Paca coge enseguida el teléfono, llama a recepción para pedir ayuda. Un botones acude enseguida a la habitación.
—Buenos días. Dígame señora, ¿en qué soy bueno para ayudarles? —pregunta el muchacho, cuando Paca le abre la puerta.
—Pase, pase… —responde tirando de él, para que nadie le vea entrar—. No sé qué hacer para soltarle de la cama. ¿Puede echarme una mano? —pregunta Paca, señalando a su marido.
—Claro señora —afirma el muchacho, acercándose a la cama.
Coge la muñeca de Murci con una mano, y con la otra mira las esposas, pide a Paca una horquilla de pelo. Ella va al baño regresa con una horquilla negra, se la da al muchacho; sin dejar de mirar la destreza del botones, le da las gracias enseguida. Gracias a él, en menos de dos minutos Murci queda liberado.
Una semana más tarde, regresan al pueblo sus vacaciones en familia, y sus navidades han terminado. El primer día de llagada Paca, colocó todo lo que habían comprado, y la ropa del viaje, mientras Murci se fue al bar a ver a sus amigos y algunos compañeros de trabajo.
Una semana más tarde, Paca vuelve a quedar con Claudia, Isabel y Esperanza.
Al llegar a casa de su amiga Esperanza, llama a la puerta y al entrar en casa, salda de inmediato a Claudia, e Isabel. Eran tantas las ganas que tenían de ver a Paca, que las dos se ponen enseguida de pie para saludar.
Cuando terminan de beber sus cafés, de comer los pastelitos que llevó paca para merendar, las chicas empiezan a ponerse al día, después de que Paca les contara, como ha pasado las navidades en Hawái.
Claudia la mira, y sin aguantar más su curiosidad, pregunta descaradamente a Paca:
—¿Ya te has estrenado?
—¿Qué si me he estrenado?, no me ves la cara que traigo esta tarde —contesta Paca.
—Pero… ¿Qué ha pasado? —pregunta Claudia, preocupada.
Paca se pone las manos en la cabeza y dice:
—Te hice caso en todo, pero…esto fue lo que pasó.
Todas se quedan muy calladas para poder escucharla mejor.
—En Hawái, probé algunas cosas, la verdad que con las prisas de hacer las maletas se me quedaron algas cosas en casa, como las llaves de las esposas por ejemplo.
—Hay Dios mío —comenta Esperanza, tapando s cara con las manos—. ¿No me digas que has atado a tu marido a la cama?
—Y tanto que sí, le puse las esposas, y le amarré al cabecero de la cama.
—¿Y se dejó? —pregunta Claudia asombrada.
—Tampoco le dejé muchas opciones, le seducí un poco, y después le dije que me esperase en la cama, él como n listillo y con las ganas ni rechistó. Entonces aproveche para buscar corriendo en mi maleta, saqué las cosas que no me había quedado en casa.
—Paca, ¿qué traes en las manos? —me preguntó, cuando me vio con las cosas en las manos.
»Entonces le sonreí, y le miré para decirle que había, comprado más cosas. Él me miró sonriente, y muy picaron respondió:
—Pero mujer, que no hacía falta que te gastases más dinero en estas cosas. ¡Ven aquí!, que te voy a hacer yo lo del pingüino ese.
—Que no, tontorrón, traigo algunas cosas nuevas —le dije colocándole las esposas.
—¿Y qué pasó después? —preguntan Claudia Esperanza al mismo tiempo.
—Después de atarle la primera mano, se puso como un toro de miura, sin que me diese tiempo a reaccionar me dio un azote en el trasero con la ano que le quedó libre. Me dejó la mano marcada —cuenta Paca avergonzada.
—Pero qué bruto es tu marido —dice Esperanza.
—Sí hija, sí, es un poco animal, pero después de tantos años servidora ya está acostumbrada.
—Paca, es que le tenías que haber esposado las dos manos, casi a la vez.
—Dejarme de hablar, que si no se me olvidan los detalles.
Cuando ya le tenía bien atado, me puse en pie al lado de la cama y en plan teniente O'neil, le mandé que se quedara en silencio. Como no me hizo caso le tapé la boca y los ojos e hice con él lo que me dio la gana.
»Lo peor de todo es que cuando terminamos de hacer el amor, busqué las llaves para abrir las esposas y… ¿Sabéis que me pasó?
—¿No qué? —pregunta Claudia.
—Las llaves nena, las llaves. Me las quedé en casa y tuve que llamar al botones para que me ayudara a soltar a Murci —termina de contarles desternillándose de la risa. Al recordar a su marido, en la postura estrella de mar encima de la cama, desnudo, atado, y sin poder moverse.
—¿Solo has probado las esposas? —pregunta Isabel con cierta incertidumbre.
—Que va, ese día lo probé casi todo, menos los dados.
—Me parece muy mal —recrimina Claudia—. Eso es de lo más interesante —termina de decir entre dientes.
—Sí, sí, muy interesantes son —confirma Paca.
»Anoche, cuando nos fuimos al cuarto, me puse a juguetear con mi marido, entonces me tiró sobre la cama de un empujón, y se puso encima.
—Paca, apaga la luz —me dice el muy sosainas.
—Ahora Murci, primero colócate en la cama —le respondí, muy picarona yo.
—¿La apagaste? —pregunta Claudia.
—No. Mientras que él se colocaba, yo rebusqué en mi mesita de noche. Saqué uno de los dados del cajón, le expliqué cómo funcionaban y él mismo fue quien los tiró sobre la cama.
Paca ríe avergonzada, pensando en si debe contar a sus amigas lo que pasó. Esperanza se da cuenta de que la cuesta trabajo hablar, y comienza a animarla.
—Y… ¿Qué pasó?, Cuenta, cuenta.
—Que el Murci está muy viejo. Nos salió la postura de la carretilla, me puse de rodillas con el culo en pompa para él, cuando me cogió por las piernas para empezar la faena, se quedó doblado.
»Tuvimos que ir al médico para que le dieran la baja, porque así no puede poner ni un ladrillo. Menos mal que nos tocó la lotería, y ahora mismo no me hace mucha falta el dinero que si no…
Las cuatro comienzan a reírse de golpe. En sus imaginaciones ven al Murci dobladito de su espalda y hecho un ocho, la pobre Paca ahora sí que va a pasar hambre de sexo.
Murciano tiene que quedarse en casa, quince días en reposo dado de baja.
FIN.