Hayes había estado despierto desde el momento en que su alarma había sonó a las siete de la mañana, avisándole que tenía que ir a trabajar. Por el contrario a eso, el alfa estiró su mano sobre el pequeño cuerpo acurrucado casi encima de él y apagó el molestoso aparato antes de que molestara a Theo.
Entonces, se había quedado quieto, admirando la pequeña espalda que estaba apegada a su pecho y el desnudo cuello con apetitoso aroma que tentaba a su lobo, era un verdadero milagro que no hubiera hecho ya algún estúpido movimiento como inclinar su cabeza más cerca y besar, lamer y morder aquella tierna proporción de piel.
Pero incluso su lobo sabía que tenía que contenerse y caminar con cuidado luego de la traumática experiencia de Theo.
Suspirando, el pequeño hombrecito giró dentro de sus b
