—Si nos casamos, ¿querrás tener hijos? —preguntó Amanda mientras retozábamos en la nueva alfombra de nuestra sala.
Ella estaba a punto de graduarse y, debido a toda mi insistencia, el matrimonio ya no era algo a lo que le pusiera muchos peros.
—Pensé que sí querías tener hijos —dije un tanto sorprendido por la pregunta—, recuerdo que, cuando murió mamá, dijiste que le había faltado conocer a tus hijos.
—Sabes bien que por tu madre yo hubiera hecho cualquier cosa, incluso vivir feliz a pesar de mis múltiples traumas —respondió Amanda, con la mitad inferior de las piernas sobre la mesa de centro.
—A veces desearía que me amaras tanto cómo amabas a Lorena —expresé a modo de queja—, pero me conformo con que me quieras, aunque sea, la mitad de todo lo que la querías a ella.
—Entonces
