Capítulo 2

2985 Words
NARRA BRIAN   Desperté con el timbre del celular de Bella. Miré el reloj digital que estaba sobre la mesa de noche y vi que aún faltaba tiempo para nuestra hora de despertarnos. Teníamos el ensayo programado para las 9.00 a.m, y apenas eran las 6:15 a.m. Gruñí ¿Quién rayos está llamando a Bella a esta hora? Oh si, alguien que esté en Europa. -Apaga eso y volvamos a dormir – musité, abrazándola. -¡Es Jeremy! – exclamó ella, y al yo también ver la pantalla, constaté que se trataba del campeón mundialista - Voy a contestar! Saltó de la cama y se fue a contestar la llamada al balcón de la habitación. Yo, por mi parte, intenté volverme a quedar dormido, pero fue estúpido. Soy de esos que cuando se despiertan, no son capaces de volverse a dormir, así que no tuve más opción que quedarme despierto. Me quedé un buen rato en mi celular. Todo en las r************* tenía que ver con la final del mundial, con que Colombia haya ganado la copa, y que Inglaterra haya perdido. No seguí mirando el celular. Por muy feliz que estuviera de Colombia, no le quitaba el hecho de que había visto perder a mi selección, y que yo, al igual que muchos ingleses en este momento, estaba devastado. Sentí hambre, y al ver que Bella hablaba y hablaba y no daba signos de parar, me duché, me vestí y salí del hotel a buscar una cafetería de esas normalitas para desayunar. La comida era malditamente cara en este hotel, y el plan de hospedaje que contrató la compañía con este famoso hotel no incluía la alimentación. Y yo no quería gastarme todo mi sueldo tan solo en comida. Estaba ahorrando para comprarme un apartamento y un nuevo auto, y gastos como estos, que aunque parecen pequeños, disminuyen mi capital. Así que estaba tratando de escatimar en gastos lo más que pudiese. Yo, a diferencia de Bella, no soy famoso. O bueno, por estos lares no mucho. En Francia, cuando salgo por ahí, la gente se me acerca y me pide fotos y autógrafos, pero aquí, en donde la gente está más pendiente de las estrellas de Hollywood, yo no me preocupaba por ser reconocido por alguien. Las giras por Estados Unidos me gustan, en razón de que me gusta el país como tal. Inglaterra es pequeña, llueve todo el tiempo y no hay mucho que hacer. Francia es hermosa, eso no lo niega nadie, y esa magia que tiene no la tiene ningún otro país. Pero Estados Unidos es muy diferente. No sé si es por lo que es inmensa, por la variedad de culturas, o que sea…pero de que me gusta, me gusta. Podría hasta considerar la idea de trabajar por aquí, en el New York City Ballet o en alguna otra compañía de talla americana ¿Y por qué no? No tengo un novio europeo que me ate a quedarme en ese continente. En cuanto a mi familia, bueno…tal vez mi hermano sería el único que pusiera problema por el hecho de yo irme tan lejos. Pero la razón por la que yo no era capaz de irme de Europa tenía nombre, y mi apellido. Isabella Adams. Esa bendita mujer es la que trunca mis planes. Para absolutamente todo tenemos que estar juntos. Y es que yo no concebía mi vida sin ella. No me imaginaba viviendo solo en este inmenso país, ni mucho menos trabajar en una compañía sin ella. Bella simplemente se volvió como una droga para mí. -¿Qué te doy? – me preguntó una mesera que no debía tener más de 20 años, mientras me servía una taza de café. -Dame el desayuno más norteamericano que tengas – dije, con mi típica sonrisa matadora que enamoraba a todas las chicas. Aunque yo sea gay, me gusta ser coqueto con las chicas. -Panqueques, huevos con tocino, acompañado de jugo de naranja ¡enseguida! – dijo la chica, haciendo el apunte en su lista de pedidos, para luego guiñarme un ojo e irse a tomar el resto de pedidos. De repente, vi que en el restaurante entró cierto personaje que yo no esperaba encontrarme por estos lares. Francis. Su aspecto era casual, demasiado para el Francis que yo conocí al principio. Pantalones cortos, una camisa básica, y tenía puesta una gorra que decía “CSI” la cual le daba un aspecto juvenil por tenerla con la visera hacia atrás. Cuando pasó su vista para buscar una mesa que estuviera disponible, sus ojos se encontraron con los míos y se sorprendió al verme. Pero no lucía tan sorprendido como yo. -¿Puedo sentarme? – preguntó