4 El desafío de Ice

1316 Words
Noah El vestidor masculino seguía oliendo a testosterona y sudor rancio. La práctica de baloncesto, dirigida por la energía incansable del entrenador Davies, había sido brutal, como siempre, pero eso era bueno. Nos mantenía en forma, hambrientos de victoria. El trabajo físico era una descarga necesaria, una forma de canalizar la frustración y la impaciencia que me generaba la lentitud del tiempo. Cada gota de sudor era un paso más cerca de la libertad, de la NBA. ​Después de una ducha rápida que apenas logró disipar el calor pegajoso de Georgia, me vestí, ajustándome los vaqueros oscuros y una camiseta simple de algodón que resaltaba mis hombros. Mis ojos se encontraron con los de Jayden en el espejo, cubierto de vapor. Él estaba terminando de atarse los cordones de sus zapatillas deportivas con una eficiencia tranquila. ​—¿Qué tal la primera ola de nuevas víctimas, Ice? —preguntó Jayden, con esa sonrisa ladeada que tanto le caracterizaba. Sabía exactamente a qué se refería: a las nuevas chicas que llegaban cada año, a menudo fascinadas por el aura de poder y promesa que rodeaba al equipo de baloncesto. Eran fáciles, predecibles, buscadoras de estatus. ​—Ninguna que valga la pena el esfuerzo —respondí, sin darle mucha importancia. Mi lista de conquistas ya era larga y variada. Tatiana era suficiente por ahora para las noches. Era un arreglo conveniente: ella obtenía la envidia de las otras chicas y yo obtenía un escape físico que no requería ninguna inversión emocional. ​Troy, como siempre, irrumpió en la conversación, secándose el pelo con una toalla con una energía desproporcionada. ​—Ugh, ¿por qué no hay más chicas como las que vemos en las películas? —se quejó, con su habitual falta de filtro. —Todas modelos de lencería, con el cerebro de un cacahuete y cero exigencias para que no molesten. ​Jayden le lanzó una mirada fulminante a su amigo. —Troy, juro que algún día vas a decir eso frente a la chica equivocada y te van a dejar sin dientes y sin el fondo fiduciario de papá. ​—¡Bah! Mi padre las compra a todas —replicó Troy, encogiéndose de hombros con una despreocupación irritante. —De todos modos, ¿vamos a por unas hamburguesas? Muero de hambre. Necesito reponer la mitad del peso que perdí sudando en la tortura del entrenador Davies. ​Mientras salíamos del vestuario, ya enfocados en la promesa de la grasa y el pan, oímos voces que se acercaban. El pasillo de acceso al gimnasio era el punto neurálgico después de la práctica, un lugar donde el mundo atlético se cruzaba con el mundo "normal". ​Reconocí a Tatiana al instante; su voz aguda y chillona resonaba por el pasillo, tejiendo una red de drama y chismes. Pero había una voz nueva, más melódica, aunque con un tono subyacente de sarcasmo seco que me llamó poderosamente la atención. Era un acento que no era de Georgia, algo más rápido, más cortante. ​—No puedo creer que el entrenador Davies realmente crea que ese dinosaurio es una mascota apropiada —dijo la voz nueva, con un ligero matiz de burla. ​Tatiana se rió falsamente, una risa forzada que sonó como cristal al romperse. —Oh, Maggie, es adorable. Solo las nerds se quejan de la mascota. Además, ¿quién se fijaría en el dinosaurio cuando estamos nosotras? ​—Siendo sincera, Tatiana, preferiría que el dinosaurio fuera mi cita para el baile de graduación que algunos de los especímenes masculinos que he visto por aquí —replicó la voz, con un humor tan seco que me sorprendió. Era una respuesta que cortaba la vanidad de Tatiana de tajo. Y me detuvo en seco. ​La curiosidad me picó, intensa y desconocida. Giré mi cabeza. ​Y allí estaba. Maggie. ​Era la chica del estacionamiento, la