—¿A dónde vamos? —pregunto, mirando su cara. Bueno, mejor dicho, su perfil. Tan esculpido y tan enigmático, que me dan ganas de trazarlo con mis dedos. —Iremos a ver una película y luego te llevaré a cenar —contesta, manteniendo su vista fija en la autopista, aunque siento su atención en mí. —Si vamos al cine no podré hablar contigo —finjo tristeza, mi queja teñida de una verdadera necesidad de lo que quería de él. Él frunce el ceño. —Entonces, ¿quieres ir a un parque? —asiento inocentemente, con una punzada de desafío infantil en mi interior—. ¿Prefieres un parque que ir al cine? —pregunta, viéndome fugazmente, su mirada era penetrante—. ¿Acaso eres una niña, Nata? —lo miro mal, y mi irritación era real—. El cine es más íntimo y un poco más... romántico. —No soy una niña, solo me qu