él apenas se acercó. -Sí, claro – dije, al ver que no habían más mesas disponibles, ni tampoco butacas en la barra. Genial…es como si el mundo conspirara en nuestra contra - ¿Qué haces aquí en USA? – no evité preguntarle. -Donatien está de cumpleaños – respondió, llamando a la mesera – Pero bueno…ya lo arruiné, tuve una pequeña discusión con él anoche, así que ahora mi visita es meramente vacacional…y académica. Cuando la mesera regresó a mi mesa y le tomó el pedido a Francis, antes de irse me sonrió coquetamente y me guiñó un ojo. Yo también le devolví el gesto coqueto a la chica. Y eso no pasó desapercibido por Francis, el cual, apenas se fue la chica, me miró con recelo. -¿Y eso que fue? – preguntó, con el ceño fruncido. -¿No fue obvio? Estábamos coqueteando – le dije con desenfado. Francis abrió la boca para decir algo, pero se arrepintió y se quedó callado. Él sabía que no me podía reclamar nada…no somos nada. Sigo siendo soltero y puedo coquetear con quien se me dé la regalada gana. Pero, para ser sincero, me gustó que Francis me celara. -Y… ¿Qué hace un Levallois como tu viniendo a una cafetería común y corriente a desayunar? – le pregunté. -Bueno, pues yo también debo hacerte esa misma pregunta… ¿Qué hace un Adams como tú en una cafetería común y corriente? Tu familia también está podrida en dinero – me dijo, y yo solo reí. -Bueno, tu bien lo dijiste…es mi familia la que está podrida en dinero, yo no – dije, dándole un sorbo a mi café. Amargo y sin azúcar…así me encanta – lo que recibo de la acción que tengo en Adams Corp no es que sea mucho, y mi sueldo de bailarín, bueno…tampoco es que me haga ser millonario. La mesera llegó con nuestros desayunos. A mí me trajo los panqueques y los huevos con tocinos, mientras que a Francis solo una ensalada de frutas. El francés al parecer se cuidaba mucho con la comida. Él es el que parecía el bailarín de esta mesa y no yo. -Oye, el tocino engorda ¿Lo sabes, verdad? – dijo, viendo con recelo todo lo que pedí. Se le notaba que también quería comer de lo mío, pero se estaba aguantando. -Uno al año no hace daño – dije, cogiendo el tenedor con ansias y devorándome el primer panqueque. Seguí comiendo con ansias, y casi me parto de la risa al ver que Francis no dejaba de mirar mi plato y comía sin muchas ganas su ensalada de fruta. Corté entonces un trozo de panqueque y se lo acerqué a la boca con el tenedor, como si fuera un bebé y yo le estuviera dando de comer. -Anda, come un poco – le insistí. Francis aceptó el bocado, y mientras acercó su boca a mi tenedor, me miró con sus penetrantes ojazos azules de una forma que me pareció sexy. Y la verdad es que la escena me pareció sexy. Yo, dándole de comer al imponente Francis Levallois. Se podía decir que yo ya lo tenía, casi literalmente, comiendo de mi mano. -A la mierda con la dieta…pediré unos panqueques y unos huevos con tocino – dijo el francés, llamando de nuevo a la mesera. A los pocos minutos Francis estaba comiendo lo mismo que yo. Ambos estábamos amenazando con dañar nuestra perfecta figura. Pero yo por lo menos podía quemar lo que había comido con los ensayos de hoy, pero Francis, al igual que los otros simples mortales, deben esforzarse más para quemar grasas. Cuando terminamos con nuestro banquete, tomamos camino rumbo de vuelta al hotel. Juro que el calor sofocante del verano me va a matar. Yo solo deseaba saltar las calles lo más rápido que pudiera para llegar al hotel y sentir el frio aire acondicionado. -¿Y…que harás hoy si ya no piensas celebrarle el cumpleaños a Donatien? – no evité preguntarle mientras caminábamos al hotel. -Supongo que quedarme todo el día en el hotel viendo Netflix. Ya mañana debo viajar a  Massachusetts, en unos días son las graduaciones en Harvard y me han invitado a entregar los diplomas – dijo, y yo me sorprendí. -¿Te han pedido que entregues los diplomas a los graduandos? -Si…bueno…digamos que fui un notable estudiante – dijo con cierta pena – No me gusta fanfarronear sobre cuestiones académicas…pero debo decirte que fui uno de los mejores estudiantes que ha tenido la universidad. Mi buen promedio me hizo merecedor de la beca. Mi padre no tuvo que gastar mucho dinero en mi educación. Vaya…quien diría que Francis Levallois