Capítulo 1: Lucas Morrison
—¡Haré lo que quieras! —le dije al hombre frente a mí.
—¿Realmente puedes hacer lo que yo quiera? —preguntó.
Asentí.
—Sí, puedo.
—Quiero poseer tu cuerpo.
Desde ese día, le vendí mi cuerpo, porque ya no me pertenecía a mí, sino a Lucas Morrison. Él era su dueño.
Hace una semana
La vida era injusta, pero si eras rico y poderoso, la sociedad se movilizaba para asegurarte justicia. Con una sola palabra, todo podía resolverse. ¿Cuándo me di cuenta de esto? Trabajando en lugares frecuentados por los más privilegiados.
Soy Victoria, una estudiante universitaria común que solo tenía acceso a esos círculos exclusivos como camarera o sirvienta. Prefería ser una persona ordinaria, porque no quería parecerme a la gente falsa que me rodeaba. Sin embargo, no podía evitar trabajar, pues las injusticias que agobiaban a tantos también me afectaban a mí.
Mientras servía bebidas, tenía la oportunidad de observar a los asistentes. Sonrisas falsas, conversaciones vacías, personas que claramente no se soportaban. Se reunían, pero el interés genuino brillaba por su ausencia.
Esa noche se celebraba una importante ceremonia de premios. Las personas comunes no podían asistir; solo si trabajaban como camareras, como yo, o si la veían en televisión con bocadillos en la mano.
Mi ensimismamiento se vio interrumpido por la voz severa del gerente.
—No quiero ni un solo error esta noche. Llegarán invitados muy importantes. Cualquiera que muestre falta de respeto será despedido.
—Está bien, señor —coreamos todos al unísono.
Tal como había advertido el gerente, se esperaba la llegada de personas realmente influyentes. Después de repetir varias veces que debíamos tratarlas con el mayor respeto, nos dio luz verde para comenzar el servicio.
Circulaba con una bandeja de bebidas, intentando ser amable con los invitados que apenas notaban mi presencia. Esa indiferencia me hacía sentir deshumanizada. A veces me entristecía, pero en otras ocasiones pensaba que quizá estaba siendo demasiado sensible.
Coloqué una bebida sobre la mesa y ofrecí con cortesía:
—Disfruten.
Sentada allí había una mujer de cabello castaño, de mediana edad. Me sonrió y respondió:
—Gracias. Buena suerte con tu trabajo.
Su amabilidad me tomó por sorpresa. Tal vez aún quedaban personas decentes entre ellos.
—¿Por qué pareces sorprendida? ¿Nadie te agradece? —preguntó con curiosidad.
—Bueno… no —admití.
Justo cuando estaba a punto de sonreír y seguir con mi labor, un hombre alto, de piel oscura, mediana edad y sorprendentemente apuesto, se acercó a la mujer. Vestía de forma casual, pero irradiaba carisma.
—Hola, Nora querida —dijo, rodeándola con un brazo por la cintura.
Mientras los observaba con discreción, dejé otra bebida frente a la afectuosa pareja. Nora, como ahora sabía que se llamaba, miró mi placa con mi nombre.
—Gracias de nuevo, Victoria.
Agradecida por el gesto, sonreí una vez más antes de alejarme. Entonces, el gerente me hizo una señal con la cabeza. Me acerqué a él de inmediato.
—Victoria, después de servir las bebidas, sube y trae las cajas de bocadillos.
Si eras camarero, realmente no importaba tu género. ¿A quién le interesaba si las cajas eran pesadas? Sacudí la cabeza, apartando esos pensamientos. Cuando las bebidas se agotaron, caminé hacia las escaleras. Justo cuando comenzaba a subir, un grito desgarrador me detuvo en seco. Sonaba como si alguien estuviera sufriendo.
Mis piernas se movieron por instinto en dirección al sonido, como si mi corazón me obligara a acercarme. Con el pulso acelerado, abrí bien los ojos para ver qué ocurría detrás de una puerta entreabierta.
¿Qué estaba pasando ahí?
Dentro de la habitación, un hombre alto, de piel oscura y barba bien definida, vestido con un traje impecable, se imponía con una presencia intimidante. Tenía una complexión musculosa y rasgos faciales duros.
A su lado, tres hombres vestidos de manera similar llevaban auriculares. Asumí que eran guardaespaldas. Dos de ellos sujetaban a un joven arrodillado en el suelo, sudoroso y visiblemente alterado, mientras le aplicaban presión en los hombros.
El hombre del traje le sujetó la barbilla con fuerza, obligándolo a mirarlo. El dolor era evidente en los ojos del muchacho, pero su captor no mostraba ni una pizca de piedad.
Mientras observaba, paralizada por el horror, escuché la voz grave del hombre:
—¿Quién eres? ¿Cuál es tu nombre?
—Gavin… —murmuró el joven con voz temblorosa.
—Gavin, ¿por qué nos seguiste hasta aquí? —preguntó el hombre, con un tono sereno que contrastaba con la agresividad de sus movimientos.
Gavin tragó saliva con nerviosismo. Era evidente que temía al hombre que tenía enfrente.
—Señor, ¿por qué lo seguiría? Mi vida es importante para mí —negó con la cabeza, intentando mostrarse convincente.
El hombre soltó una risa fría y, acercándose aún más, le susurró con severidad:
—¿Realmente eres Gavin o me estás mintiendo? ¿Crees que no lo descubriré?
Gavin no respondió.
—¡Vaya! ¿Crees que tienes el derecho de seguirme? Te equivocas.
Su tono se tornó aún más amenazante.
—¡Deja de mentir! Tienes dos minutos. Dime ahora para quién trabajas o las cosas se pondrán feas. Lo sabes.
Un escalofrío recorrió mi espalda.
Gavin permaneció en silencio, y el hombre advirtió con voz cortante:
—¡El tiempo se acaba, Gavin!
El joven seguía sin hablar.
Con un gesto, el hombre ordenó a uno de sus guardaespaldas:
—¡Revisen su cuerpo! Podría estar ocultando algo.
El rostro de Gavin se crispó de miedo. Cuando comenzaron a inspeccionarlo, el hombre encontró algo que no pude ver, pero su reacción fue inmediata. Se notaba alterado.
—Gavin, ¿sabes lo que les hago a los mentirosos?
Contuve la respiración, llevándome una mano a la boca, mientras veía cómo le propinaba un brutal puñetazo en el rostro. Gavin cayó pesadamente al suelo.
—¡Levanten a este tipo! —ordenó el hombre con voz de trueno.
Los guardaespaldas lo sujetaron y lo obligaron a ponerse de pie. Un hilo de sangre goteaba de la comisura de sus labios.
Sin previo aviso, el hombre lo golpeó otra vez.
—Gavin, puede que no hables aquí… —sacó una pistola de su cinturón y la sostuvo con firmeza— pero tengo un lugar especial donde puedo hacerte hablar.
¿Iba a matarlo?
Retrocedí instintivamente, pero tropecé torpemente. En mi intento por no caer, golpeé un jarrón que estaba en el pasillo.
El estruendo del jarrón al estrellarse contra el suelo resonó como un trueno en el silencio.
Todos giraron la cabeza en mi dirección.
Tragué saliva, sintiendo cómo el aire se atascaba en mi garganta.
Me encontré cara a cara con el hombre armado.
Me miró frunciendo el ceño.
¡Victoria, corre!
Mi corazón latía con furia en mi pecho cuando mis piernas, al fin, respondieron. Salí disparada sin pensarlo dos veces.
¡Por favor, no te acerques a mí! ¡Qué tonta eres, Victoria! ¿Por qué estabas observando a esos hombres?
Corrí hacia las escaleras, demasiado asustada para mirar atrás mientras subía los escalones a toda velocidad.
El estruendo de mi propio corazón ahogaba cualquier otro sonido. Justo cuando alcanzaba el rellano, una mano firme atrapó mi brazo.
¡Me atraparon!
Un escalofrío helado recorrió mi espalda. Estaba perdida.
Me encontré acorralada contra la pared, cara a cara con el hombre que empuñaba la pistola.
Apenas había espacio entre nosotros. Cuando abrí la boca para gritar, él reaccionó más rápido: cubrió mis labios con su mano grande y cálida, sofocando cualquier sonido.
Mi corazón se encogió. Las lágrimas brotaron al instante. El miedo me envolvió por completo.
Sus ojos, oscuros y encendidos por la ira, se clavaron en los míos mientras yo luchaba desesperadamente.
—¡Mantente quieta! —advirtió con voz baja y amenazante, sujetando mi cintura con su otra mano.
Intenté suplicar con la mirada, pero no había rastro de misericordia en sus ojos. No la esperaba después de lo que acababa de presenciar.
Estaba tan cerca que su aroma masculino y penetrante me envolvía. Él también podía olerme.
—Voy a quitar mi mano. Si gritas, no terminará bien para ti.
Asentí frenéticamente, incapaz de hacer otra cosa.
¿Cómo no tenerle miedo? Tenía una pistola. Yo era solo una universitaria que jamás había estado tan cerca de un arma en su vida.
Mi padre era un simple trabajador de fábrica. Mi madre, ama de casa. Gente común. Yo no pertenecía a este mundo.
Él apartó la mano de mi boca, pero no se alejó ni un centímetro. Su mirada descendió lentamente por mi cuello y se quedó ahí, fija.
Con mi cabello recogido en una coleta, tenía la piel completamente expuesta. Su escrutinio me puso aún más nerviosa.
¿Por qué me observaba con tanta intensidad?
Volvió a mirarme a los ojos y una oleada de terror me paralizó. Quería explicar, pero las palabras me fallaban.
Cuando al fin logré abrir la boca, solo salió un susurro tembloroso:
—Y-Yo…
Me maldije por tartamudear.
Él no dijo nada. Su mirada bajó hasta mi placa de identificación.
—Victoria…
Fue la primera vez que alguien pronunciaba mi nombre de una forma tan… deliberada.
¿En qué estaba pensando?
Colocó las manos a ambos lados de mi cuerpo, encerrándome aún más. Me estremecí. Mi cuerpo entero temblaba, pero una parte de mí, traicionera y absurda, no podía evitar notar lo atractivo que era.
Incluso en una situación tan tensa.
—¿Qué viste? —preguntó con firmeza.
Negué con la cabeza frenéticamente.
—N-Nada. No vi nada.
Se inclinó más cerca. Su aliento cálido rozó mis labios cuando susurró:
—No mientas. ¿Qué hacías allí? ¿Para quién trabajas?
—No trabajo para nadie. Solo estaba subiendo… No vi nada.
Su mirada recorrió mi rostro como si buscara una grieta en mi respuesta.
—¿Por qué estabas subiendo? —inquirió, esta vez con un tono más suave. Ya no sonaba tan severo.
Tragué saliva.
—Trabajo como camarera esta noche. Iba a buscar las cajas de bocadillos —expliqué con voz ahogada.
De repente, estalló en ira. Definitivamente, tenía un problema de temperamento.
—¿Entonces por qué nos estabas observando? ¿Quién te envió? ¿Para quién trabajas? ¡Deja de mentir!
¿Por qué no me creía? ¿Qué me estaba perdiendo?
"¡Victoria, te atraparon espiándolo!"
—No estoy mintiendo. No trabajo para nadie.
—¡Sigues mintiendo! ¡Detesto a los mentirosos! —declaró, con furia en la voz.
Negué con la cabeza.
—Ni siquiera te conozco.
Era la verdad. No tenía ni idea de quién era este hombre.
Él arqueó una ceja y me miró con burla. ¿Había ofendido sin darme cuenta a alguien importante?
—¿No me reconoces, verdad?
Su tono era seguro, lleno de una arrogancia que me hacía sentir pequeña.
—No… no te reconozco —respondí con sinceridad—. Te juro que solo soy una simple camarera. Solo estoy haciendo mi trabajo. No he visto nada.
Él inclinó ligeramente la cabeza, evaluándome.
—¿Por qué me cuesta tanto creerte, Victoria?
No tenía idea de qué hacer. Este hombre no solo era peligroso, sino que tenía el poder suficiente para hacer lo que quisiera.
Mi padre siempre me había advertido sobre los turnos nocturnos. Ahora no podía evitar reprocharme por ignorarlo.
—Por favor, déjame ir —supliqué.
Él se mantuvo en silencio, observándome con intensidad. ¿Mis ruegos lo habrían hecho dudar?
Justo cuando abría la boca para insistir, alguien llamó mi nombre.
—¡Victoria!
Ambos nos giramos. Era el gerente, que nos observaba con los ojos bien abiertos. Su asombro al verme atrapada contra la pared, cara a cara con el hombre, era evidente.
Él se separó lentamente de mí.
—Ten cuidado, Victoria.
Su advertencia me heló la sangre.
El gerente ajustó su chaqueta, incómodo.
—Señor, ¿Victoria hizo algo para molestarlo? Si hay algún problema...
No terminó la frase. Su nerviosismo era palpable.
El hombre apoyó una mano en su hombro con aparente indiferencia.
—No ha hecho nada malo —dijo con tono aburrido—. Solo me estaba mostrando el fregadero, pero parece que hay un problema.
—¿Por qué? Déjeme solucionarlo de inmediato —respondió el gerente rápidamente.
Mientras me apoyaba contra la pared, aun asimilando todo lo sucedido, el hombre desvió la mirada hacia él.
—¿Qué hace esa mujer aquí?
El gerente tartamudeó una respuesta.
—¿Cuál es el punto de tener mujeres cargando cajas? ¡Tú pagas por esto!
Me quedé atónita. Hace un segundo me estaba amenazando y ahora se molestaba con el jefe por asignarme una tarea pesada.
¿Era este hombre bueno o malo?
Intenté hablar.
—Y-Yo... señor...
—¡Deja de balbucear! ¡Haz tu trabajo correctamente!
