Theodore observó la pantalla de su computador portátil sin verla realmente y alzó su mano para masajear distraídamente su pecho, justo sobre su corazón. Sabía que no debía de pensar en Hayes Miller, el hombre había quedado fuera de los límites luego de lo que su hermana le contó sobre sus planes, y, aun así, no podía evitarlo. Sin importar lo que se encontraba haciendo, su mente vagaba interminablemente en el perfecto y varonil rostro del sheriff, en su divertida y cálida personalidad, sus protectores brazos, su maravillosa voz grave y por supuesto, en aquellos ojos grises oscuro. ¿Por qué el hombre tenía que ser tan perfecto? Incluso si le preguntaban, Theo podía decir exactamente cuántos días llevaba ignorando tanto las llamadas como los mensajes del gran hombre, porque sabía que si l