es un nerd. Y quién diría que yo resultaría con él desayunando en una cafetería común y corriente, y luego hablando con él amenamente por la calle. Hasta hace unos meses yo lo odiaba, y ahora me sentía cómodo con su presencia. -Oye…tengo ensayo hasta las 19:00 – le dije mientras ingresábamos al hotel – Podríamos…no lo sé. Salir por ahí. Si, este era yo proponiéndole a Francis Levallois tener una cita, cuando hasta hace unos meses yo no quería ni verlo por los abusos que me hacía. Y hasta el francés se sorprendió. Quedó dubitativo un buen rato. -Bien, saldremos…por ahí – dijo, y yo grité de la emoción en mis adentros. No sé exactamente por qué reacciono así por una simple cita. Ni siquiera será una cita ¿O sí? solo saldremos por ahí, como amigos. Aun así, no sé por qué me siento como puberta enamorada cuando estoy con Francis.   Horas después…   -¡No sé qué rayos ponerme! – decía, frustrado, mientras sacaba y sacaba ropa de mi maleta. -¿Y se puede saber siquiera para dónde vas? – preguntó Bella, saliendo del baño. Se había acabado de duchar. -Saldré…por ahí – me limité a decirle, mientras seguía decidiéndome en qué ponerme. -¿Solo eso me vas a decir? ¿Qué saldrás por ahí? – Preguntó, enojada - ¡Brian! -Saldré con Francis – dije, sabiendo que no iba a parar hasta sacarme la información – y no quiero que hagas ningún comentario al respecto. Bella se quedó callada, y se lo agradecí. Yo no estaba de genio para sus pregunticas en este momento. Enserio que no sabía qué ponerme y me sentía estresado. Opté entonces por unos simples jeans negros, una camisa azul de cuadros y me calcé con mis vans azules. Estaba ni muy informal ni muy formal. Término medio. -No me esperes despierta – le dije a una aburrida Bella que se quedó acostada en cama, despidiéndola con un beso en la frente. -Llevas condones ¿Verdad? – dijo, con cierta diversión, y yo solo rodé los ojos. Aunque claro que al salir revisé mi billetera para ver si tenía mi condón de emergencia. Nunca se sabía cuándo se pudiera necesitar. Cuando iba en el ascensor camino a encontrarme con Francis en el lobby, inexplicablemente me sentí nervioso. Muy pero muy nervioso. Definitivamente parezco quinceañera a punto de tener su primera cita. Y bueno, ahora que lo pienso, si es mi primera “cita” con Francis. Las veces que he salido con él fueron en sus tontas reuniones políticas, en las cuales solo me exhibía como un muñeco. Pero esta vez es diferente. Esta vez no estamos aparentando ante nadie…Francis aquí no tiene ante quien exhibirme, nadie en estos lares nos conoce. Él por estos lares no es el hijo mayor del hombre más millonario de Francia, aspirante a la alcaldía de París, y yo no soy el bailarín estrella más conocido de Europa. Hoy simplemente éramos Francis y Brian. Cuando me encontré con el susodicho francés en el lobby, casi me derrito. Estaba, al igual que yo, vestido ni tan informal ni tan formal, y su cabello también era término medio, ni tan peinado ni tan despeinado. Y se había aplicado un perfume francés de esos que embriagan. Me encanta. Oh si…Francis me encanta, y demasiado. -Bien ¿y a dónde quieres ir? – me preguntó. Pensé, pensé y pensé. Y no sé si fue por los nervios, pero pensé en el lugar más estúpido para tener una cita. -Vamos al Circus Circus – dije, pero de inmediato me arrepentí. ¿Enserio, Brian? ¿El Circus Circus? ¿No podías elegir un lugar menos romántico? Bueno, tal vez el niño que aun llevo dentro me estaba pasando una mala jugada. Yo siempre había querido ir al Circus Circus, pero dado que eran pocas las veces que yo había venido a USA, no se había dado la oportunidad. -Bien, entonces al Circus Circus será – dijo en una sonrisa, y yo me sorprendí ¿Enserio me llevará al Circus Circus? Bueno, y así fue como resultamos en el parque temático Adventuredome del hotel Circus Circus. El parque cuenta con 25 atracciones y lugares de interés y está conectado con el hotel a través del paseo marítimo. El parque de atracciones incluye una montaña rusa llamada Cayon Blaster, hay un minigolf de 18 hoyos, Zona de Xtreme, Pikes Pass, Zona de Realidad Virtual, Juegos Midway, y carnaval tipo juegos. Yo simplemente quedé alucinado. Ya había visto este lugar por fotos, pero nunca había venido. Me sentía