Desde que me arrancaron de mi zona de confort y me expulsaron de mi hogar en Rusia, confiar se volvió una guerra que no puedo ganar. La paranoia se me pega a la piel, como un sudor frío que nunca se seca. A veces siento que desconfío hasta de mi propia sombra, que podría traicionarme sin avisar. Mi memoria es un abismo oscuro, un agujero n***o que devora mi infancia y mi familia real, dejando solo fragmentos borrosos: voces lejanas en llamadas navideñas y fotos ajenas que duelen más que cualquier verdad.
—Cariño, será doloroso —me advirtió, mi tío Émile, tantas veces que la frase se me clavó en el alma—. Mejor deja el pasado enterrado donde está. No es sano revolver recuerdos que solo te harán sangrar.
Pero cuando la noche se cierne y el silencio se hace insoportable, mi mente se vuelve
