La familia Lombardi

1162 Words
—Huiste como un cobarde —le reclamé a Erick mientras me colocaba el brasier, sintiendo el frío de la mañana rozar mi piel expuesta. Él rió, como si no le importara el reproche en mi tono. —¿Acaso querías que el loco de tu novio me asesine? —Te refieres al loco de tu hermano —respondí con una sonrisa, abotonando lentamente mi blusa. Sentía la tensión en el aire, pero la escondía tras una broma. —Precisamente por eso. Si se entera de que te llevé a ese bar, me lincha. ¿Acaso me quieres ver muerto? Solté una risa ligera. —No, rey del drama. —Si yo muero, ¿quién te diría que esa blusa está horrible? —preguntó, mirándome de arriba abajo con una mueca exagerada de desaprobación. —Está bonita —insistí, sintiendo un pequeño orgullo por mi elección, aunque sabía que él lo decía solo para molestarme. —Está horrible, Alexa. Tienes tan mal gusto, ahora entiendo por qué te gusta Máximo "Don Mandón" Lombardi. No pude evitar reírme más fuerte, esa risa que viene de lo profundo, cuando sabes que alguien ha tocado una verdad que ni siquiera quieres admitir del todo. En realidad, en algún momento Máximo sí me gustó. Debo admitir que es guapo: su cabello oscuro y siempre bien peinado, su piel morena que parece estar eternamente besada por el sol, y esos ojos color miel que te observan como si vieran a través de ti. Tiene un cuerpo trabajado, gracias al deporte que practica constantemente, y su presencia es imposible de ignorar. Pero también tiene su lado bueno, aunque muchas veces lo olvide entre tanta arrogancia. Recuerdo una noche, cuando bebí hasta perder la conciencia. Fue la noche en que me enteré que mi padre se había casado con Carolina. Ni siquiera sabía que él y mamá se habían divorciado. No me lo dijo él, no. Me enteré por una maldita entrevista en televisión, como si no fuera su hija, como si fuera alguien más viendo la vida de un extraño. Pero lo peor no fue eso. Lo que más me dolió fue enterarme de que Franco venía en camino. Todavía puedo escuchar sus palabras resonando en mi cabeza: "Al fin tendré la familia que siempre quise" y "Al fin tendré un hijo varón que siga mi apellido". Esas palabras fueron como un cuchillo directo a mi corazón. Desde ese día, decidí que mi padre estaba muerto para mí. Me quité el apellido Ruiz, porque no quiero cargar con nada de él. Ahora solo soy Alexa Blanco. De todas formas, nunca me he sentido una Ruiz. Siempre he sido más una Blanco, más libre, más fuerte. Máximo estuvo conmigo esa noche. Me acompañó en todo momento, incluso bebió conmigo. En ese momento, yo estaba tan rota, tan débil emocionalmente, que lo único que necesitaba era compañía. Odio admitirlo, odio ser vulnerable, pero esa noche lo fui. Me dejé caer en sus brazos, me dejé consolar, me dejé sentir que no estaba sola. Odio necesitar a alguien, mucho menos el amor de un hombre, y mucho menos el apoyo de quien una vez fue mi padre. Pero Máximo fue un gran apoyo esa noche, y me desahogué con él como no lo había hecho con nadie. Ahora que lo pienso, el único hombre que realmente me ha amado ha sido Sebastián. Después de él, todos me han lastimado de una u otra forma: mi padre, John, Brandon... Ni siquiera quiero pensar en él. Ojalá se esté quemando en el infierno. Brandon nunca despertó del coma, y hace tres años, la clínica donde estaba internado se incendió. Aún no entienden cómo, pero encontraron sus restos calcinados. Compararon el ADN con el de Juan Di, y efectivamente, era él. No puedo sentirme mal, al contrario, desde que me enteré, sentí un gran alivio. Como si una sombra oscura hubiera desaparecido de mi vida para siempre. Cuando terminé de vestirme con la ropa que me indicó Erik, bajamos al living. Él es el hermano menor de Máximo por tres años y tiene mi misma edad. Desde pequeños nos hemos llevado bien. A decir verdad, diría que es mi único amigo. Con él puedo desahogarme, llorar si es necesario, y reír sin máscaras. Es mi cómplice en mis escapadas, mi compañero de secretos. Le soy infiel a Máximo, igual que él me lo es a mí. Y Erik no me juzga por ello. Sabe que estoy forzada a estar con su hermano, y entiende el tipo de relación que tienen. Se llevan muy mal. A Erik lo consideran la oveja negra de la familia Lombardi, una familia que, para ser honestos, es demasiado conservadora. Erik, en cambio, es liberal, sincero, directo. Lo que más odia su abuelo es que Erik declaró abiertamente su homosexualidad. A mí no me importa lo que haga con su vida o su cuerpo. Es mi mejor amigo y mi único apoyo, y no voy a juzgarlo por tonterías que no me incumben. Y luego está Giana. La vida no es perfecta, y mucho menos lo es mi relación con mi cuñada. Ella es la típica niña consentida y superficial, y en eso se parece a mí, lo que en teoría debería hacernos llevar bien, pero no es así. Nos llevamos pésimo. Pueden haber dos razones para eso, pero la verdad es que nunca me ha interesado averiguarlo, porque no me importa llevarme bien con ella. La primera razón es que siempre hemos rivalizado, especialmente cuando éramos más jóvenes. Cada vez que llegaba a un lugar, sus amigos me prestaban más atención a mí, y eso no ha cambiado con los años. Giana es gemela de Erik, por lo que tiene mi misma edad, pero no podría ser más diferente. Ambos se parecen a su madre. Giana tiene el cabello castaño claro, largo y liso, y unos ojos verdes salpicados de pequitas. Erik tiene el cabello del mismo color, pero un tono más oscuro, y sus ojos son grises como los de su padre. La segunda razón por la que me odia es muy simple. Como mencioné antes, la familia Lombardi es muy conservadora, y es de conocimiento público que la fortuna de la familia pasará a manos del hijo mayor, es decir, Máximo. Pero para que eso ocurra, debe casarse y formar una familia. En otras palabras, debo darle un hijo varón. Eso significa que, si algún día decido decirle a Máximo que eche a su hermana porque me cae mal, él podría hacerlo. Giana no quedaría en la ruina, claro, pero Máximo manejaría su dinero, igual que el de Erik. La diferencia es que Erik tiene una carrera y un trabajo, mientras que Giana, su única aspiración en la vida, es casarse. Mi futuro esposo manejará su dinero, y yo lo manejaré a él. Cuando Giana y yo peleamos, la he amenazado varias veces con dejarla sin nada cuando llegue el momento, y eso solo aumenta su rabia.
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