ella y Amanda acomodando un montón de ramos de flores en varios puntos de la sala, el comedor y la cocina. —¿Por qué? —cuestioné feliz de la razón que ya conocía, pero que esperaba ella me dijera—. ¿Acaso conseguiste un novio muy romántico que te dio muchísimas flores? Auch... Terminé quejándome del tremendo pellizco que me dio mi madre antes de abrazarme y llorar en mi pecho, llena de felicidad. —Le gané al cáncer —dijo y quien lloró entonces fui yo, abrazando con fuerza a esa mujer que quería viviera, al menos, unos cien años más, para no tener que vivir ni un solo segundo de mi vida sin lo que más amaba en la vida. —¡Felicidades! —dije en serio feliz por ella, y por mí también—. Y gracias por estar con ella, Amanda. La mencionada me miró también conmovida. Éramos una familia, después de todo, una que, al fin, después de meses de incertidumbre y mucha fe y esperanzas, al fin respiraba profundo, tranquilos y seguros de que el futuro sería pura felicidad para nosotros. Y así, tranquilos y felices, pasamos tres años donde la cordialidad, el respeto y, sobre todo, que un joven y una adolescente maduraron, nos convirtieron en buenos compañeros de piso a Amanda y a mí. Pues, aunque, al menos yo lo intenté, no logré ver a esa chiquilla como mi hermana menor, y ella, aunque se enamoró de la familia en que estaba, decidió no ser la hija de Lorena, ni mi hermana. Pero estaba bien. Está bien que uno crezca orgulloso de sus raíces, y Amanda adoraba ser la niña por la que su madre dio la vida cuando ella nació y por la que su padre, antes de morir, se esforzara tanto. Y, en cuanto a la relación entre mi madre y esa chiquilla, se tornó en una gran y bella amistad, una que aún algunas veces me daba envidia, pero que adoraba atestiguar. Amanda amaba a mi madre, tanto como mi madre amaba a Amanda, y por eso su corazón se despedazó igual que el mío cuando a la perdida de peso de mi madre, su desaliento y resfriados muy comunes el médico nos informó que su cáncer había regresado y estaba avanzando tan rápido que veía improbable que pudiera salir invicta de nuevo. Lorena, nuestra luz y felicidad, se estaba apagando lenta y dolorosamente y, tal vez porque no nos convenía, no lo quisimos ver; aunque la razón más probable era que ella nos había ocultado bien lo que le pasaba; lo había aguantado todo bien hasta que fue inevitable que los otros lo notáramos. Estaba dolido, y también un poco molesto, aunque no sabía con quien exactamente. Pero sabía que me molestaba no haber prestado más atención a esos detalles que, una vez que el médico los mencionó, pude recordarlos con claridad. No era mi culpa, lo sabía, pero eso no me quitaba de la cabeza la idea de que, si hubiese sido más atento, las cosas podrían haber terminado de otra manera. Sin embargo, no era tiempo de lamentarse, era tiempo de buscarle a mi madre algo que le ayudara a aferrarse a la vida porque, algo dentro de mí aseguraba que, si ella lo quería, haría que fuera posible hasta lo imposible. Después de todo, así era la madre con quien había crecido, la que me había educado y de la cual estaba tan orgulloso. Y, lo mejor de todo era que ya no estaba sola, que tenía a mi lado, como mi aliada, a la mejor amiga de mi madre. Seguro que entre los dos algo lograríamos idear para amarrar a esa mujer que amábamos a la vida que no queríamos vivir sin ella.  
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD