Bruno

1268 Words
Me dirigí a la oficina de Máximo para charlar con él sobre un asunto importante. Sin embargo, al entrar, noté que no estaba él, sino Bruno, su escolta personal y mano derecha, quien además es el jefe de seguridad. Bruno, con su cabello rubio y ojos claros, es solo un año mayor que John y se dedica a prácticamente lo mismo... No quiero pensar en eso. —Buenos días, Bruno. Parece que no está Máximo —le dije mientras notaba la falta de su presencia. —Se tardará un poco —respondió él, esbozando una sonrisa pícara. En cuanto me dijo eso, cerré con seguro la puerta. Él no tardó ni un minuto en acercarse y atacar mis labios con los suyos. Le seguí el beso, dejando que mis manos se enredaran en su cabello, mientras él bajaba las suyas a mi trasero, acariciándolo sin pudor. Hace algunos meses iniciamos una relación secreta. Todo comenzó con coqueteos que luego se convirtieron en besos furtivos. Ambos sabemos que lo que estamos haciendo es extremadamente arriesgado, pero hasta ahora hemos logrado mantenerlo oculto. Solo Erick lo sabe. Bruno es mi amante oficial, con él puedo salir sin levantar sospechas. Cuando él está ocupado, lo cual sucede en pocas ocasiones, salgo con Erick a fiestas. Y, en esas ocasiones, no siempre me involucro con otros hombres. Si alguien me gusta, coqueteo o simplemente bailo con él. Sinceramente, no me siento ni un poco culpable. No estoy haciendo nada que mi novio no haga, y no estoy lastimando a nadie. No les prometo nada a los hombres, solo me divierto y, lo más importante, cuido mi corazón. Nadie sale perdiendo en esta historia. Sin embargo, sé que esto es temporal. Después de convertirme en la señora Lombardi, no podré seguir haciendo lo mismo. No es que respete el matrimonio o que ame a mi marido, sino porque debo firmar un acuerdo en el cual asegure que soy fértil y me comprometa a no ser infiel. Todo para proteger la imagen de la familia. Detuve a Bruno cuando intentó levantar mi falda. —Eh, espera. —Si no quieres aquí, podemos hacerlo en otro lugar. Puedo colarme a tu cuarto —me dijo, besando mi cuello. —No, Bruno. —¿Por qué no? —Otra vez la misma conversación. —Porque no quiero superar los límites, sabes perfectamente que esto es solo un juego. —Para mí nunca lo ha sido. De verdad me gustas. —Lo sé, pero recuerda que no puedo ofrecerte nada más. Él rió, aunque con amargura. —Claro, no soy un Lombardi, ¿verdad? No tengo su dinero ni su posición. —Ya te lo he explicado, me voy a casar con Máximo. —Pero no lo amas. —Tampoco a ti —dije, y en cuanto vi el dolor en su mirada, me arrepentí. Coloqué mis manos en sus mejillas para suavizar mis palabras—. Quiero decir que no amo a nadie, no creo en esas cursilerías. Nos apartamos cuando, de pronto, la puerta se abrió accidentalmente y, para mi sorpresa, vi a Máximo besándose con su secretaria. No soy una genia, pero estaba claro que planeaban tener sexo en la oficina. Tosí fuertemente, y él se apartó de ella de inmediato. Luego se volteó y nos vio a ambos. Les lancé una mirada asesina, a él y a la secretaria. —Mi amor, no es lo que crees —dijo Máximo, con sus frases tan típicas. —No me importa, pueden follar si quieren. Luego hablamos —me dirigí hacia la puerta. —Ella me besó —se apresuró a decir, mirando a la chica—. Estás despedida. —Ya te dije que no me importa, porque tú no me importas —le solté, saliendo de la oficina con mi dignidad intacta. No me quedaría a que me mienta en la cara, insultando mi inteligencia. Como era de esperarse, pasó toda la tarde llamándome. Finalmente, decidí apagar mi celular. Toda esta situación me está hartando. En días como hoy, odio mi vida... y me odio a mí misma. Me estoy convirtiendo en mi padre. Bueno, en realidad, no he llegado a ese extremo. Yo no estoy lastimando a alguien que me ama ni a mis hijas. Pero, ¿qué será de la vida de mis futuros hijos con un padre como él y una madre como yo? Sufrirán mucho más que Lucía y yo... y ahora Franco. Me encerré en mi habitación, buscando algo con lo que distraerme, así que me puse a revisar las r************* . La última noticia que vi fue: "Desmantelan la organización Medina gracias al Capitán Clark". Sin pensarlo, cerré la computadora. No entiendo por qué me torturo siguiendo la pista de John. Es evidente que su vida es feliz y perfecta. Es uno de los mejores agentes y su carrera está mejor que nunca. Desde que lo ascendieron a Capitán, seguramente ya no se acuerda de mí. Él me olvidó, y yo debería hacer lo mismo. Mis pensamientos se interrumpieron cuando mi abuelo entró en mi cuarto. —¿No bajas a cenar? Llegó tu novio. —Me da igual. Y dile que se guarde sus flores donde mejor le quepan. —¿Cómo sabes que te envió flores? —Solo lo sé. Estoy cansada, abuelo. —No es una pregunta, Alexa —me dijo con tono severo, mostrándome que realmente estaba molesto. —Nos deja, Don Ricardo —dijo Máximo, apareciendo en la puerta. Como era costumbre, mi abuelo le obedeció y se marchó. Máximo dejó las flores en mi escritorio y se sentó a mi lado. Yo me alejé de inmediato. —Alexa, sabes que te amo. —Sabes que te odio, Máximo. ¿Por qué no acabamos con esto? Trabajaré toda la vida para pagar la deuda que tenemos con los Lombardi, pero no quiero casarme contigo. Por favor —debí contener las lágrimas, me estaba rebajando a suplicarle. —No me interesa el dinero, me sobra. Solo quiero que seas mi mujer y la madre de mis hijos. —Eso es un estúpido capricho. Ni siquiera me quieres, y yo no te quiero. —Te equivocas. Yo te amo, Alexa. Sabes que tú eres la oficial, las otras solo son un pasatiempo. No te mentiré, no voy a cambiar. Estoy acostumbrado a tener a la mujer que quiero, cuando quiero, pero nadie más tendrá el título de mi esposa. Solo tú. —El título de la cornuda, dirás —dije, rodando los ojos. —Si me dieras lo que quiero, eso no ocurriría —dijo mientras su mano intentaba subir por mi pierna. Yo la aparté con firmeza. —Nunca me acostaré contigo. Nunca. —No podrás evitarlo. Los bebés no se hacen solos, y deberíamos encargarlos desde ahora —dijo mientras me empujaba sobre la cama, colocándose encima de mí. —¡Suéltame! —Que te quede claro que eres mía. Esa fue la gota que colmó el vaso. Le di una patada con toda mi fuerza. —Que te quede claro que nadie me toca si no quiero. Y antes de ser tuya, quiero que te hagas análisis. —Estás loca —dijo, ofendido. —Cada día te metes con una mujer diferente. No voy a arriesgarme a que me pegues alguna enfermedad —hice una mueca de asco—. Ese es mi requisito. Noté el fuego en su mirada. Nunca me había golpeado, pero esta vez lo creí capaz, por cómo formaba puños con sus manos. La campana me salvó cuando la sirvienta entró, anunciando que la cena estaba lista.
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