que me había mirado como si yo fuera una mancha de aceite en el asfalto. Cabello castaño oscuro, liso, que le caía en cascada por la espalda. No era una belleza despampanante al estilo de Tatiana. No llevaba ropa ajustada ni maquillaje excesivo. Sus gafas de montura gruesa le daban un aire intelectual, pero había algo en ella. Algo en la forma en que sus ojos chispeaban con inteligencia mientras miraba a Tatiana, algo en la confianza tranquila con la que sostenía una pila de libros contra su pecho. ​Y su voz. Era diferente. Llevaba el ritmo de una ciudad más grande, más despierta. ​Jayden me dio un golpe en el hombro, con el codo. —¿Qué pasa, Ice? ¿Has visto un fantasma, o algo más interesante que Troy? ​—No —respondí, mi voz baja, mis ojos fijos en la recién llegada. Se reía ahora con una de las otras chicas, una de pelo rosa vibrante que reconocí como Lola, la hermana de Jayden. Eso significaba que esta chica nueva, Maggie, estaba en el círculo de mi amigo. Interesante. ​—Esa es Maggie —dijo Jayden, siguiendo mi mirada. Él también parecía fascinado, aunque de una manera más académica. —La trajeron de Nueva York. Lola y Kit la encontraron esta mañana. Es una cerebrito, creo que estudia física. Bastante sarcástica para ser una recién llegada, ¿eh? ​Mis ojos se encontraron con los de ella por un breve instante, y esa vez, el impacto fue más fuerte. Sus ojos, de un color avellana profundo, me miraron con una mezcla de sorpresa y ese mismo, inconfundible... desafío. ​Ni una pizca de la adoración, la sumisión o la coquetería que solía recibir de las otras chicas. Su mirada fue una pared, no una invitación. Y eso, joder, eso me intrigó profundamente. Era una anomalía en mi universo perfectamente predecible. ​Tatiana, que había notado la dirección de mi mirada y la tensión en el aire, entrecerró los ojos con posesividad. Se acercó a mí con un movimiento premeditado, entrelazando su brazo con el mío, un ancla pesada. ​—Cariño, ¿no me dijiste que ibas a estar ocupado hoy? —Su voz sonó melosa, pero sus uñas se clavaron ligeramente en mi bíceps, un recordatorio. ​—Lo estoy —respondí automáticamente, aunque mi mente ya no estaba en Tatiana. Estaba en la chica nueva, Maggie. Ella me había ignorado por completo, volviendo a su conversación con Lola y Kit, como si yo no valiera la pena ni de un segundo de su atención. ​Una voz en mi cabeza, la de Jayden, se elevó con tono de advertencia, casi audible: Problemas, Ice. Huele a problemas. ​Pero yo, Noah "Ice" Carter, nunca le hacía caso a las advertencias. Especialmente cuando algo nuevo y desconocido me llamaba la atención. El reinado en Westview High había sido cómodo, predecible. Me había aburrido. Era una jaula de oro, y yo buscaba algo que la rompiera. ​Maggie no solo no me buscaba, sino que parecía activamente evitarme. Era un rompecabezas, un desafío intelectual disfrazado de chica de gafas. Ella no veía a la estrella de baloncesto, veía al "espécimen" arrogante. ​Perfecto. ​El juego había cambiado. Ya no se trataba de complacer al pueblo o de prepararme para el Draft. Se trataba de descifrar por qué la chica que me miraba como si fuera basura era la única persona que me hacía sentir que la vida en Georgia valía, al menos un poco, la pena de quedarme. ​—Vamos, Jay —dije, soltándome suavemente de Tatiana, aunque la arrastré conmigo por unos pasos. —Hora de comer. ​Mis ojos se encontraron con los de Maggie por última vez. Ella me sostuvo la mirada un segundo más antes de girarse. Pero yo ya había visto el desafío en el fondo de sus ojos avellana. ​El reinado en Westview High había terminado. La caza acababa de comenzar.
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