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La esposa del rey de la mafia

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intro-logo
Blurb

Durante años, la guerra entre la mafia italiana y la rusa ha dejado un rastro de sangre y poder quebrado. Para sellar una tregua peligrosa, Alessia Bianchi, la indomable hija del jefe italiano, es obligada a casarse con Pavel Beranov, el próximo rey de la mafia rusa.

Jamás se han visto, jamás se han hablado. Pavel imagina que su prometida será una joven débil, sumisa y fácil de controlar… pero su mundo se tambalea cuando conoce a Alessia por primera vez. Hermosa, provocativa y peligrosa, ella no es la muñeca de porcelana que esperaba.

Alessia no se arrodilla ante nadie, y mucho menos ante un hombre que cree que puede poseerla solo por llevar su apellido. Entrenada para enfrentarse al peligro, desafía a Pavel desde el primer instante, empujándolo a sus límites, provocándolo hasta quebrarlo. Pero Pavel no es cualquier hombre. Él es frío, calculador y está acostumbrado a dominar.

Lo que comenzó como una unión obligada pronto se convierte en una batalla de poder, orgullo y deseo. Mientras Alessia le demuestra que nadie puede doblegarla, Pavel descubrirá cuánto está dispuesto a soportar… hasta que ambos caigan rendidos a una pasión tan peligrosa como el mundo que los rodea.

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Capítulo 1
La habitación era tan grande que podría haber albergado un ejército. Techos altos con molduras doradas, candelabros de cristal que colgaban como coronas silenciosas, y alfombras tejidas a mano que amortiguaban cualquier sonido. La mansión Beranov exudaba poder, opulencia… y peligro. Todo en ese lugar gritaba una sola cosa: él está por encima de todos. Alessia Bianchi estaba parada en el centro de la habitación, rodeada por tres sirvientas vestidas de n***o. No hablaban. Solo trabajaban con precisión, como si supieran exactamente qué hacer sin necesidad de órdenes. Una de ellas sostenía un frasco pequeño de cristal con una esencia ámbar brillante. Abrió el tapón y un perfume embriagador llenó el aire: era dulce, intenso… provocador. —Levante los brazos, gas-pah —susurró una de ellas. Alessia obedeció con la dignidad de una reina, aunque por dentro sentía cómo su estómago se encogía. No por miedo… no aún. Era la anticipación, el maldito peso del silencio que envolvía la noche. Las manos frías de las sirvientas comenzaron a untar la esencia perfumada por su piel desnuda. Su cuello, sus hombros, sus brazos… Bajaban lentamente, como si marcaran un territorio que ya no le pertenecía. El aceite resbalaba con una suavidad insultante, deslizándose por su abdomen, por sus caderas, y más abajo… hasta sus piernas. Alessia contuvo el aliento. Cerró los ojos. Esta es mi noche de bodas, pensó con amargura. Y él tiene derecho a todo mi cuerpo. A todo. Su ahora esposo. Pavel Beranov. El heredero de la mafia rusa. El hombre al que llamaban el Rey de Hierro. Implacable. Frío. Intocable. Nadie se atrevía a mirarlo directamente a los ojos. Decían que su mirada era como el filo de una navaja… y cortaba sin piedad. Ella lo había mirado a los ojos. Incluso se había atrevido a desafiarlo con palabras que, en otro tiempo, habrían costado la vida. Pero ahora… ella era su esposa. Cuando el aceite comenzó a secarse sobre su piel, las sirvientas le colocaron una prenda que Alessia no vio venir. Un camisón de encaje blanco, traslúcido. Apenas un velo que acariciaba su cuerpo, revelando más de lo que ocultaba. —¿Qué demonios es esto? —murmuró, apenas audible. —Es la tradición, gas-pah —contestó una de las mujeres, evitando su mirada—. Para su rey. El camisón se pegaba a su piel como una segunda capa de vulnerabilidad. Cada curva, cada sombra, quedaba expuesta a través de la tela fina. Alessia sintió el calor subirle al rostro, una mezcla de vergüenza y repulsión. No por él. No por su cuerpo. Sino por el hecho de saberse entregada como un trofeo. Como un peón más en el maldito juego de poder entre dos imperios mafiosos. Pero más allá de la humillación, había algo que Alessia no podía negar: por primera vez en su vida… sentía miedo. Recordaba cómo lo había tratado. Cómo se había negado a bajar la cabeza, incluso cuando su padre le suplicó que no lo provocara. Ella lo había desafiado con palabras, con miradas, con su actitud. Y ahora… él tenía en sus manos la oportunidad perfecta para hacerla pagar. La puerta se abrió con un leve crujido. Las sirvientas se retiraron sin decir una palabra. El aire se tensó. Y el sonido de pasos firmes sobre la alfombra anunció que el Rey de Hierro había llegado. Y que la noche apenas comenzaba. … Días antes Los jadeos llenaban el aire, seguidos de gemidos ahogados y el sonido húmedo de los cuerpos en movimiento. La habitación, impregnada de deseo y humo de habano, era testigo de otro encuentro ilícito en la cama del hombre más temido del este de Europa. Irina montaba sobre él, con el cabello desordenado, el rostro encendido y las uñas marcadas en su pecho. Cuando sus cuerpos llegaron al clímax, ella se desplomó sobre su torso, agotada, con el corazón retumbando en su pecho. Ambos respiraban con dificultad, intentando recuperar el aliento. —¿Por qué te vas a casar con ella? —susurró Irina, su voz aún temblando, pero con una nota de interés más allá del sexo. Pavel Beranov no abrió los ojos, solo murmuró con desdén: —Porque es un trato firmado cuando solo teníamos quince años. Irina levantó la cabeza, molesta por su respuesta. —Pero no la amas… ni siquiera la has visto —insistió, tratando de sonar dulce, aunque la manipulación era evidente en su tono. —Es un negocio. —La voz de Pavel era fría, cortante. Irina frunció los labios. —Yo también soy de una buena familia. Podrías casarte conmigo... Pavel abrió los ojos y la miró con una mezcla de aburrimiento y lástima. —Cariño… ella es la princesa de la mafia italiana. Nuestra mayor competencia. Es un tratado de paz. No es amor, es estrategia. Irina arrugó el rostro con desprecio. —¿Y si es fea? Esa frase bastó para que la paciencia de Pavel se resquebrajara. Se incorporó, con el ceño fruncido. —No importa. —Su voz fue seca, autoritaria. Molesto. Cortante como un cuchillo—. El trato está hecho. Punto. —Pero yo te amo… nos la pasamos tan bien juntos… —lloriqueó Irina, tratando de tocar su rostro. Pavel soltó una risa sarcástica que llenó la habitación como un golpe. —¿Crees que no sé que te acuestas con otros cuando no estás conmigo? No me importa con cuántos estés. Pero no voy a casarme con una puta. La apartó sin delicadeza, y se levantó de la cama. Caminó hacia una cómoda, sacó un fajo de billetes y se los arrojó sin mirarla. Irina, ahora con lágrimas en los ojos, gritó, furiosa: —¡No necesito tu maldito dinero! Pavel se giró, su mirada como hielo. —Aún así tómalo. Y vete de mi habitación. Su tono final fue como un disparo. —El matrimonio entre tú y yo… jamás podrá ser. Pavel se dirigió al baño y cerró la puerta tan fuerte como pudo. El agua caliente caía en cascada sobre el cuerpo de Pavel, deslizándose por su piel como si quisiera arrastrar también sus pensamientos. En su mente, la voz de Irina seguía dando vueltas, como un eco persistente. ¿Y si mi futura esposa es fea? La pregunta, que en otro momento podría haber desestimado sin más, ahora se colaba con insistencia entre sus ideas. Trató de calmarse. Cerró los ojos y respiró hondo, dejando que el agua le cubriera la cara, el cuello, los hombros. No importa cómo sea. Aunque sea fea, tengo que hacerlo. Es un negocio. Un pacto firmado por mi padre, por la familia. No puedo negar lo que ya fue decidido. Se frotó el rostro con fuerza, como intentando borrar la imagen que había formado en su mente, esa idea que se negaba a desaparecer. Sabía perfectamente lo que estaba en juego. No era solo su futuro, era el de toda la mafia rusa. El futuro rey debía cumplir con su destino, y su destino estaba sellado en ese matrimonio. Mi padre dijo que solo me convertiré en el Rey de Hierro si me caso con ella, pensó con un dejo de resignación. Así que debo hacerlo. No puedo fallarle. Ni a mi familia.

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