CAPÍTULO 7

1195 Words
Pasando la noche tranquila, dormida en su cama de dos por dos metros cuadrados; cuando Murci ve que no puede pegar los ojos por que se encuentra lejos de Paca, coge el cojín y lo tira al suelo para colocar su brazo por encima de las caderas de su mujer, de esta forma consigue conciliar el sueño. Por la mañana muy temprano, Murci se da la vuelta en la cama, y con la mano extendida sobre el colchón busca a Paca. —Paca… Pacaaaa… ¿Dónde estás? —pregunta adormilado. Al ver que aún no se ve nada, Murci se pone en pie y sale de la cama. Caminando hacia la raya de luz que sale de la puerta del baño; abre muy despacito, intentando no hacer mucho ruido para no molestar a los de la habitación de al lado. —Buenos días Paca —salda a su mujer. —Buenos días Murci —responde Paca, acicalando su cabello con un peine de púas anchas, colocando su rizos con la puntas de sus dedos. —¿Qué haremos ahora? —pregunta Murci acercándose a ella por detrás. —Es un poco temprano, si llamamos ahora a nuestros retoños no nos harán ni caso —contesta Paca, sintiendo el roce de su marido. —Vamos a la cama, que ese camisón, me pone nerviosito. —Murci, déjalo ya, es muy temprano, tú a estas horas estas todos los días desayunando para ir a trabajar. —Por eso mismo Paca, yo me aburro si no hago algo. —Está bien, pero… hoy probaremos algo nuevo, ya que es nuestra última semana en Hawái y quiero pasarlo bien contigo. Murci abre los ojos de par en par, y deja que su esposa siga hablando. Cuando termina de peinarse, Murci regresa a la cama y se acuesta en ella. En cambio Paca, le mira y sonríe, ve el bóxer de su marido tirado en el suelo, sabe que se encuentra desnudo dentro de la cama. Una faceta desconocida de Paca, y sus ganas de juguetear con su marido, la hacen ir al armario y buscar en la maleta las cosas que le vendió Claudia, el último día que quedó con ellas. —Paca date prisa que me voy a enfriar —reclama Murci, metiendo su mano por debajo de la sábana. —Tranquilo, que ya casi lo tengo todo —ríe Paca pensando en las travesuras que tiene en mente. Murci abre aún más sus ojos, al ver a su mujer con varias cosas en las manos. Y comienza a reír al ver las esposas, y el plumero. —Paca, ven aquí y deja de pensar en estas tonterías, eso solo lo hacen los niños de dieciocho. —¡Calla tarugo!, que me cortas el entusiasmo, y se me acaban las ideas —dice cogiendo la primera mano colocando una de las esposas. —Jajaja, ¿así es como piensas excitarme? —pregunta mirando como su sexy mujer le termina de esposar a la cama. Al ver que su marido no se calla, paca busca un pañuelo de cuello y le tapa la boca. Después coge el plumero y retira la sábana, los ojos de Murci comienzan a brillar descaradamente, al ver el poderío la seguridad de su mujer. A Paca le da tanta vergüenza que busca otro pañuelo en su maleta, y le tapa los ojos. —Umm, umm, umm. —No para de quejarse Murci al no ver nada, y solo sentir el roce del plumero en su piel. —¿Te gusta? —pregunta Paca, cuando su marido deja de hacer sonidos. —Umm —asiente Murci con la cabeza. —¿Quieres más? —susurra Paca, acercándose al oído, para que todo sea más sensual. Murci vuelve a asentir, Paca coloca las pinzas en los pezones, la sensación es tan extraña para Murci que hace el gesto de querer soltarse golpe. —Para eso son las esposas cariño —afirma Paca, pasando su lengua por la segunda tetilla. Mirando la excitación de su marido, Paca se coloca encima de Murci sin decir nada. Comienza a mover su cadera de adelante hacia atrás, muy despacito. Murci siente lo excitada que está su mujer y la sigue el ritmo, pero cuando percibe que Paca ya no puede más, acelera el ritmo, y entre los dos consiguen llegar a un orgasmo fugaz y maravilloso. Paca cae desolada, jadeante sobre el pecho de su marido, cuando recupera un poco de aire, le afloja los nudos de los pañuelos, y los deja caer sobre la cama. —Ha sido maravilloso, hacía años que no me tratabas así —dice Murci, dejando beso en la frente de si mujer. —Lo sé, por eso no quería que te quejaras tanto —contesta ella quitándose de encima. Murci la ve de ir al baño, él tira de las esposas, para soltarse al ver que todavía tiene en sus pezones las pinzas. —Paca… Pacaaa —la llama al escuchar el sonido de la ducha. Al ver que no le hace caso, y que está ahí tirado sin poder hacer nada la vuelve a llamar, y para su mala suerte paca no le escucha. Entonces decide buscar la sabana con la punta de los dedos de sus pies para taparse un poco. Paca sale del baño, envuelta en la toalla, al ver a s marido en esa postura, panza arriba, con la sábana liada a los pies, y aun esposado al cabecero de la cama, se empieza a reír sin parar. —¿Quieres dejar de reírte?, ¿podías haberme soltado antes de entrar a bañarte? —refunfuña Murci sin poder moverse, con las manos entumidas. Paca busca las llaves de las esposas en la mesita de noche, y no las encuentra. Sin decir nada se arrodilla al lado de la cama y se asoma por debajo buscando la llave. —¡No puede ser! —se dice a sí misma. Murci la observa, muy preocupado por las caras que pone su mujer pregunta: —¿Que pasa Paca?, ¿puedes soltarme ya? —Nada, nada… aguarda un poco —comenta acercándose a la maleta. Sin dejar de mirarla, comienza a ponerse muy nervioso, mira hacia arriba se mira las muñecas, al tensar su cuerpo una de las pinzas se suelta de golpe. El dolor le acaba de recordar que aún tiene la otra puesta. —PACAAAA… Por Dios… —grita dolorido. —¡Que ya voy! —dice Paca, nerviosita, revolviendo su maleta. —Pero quítame esto, me está destrozando las tetas —contesta enfurecido. Paca le mira, al ver sus pezones enrojecidos, se ríe por los nervios y dice: —Sí, sí, enseguida voy. Deja de buscar la llave y se acerca a la cama para retirar despacio la pinza que le queda, Murci la mira, pone los ojos en blanco y pregunta: —¿Perdiste la llave? Verdad. Paca arruga su ceño. Muerta de la vergüenza, titubeando, y con mucho trabajo finalmente responde: —Lo siento no las encuentro, creo que con la emoción me las quedé en casa. —¡PACAAAAA! —grita Murci—. No puede ser.
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