como un niño que va por primera vez a un parque de diversiones. Y es que bueno…yo prácticamente no he ido a ninguno. En Inglaterra no es que hayan muchos, y lo más extremo que me dejaron hacer fue montarme en la noria de Londres. -Es tu primera vez en un parque de diversiones ¿Verdad? – me preguntó Francis mientras caminábamos por el lugar, decidiéndonos qué hacer primero. -¿Se me nota mucho? – pregunté, apenado. -Bueno, es que no has dejado de sonreír desde que llegamos, y aún no hemos hecho nada – dijo, sonriéndome de manera tierna – Me gusta que sonrías así. Oh vaya…con un comentario que a oídos de muchos pueda parecer simple, Francis me hizo debilitar las piernas. Enserio que este tipo me encanta. No era la bestia que yo había conocido en el principio…es un príncipe. Un príncipe que se hace pasar por bestia. -Y bueno ¿Qué hacemos primero? – me preguntó el francés. -¡Vamos a los carros chocones! – le dije, y sin pudor alguno, lo agarré de la mano y lo arrastré. Lo que menos me importaba era qué pudiera decir la gente si nos veían tomados de la mano, al fin y al cabo, estamos en el país en donde los derechos por la comunidad LGTB surgieron, y aquí prácticamente ya dejó de ser tabú el tema de la homosexualidad. La gente ya lo ve con naturalidad. Montamos en varios atracciones, y las risas que soltaba Francis en cada una de ellas era melodía para mis oídos. Jamás lo había visto reírse así. Estaba feliz…si, Francis Levallois, feliz. -¡Mira! ¡Una máquina de peluches! – dije, mientras caminábamos y nos comíamos unos algodones de azúcar que habíamos acabado de comprar. -¿Te gustan los peluches? – me preguntó. -Si – admití con cierta pena. Caí entonces en cuenta de que le había admitido a Francis algo que yo ni siquiera le había contado  a Ian. Que me gustan los peluches…si, me encantan. Pero yo no le había dicho a Ian porque, bueno…él es muy pero muy varonil, y esas cosas no van con él. Y aunque yo también soy un gay varonil, aun así me gustan los peluches, pero no me gusta demostrarlo de a mucho, ya que no quiero que me vean como afeminado. -Te conseguiré entonces un peluche de esos – dijo con decisión, y nos acercamos a las maquinitas. -Oye, si sabes que estas máquinas no son más que maquinas traga monedas y que nadie es capaz de sacar un pinche peluche de ellas ¿Verdad? – inquirí. -Créeme cariño, soy experto en esto de sacar peluches de las maquinas – dijo, sacando su billetera para buscar algunas monedas. -¿Y eso? -A Donatien le gustaban los peluches cuando pequeño, y siempre que mamá nos llevaba al Disney World de París, pedía un peluche de la máquina – dijo, mientras metía una moneda en la máquina – Las primeras veces no fui capaz…pero luego le cogí practica – lleva su mano a la palanca – un punto importante, es observar cuántos ganchos tiene la garra: las hay de 3 o 4. Eso es importante, ya que de ello depende cómo deberás agarrar el peluche. Si son 3, hazlo desde el brazo derecho o izquierdo, tomando así parte del pecho. En caso de que sean 4, opta por ser lo más central posible y agarrar el juguete desde la zona del pecho. En caso de premios en forma de balón, busca uno que no tenga otro cerca y ve directo al centro. Para cuando terminó de hablar, ya había agarrado un peluche y la maquina lo dispensó. Francis había escogido el peluche más bonito de todos los que estaban en la máquina. Un osito de felpa blanco que tenía en sus manos un corazón que decía “I love you”. -¿Deseas algo más? – me preguntó Francis apenas me entregó el peluche. -Si…a ti – le dije, rodeando su cuello con mis brazos, para luego, ante su sorpresa, plantarle un beso. No sé por qué me dio el impulso de besarlo. Tal vez porque estoy enamorado…si, eso debe ser. Él me correspondió al beso, llevando sus manos a mis caderas y así apretándome contra su cuerpo. Fue un momento mágico. Sentí como si todo se pausara al nuestro alrededor y se armaba una burbujita. Solo éramos nosotros dos, y el resto no importaba. -No te merezco, Bri…- me dijo en un susurro apenas separamos nuestros labios, dejando nuestras frentes juntas. -No pienses eso, Francis – le dije, acariciando suavemente una de sus mejillas – Lo que importa es que…nos amamos.  
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