Maggie
Mi despertador sonó con la melodía estridente de una banda de rock alternativo, o al menos eso parecía a las seis de la mañana. Gemí, dándole un manotazo ciego a la mesita de noche hasta que el sonido se detuvo. Primer día en la nueva escuela. Primer día del último año de preparatoria. ¿Había algo peor?
Me llamo Margaret Lawson, pero todos me dicen Maggie. Y en este momento, Maggie estaba al borde de un ataque de nervios. Nueva York, con su ritmo frenético, su ruido y sus oportunidades infinitas, era mi hogar. Nueva York no era solo rascacielos y hormigón; eran los estudios de danza de Chelsea, el olor a sudor y cera en los pisos de madera, la música que era un latido constante, un ritmo que yo seguía instintivamente.
Georgia, con sus casas con porches y su aparente lentitud, se sentía como otro planeta. Mi madre, la Dra. Lawson, había aceptado un puesto en el hospital más grande y famoso del estado, y aquí estábamos, arrancadas de nuestra vida, de mis amigos, de mi... bueno, de mi pasado.
Mi padre. Su accidente no solo rompió huesos; rompió el ritmo. Rompió mi ritmo. Desde ese día, el baile, mi pasión, mi refugio, se había quedado en silencio. El silencio de la música era ahora el silencio de mi vida. No había vuelto a pisar un escenario, ni siquiera una sala de ensayo. Mudarnos en mi último año era como tirar sal en una herida abierta y luego echarle limón. Me sentía como si mamá, en su dedicación a salvar otras vidas, hubiera arrancado de raíz la mía, dejando un agujero sangrante.
Me levanté a regañadientes, mis pies descalzos tocando el suelo frío, sintiendo el vacío. Me dirigí a la cocina, donde mi madre ya estaba en su modo de "doctora ocupada". Preparaba el desayuno a la velocidad de la luz, con su bata de médico casi lista para salir, una figura de acción en un drama constante.
—Buenos días, cariño —dijo, sin levantar la vista de sus tostadas. Su voz era rápida y eficiente, sin tiempo para el sentimentalismo. —Ya casi estoy lista. Tu horario provisional está en la encimera. Oficina de orientación, recuerda.
Asentí, tomando una taza de café que milagrosamente había aparecido. Mi madre, una mujer brillante y dedicada, era también una fuerza de la naturaleza cuando se trataba de su trabajo. Lo cual significaba que, en momentos como este, yo era la que quedaba a la deriva, la embarcación sin timón. Sabía que me quería, pero su amor se manifestaba en forma de una tostada perfectamente hecha y un horario bien organizado, no en tiempo libre.
—Necesito correr, Maggie —dijo mi madre, dándome un beso rápido en la frente antes de agarrar su bolso. Su chaqueta de médico olía a almidón y a desinfectante, el olor de su vida. —Tengo una cirugía de emergencia. Es un caso complejo, necesitarán a la mejor. Te veo esta noche. ¡Que tengas un gran primer día!
Y así, como un torbellino, se fue. Dejándome sola en la entrada de la gigantesca y desconocida Westview High. Inspiré profundamente, el aire de Georgia era diferente al de Nueva York, más húmedo, más pesado, casi sofocante. "Puedes hacerlo, Maggie", me dije a mí misma, ajustándome las gafas. "Eres inteligente, eres fuerte. Solo tienes que encontrar la oficina de orientación y sobrevivir."
El campus era enorme, una maraña de edificios de ladrillo rojo y pasillos idénticos. No era el caos organizado de una escuela de Manhattan, sino un complejo bucólico, demasiado verde, que me gritaba "pequeño pueblo, grandes egos". Mi sentido de la orientación, que solía ser impecable en las calles de Manhattan, ahora me abandonaba por completo. Me sentía como Alicia en el País de las Maravillas, pero en lugar de conejos parlantes, solo había adolescentes que me miraban con una mezcla de curiosidad superficial y total desinterés. Noté la jerarquía de inmediato: los chicos grandes y musculosos con camisetas de equipo y las chicas con ropa de marca y melenas perfectamente onduladas.
Mientras deambulaba, revisando mi horario por enésima vez y aferrándome a una pesada caja llena de libros que no cabían en mi mochila, choqué con alguien. Fue un golpe seco. Mis libros y papeles volaron por los aires, esparciéndose por el suelo pulido. Sentí la humillación ardiendo en mis mejillas.