Dio un fuerte golpe en el hombro del gerente antes de alejarse.
El gerente lanzó una rápida mirada en mi dirección antes de marcharse también.
Corrí al baño, mis manos temblaban.
Abrí el grifo y salpiqué mi rostro con agua fría una y otra vez, esperando que eso apagara el fuego en mi interior. Pero no lo hacía.
Apoyé ambas manos en el mármol del lavabo y miré mi reflejo en el espejo.
—Cálmate, Victoria.
Mi jefe notaría mi ausencia si no volvía pronto.
Respiré hondo. No tenía otra opción. Tenía que seguir con mi trabajo.
Cuando regresé a la cocina, un grupo de chicas charlaban entre ellas. No me uní. Nunca había sido sociable. Nunca había tenido una amiga cercana.
Mi padre siempre me advertía sobre confiar en la gente. Mi madre, en cambio, esperaba lo peor de todos.
Apenas me había integrado de nuevo cuando el gerente se acercó.
—Victoria, sigue sirviendo a los invitados.
Eso fue todo. No mencionó ni una sola palabra sobre lo que acababa de pasar. ¿Era mejor así?
—¡Vamos, Victoria!
Su grito me sacó de mis pensamientos.
Organicé las bebidas en la bandeja y salí a la sala principal. Mis ojos recorrieron la habitación instintivamente, buscándolo.
Pero él ya no estaba.
Respiré profundo. Se había ido.
Mi tensión disminuyó solo un poco.
Fui y volví entre la cocina y la sala de estar varias veces. En el escenario, una modelo famosa tomó el micrófono.
—¡Bienvenidos a nuestra octava ceremonia de premios!
Toda la atención se centró en ella. Algunos invitados levantaron la mano, pidiendo bebidas.
—Esta noche tenemos a distinguidos invitados —continuó—. Entregaremos premios muy especiales.
No presté demasiada atención. Estaba agotada. No había dormido la noche anterior, y el terror del encuentro anterior solo había empeorado mi fatiga.
Mi cuerpo empezó a temblar de nuevo.
Entonces, él apareció.
Se acercó al escenario con paso firme, atrayendo la mirada de cada mujer en la sala.
No parecía ver a nadie.
Pero todos lo veían a él.
Alto. Musculoso. Piel oscura. Barba bien perfilada.
Su presencia lo envolvía todo, y su expresión severa e impenetrable solo lo hacía aún más intimidante.
Mientras seguía sus movimientos mientras servía bebidas, se acercó a una mujer en el escenario que expresó gratitud y le besó la mejilla. Intercambiaron palabras antes de que intentara discernir su conexión. De repente, nos encontramos cara a cara.
Tragué saliva nerviosamente.
Sus ojos ardían de ira. Aparté la mirada de inmediato. Mareada por los nervios, agarré la bandeja con fuerza, manteniendo la cabeza baja para evitar su mirada.
La mujer en el escenario anunció:
—Ahora, nuestro próximo premio es el premio al empresario del año.
Intrigada, levanté la cabeza para escuchar.
—El premio al empresario del año es para Nicolas Morrison, reconocido por su trabajo excepcional.
Cuando la modelo hizo el anuncio, miré para ver quién era.
Cuando el hombre a su lado se unió a él en el escenario, incluso él aplaudió. ¿Era Nicolas Morrison su padre? Ciertamente se parecían.
El hombre me miró con desdén después de que dije que no sabía quién era. ¿Quiénes eran en realidad?
Dejando la bandeja a un lado, saqué mi teléfono del bolsillo. Con manos temblorosas, busqué a Nicolas Morrison.
Mis ojos se abrieron de par en par al ver lo que encontré en la primera página: Famoso jefe de la mafia, Nicolas Morrison.
¿Mafia? Tragué saliva nerviosamente.
Mis manos temblaban y mi visión estaba borrosa. Mi boca se sentía seca, y quería humedecerme los labios.
Seguí desplazándome por los titulares de noticias.
El jefe de la mafia, Nicolas Morrison, también conocido como Darkness, reaparece.
Nicolas Morrison transfirió la propiedad del famoso club nocturno Dark a su hijo, Lucas Morrison.
Al hacer clic en el artículo de noticias, apareció una foto de él.
Su nombre era Lucas Morrison.
Mientras miraba la foto, sentí un aliento en la nuca. Sin poder mirar hacia atrás, el teléfono se me cayó de las manos.
El aliento se deslizó de mi nuca a mi oído.
—¿Cuál es mi nombre? ¿Quién soy?
—¡L-Lucas Morrison! —susurré.
Él era el hijo del jefe de la mafia, Nicolas Morrison, también conocido como Darkness.