—¡Oh, lo siento mucho! —exclamé, agachándome rápidamente para recoger mis cosas. Era un reflejo de neoyorquina: resolver el problema y desaparecer.
Una risa amable y contagiosa resonó sobre mí, una nota vibrante que contrastaba con el silencio de mis últimos meses.
—¡No te preocupes! Es el primer día, todos estamos un poco perdidos. El piso es resbaladizo. ¿Eres nueva aquí?
Levanté la vista y me encontré con unos ojos amables de color avellana y una sonrisa cálida y genuina. La chica tenía el pelo castaño rizado y una energía vibrante que al instante me hizo sentir un poco menos sola, como si hubiera encontrado un faro en la niebla.
—Sí —respondí, sonriendo tímidamente. —Soy Margaret Lawson. Maggie.
—¡Katherine! Pero todos me dicen Kit —dijo, tendiéndome una mano fuerte y firme para ayudarme a levantarme. —Y bienvenida a Westview High, Maggie. ¿Buscas la oficina de orientación? Es la primera parada para todos los novatos con la expresión de terror en los ojos.
Asentí, aliviada. —¿Cómo lo supiste?
—Es la primera parada para todos los novatos, y por la pila de papeles en tu mano, apuesto a que tienes una clase de Biología con la Sra. Peterson en la primera hora, ¿verdad?
Mis ojos se abrieron de par en par. —¡Exacto! ¿Eres bruja?
Kit se rió, recogiendo mi última carpeta. —No, solo tengo casi todas mis clases contigo. Es una suerte, parece. Mi mejor amiga se fue a la universidad temprano, y la idea de deambular sola por el último año me aterraba.
Mientras caminábamos, me dio un rápido resumen del panorama social. —Mira, aquí hay dos tipos de personas: los que se van a ir, como yo, y los que se van a quedar, que son casi todos. Y luego están los Reyes: el equipo de baloncesto. Son inmortales aquí.
Hizo una pausa al pasar junto a la entrada principal del gimnasio, justo cuando un grupo de chicos salía, con el aura inconfundible del poder. Se veían cansados, pero la arrogancia aún se adhería a ellos como una bruma.
—¿Ves al rubio, al capitán? —susurró Kit. —Noah "Ice" Carter. Es el rey indiscutible. Guapo, sí, con becas de la NCAA en fila, pero te lo advierto, es veneno. Su novia es Tatiana, la capitana de porristas, y su vida entera es una película de Hollywood. Si quieres sobrevivir tu último año en paz, no te acerques a los Reyes. No les gustan las "chicas nuevas raras" que no saben dónde está la última moda.
Asentí. El aviso de Kit era innecesario; yo ya estaba construyendo muros.
Justo en ese momento, me di cuenta de que mi coche estaba estacionado cerca de la de ellos. Pasamos por el estacionamiento, y fue entonces cuando lo vi. A Ice. Estaba de pie junto a un coche deportivo n***o, y nuestros ojos se encontraron. Su mirada era intensa, depredadora, la típica mirada de un chico acostumbrado a conseguir lo que quiere. Estaba agotada por la mudanza, por el dolor de mi padre, por la traición de mi madre, y esa mirada fue la gota que colmó el vaso. Mi agotamiento se transformó en pura defianza.
Le devolví la mirada, sin sonreír, sin miedo. Era un desafío silencioso, una pared que le decía: No eres mi rey, no me importas, y no te atrevas a cruzar mi camino.
Vi un atisbo de sorpresa en sus ojos azules antes de romper el contacto visual y subirme a mi viejo sedán para ir a la orientación. La mirada que él había sentido, esa pizca de hostilidad, era simplemente el cansancio de Maggie Lawson por lidiar con el mundo.
—Ese fue incómodo —murmuró Kit mientras nos dirigíamos al pasillo.
—Sí, bueno, ya sabes lo que dicen —respondí, sintiendo cómo se me aceleraba el corazón, no por miedo, sino por el pequeño placer de no haberme acobardado. —Los neoyorquinos no se asustan fácilmente.
Y así, en medio del caos y la incertidumbre, con una nueva amiga y un rey recién desafiado, una pequeña chispa de esperanza se encendió. Quizás Georgia no sería tan horrible después de todo.